Discurso y realidad
“No se puede corregir a la naturaleza/
palo que nace doblado/ jamás su tronco
endereza”
Willie Colon (“El gran varón”)
Refundación:
un concepto elusivo.
Es
ya un lugar común, afirmar que América Latina además de ser considerada el sub
continente de “la esperanza”, también es la zona del mundo donde se puede
observar la renovación de la política luego del descrédito a que fue sometida
por el pensamiento único impuesto por la ideología neoliberal, que hegemonizó
durante casi dos décadas, el discurso político y económico en el que se presentaba el futuro a partir de
un único horizonte, después de la “derrota ideológica” que la izquierda había
sufrido en Europa.
El
“triunfo” político del neoliberalismo, sobre todo después del desaparecimiento
de los “socialismos reales” a finales del siglo pasado, presentó a la llamada
“democracia liberal” como el lugar al que el ser humano podría aspirar
finalmente en términos de orden social, en el cual se realizarían plenamente
sus aspiraciones individuales, y, en esa estrategia, el credo neoliberal “toma
el mercado por el principio constitutivo de la organización social… y por sobre
todo la instauración de una verdadera sociedad de mercado… es decir, una
sociedad donde los criterios propios de la racionalidad del mercado –
competitividad, productividad, rentabilidad, flexibilidad,
eficiencia- permean todas la es esferas, incluido el ámbito político…”[1]. En términos sencillos, el mercado condiciona
la política, y por ende a la democracia también, eran los tiempos donde la
política no importaba y se anunciaba el “fin de las ideologías” - anuncio
recibido con alegría por quienes piensan que los problemas de un país se
resuelven en una cámara de comercio- que
por lo demás, lleva a la despolitización de las sociedades, se desconfiaba de
los proyectos colectivos, se reflota la “sociedad civil” como alternativa a la
política y todo ello, desemboca en la crisis de ésta última.
No
se puede olvidar en todo este contexto, el papel que neoliberalismo le asigna
al Estado: de subsidiaridad, en un enfoque que lo reduce al mínimo para liberar con ello, “las fuerzas creadoras
del mercado y levantar los controles que abrirán las economías nacionales al
mercado global” dejando a los sectores más pobres, al “sálvese quien pueda”.
Al
cabo de casi dos décadas de políticas neoliberales, las cuentas no cuadran para
las grandes mayorías, el modelo del “chorreo” sólo produjo más desigualdades y
una concentración de la riqueza que convirtió a la región latinoamericana, en
la más desigual del mundo que de acuerdo a datos de la CEPAL, en cifras
absolutas, se ha producido un aumento en el número de pobres aunque se redujo
levemente el número de hogares viviendo bajo la línea de pobreza.
Más
allá de las cifras frías, que no es cosa menor, el gran y verdadero fracaso del
neoliberalismo en Latinoamérica está en que no pudo hacer del mercado, el único
mecanismo ordenador de las sociedades y de los individuos lo que tampoco
significa que deba ser sustituido por el Estado para la asignación de recursos,
pero el mercado sí debe estar sometido a criterios públicos como el bien común[2].
La crisis financiera internacional de 2009, puso de relieve este criterio, al
ser el Estado, quien saliera en “rescate” de quienes paradojalmente, habían
producido la crisis llevándose de encuentro a los ciudadanos.
Sumado
a la brecha entre ricos y pobres, a mediados de los años 90s se comienza a
percibir un malestar social que se refleja en la no correspondencia entre las
expectativas y la realidad expectativas creadas artificiosamente a partir de la
capacidad de consumo que la gente supuestamente adquiriría, con el “éxito del modelo”
por la vía del “chorreo” o de el “capitalismo popular”.
Paralelo
al deterioro de las condiciones de vida de millones de latinoamericanos, se
producía el deterioro de la política y de sus instituciones: los partidos políticos, parlamentos y por
supuesto los políticos ubicándose éstos últimos, en la escala más baja de las
valoraciones que hacen los ciudadanos sobre actores e instituciones, según
distintas encuestas de opinión. La política había perdido su centralidad y
capacidad que debe tener sobre todo, con respecto de la economía; los mismos
organismos internacionales que lustros atrás se habían decantado por políticas
de mercado colocando a la política en un segundo plano, ahora llegaban a la
conclusión que –con un poco de sonrojo- “la política sí importa” como lo dejaron de
manifiesto en estudios encargados por ellos mismos como los del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) o los estudios del PNUD, en los que además,
se revaloriza el papel del Estado, ese ente que la ideología neoliberal
consideraba como “un problema” y, por lo tanto, innecesario.
En
este ambiente, el descontento se apoderaba de importantes sectores sociales en
la mayoría de los países latinoamericanos, en busca de una “alternativa”
política para superar los inmensos y profundos daños que en general dejaron las
políticas neoliberales, que ya para el año 2002, se consideraban fracasadas
porque las fuerzas de izquierda se encargaron de hacer trizas el llamado
“Consenso de Washington”, fuente ideológica de dichas políticas.
Progresivamente, fueron apareciendo las “alternativas” en forma de liderazgos
carismáticos unas, y otras, como coaliciones políticas amplias que aglutinaron
a las fuerzas progresistas y sectores de “centro” identificados también, como
independientes.
Para
efectos de éste ensayo, nos centraremos en los casos de Venezuela, Bolivia y
Ecuador por considerar que se trata de proyectos políticos disruptivos que han
modificado la política, las instituciones y sobre todo, el nivel de
participación de sus respectivos pueblos lo que ha dado lugar entre otras
cosas, a que se hable de procesos re-fundacionales
en los que se recurre a historias truncadas, aspiraciones, rechazos,
simbolismos etc. como parte del nuevo perfil de un sector de la llamada “nueva
izquierda” latinoamericana, pero también como una aspiración de reconstruir y
rectificar la historia.
Primeramente,
en vista que no existe el término refundación
como categoría analítica, hemos recurrido a su etimología; dice que
refundar viene del latín fundare, que
significa fundamentar, establecer, asentar y que el prefijo re, sirve para afirmar algo, una idea por ejemplo. Por otro lado,
el término refundación puede ser
usado para referirse a la renovación de
lo que ya existe, sea de manera teórica o práctica. De lo anterior, se puede
colegir que el término puede utilizarse en distintos ámbitos: por ejemplo,
Klaus Schwab, profesor de economía, fundador del Foro de Davos en 1971, ha
admitido que “el capitalismo, bajo la forma actual, ya no tiene lugar en el
mundo que nos rodea… que se necesita una transformación mundial urgente… con el
establecimiento de una forma de responsabilidad social”. Lo que dice éste
profesor en el fondo, es que el capitalismo requiere ser modificado no
sustituido como algunos pensaron sobre todo, luego de la última crisis
financiera internacional; es decir, necesita ser re fundado.
En
otro ámbito, se habla de refundar la
Organización de las Naciones Unidas (ONU), para convertirla en una organización
que represente los intereses de todos los países que la conforman, y no los
intereses de los países que tiene el control sobre el Consejo de
Seguridad, para ello, plantean los que
así piensan, darle más protagonismo a la Asamblea General y ampliar los
miembros permanentes del Consejo de Seguridad, modificando la Carta de Naciones
Unidas. O sea, refundar esa
organización.
También
se puede aplicar el término a la esfera de la política, así, se habla de refundar la democracia porque en ella
han quedado relegados los ciudadanos a favor de grupos económicos y el mercado.
Se han eliminado los controles y regulaciones para dar rienda suelta al egoísmo
como en la crisis inmobiliaria en Estados Unidos, donde a los ciudadanos se les
ofrecían créditos aún sin tener la capacidad de pago, y éstos, los aceptaban
desaprensivamente. Se puede apreciar cómo la democracia está sometida a los
mercados, el ejemplo de Grecia en la actualidad grafica claramente la
afirmación, un gobierno elegido democráticamente, fue sustituido por los
mercados.
Como
se puede apreciar, la refundación es
más una aspiración - legítima por demás – de ciertos grupos políticos y
sociales, de la misma forma que lo fue luego de la independencia de los países
latinoamericanos, en los que, grupos ilustrados, plantearon intentar rehacer los países sobre todo luego de
una crisis. Hay quienes plantean que en Latinoamérica se puede hablar de dos
momentos de fundación: uno, “cuando en el siglo XVI se conformó la sociedad
hispano-indio-negra de la que provienen la mayoría de las sociedades de la
región” y dos, cuando se produce la
independencia en el siglo XIX de la mayoría de las ex colonias y de esos dos
momentos, surge lo que posteriormente se denominará, “la clase dirigente
integrada por peninsulares y criollos”.
Pues
bien, los procesos políticos que tienen lugar en los países mencionados están
basados – con las especificidades de cada caso- en un discurso que articula
rechazo a lo existente con una propuesta de futuro, en Venezuela por ejemplo,
los componentes ideológicos con los que Hugo Chávez por primera vez gana una
elección en 1997, estaban basados y siguen estándolo en lo fundamental, en el
anti neoliberalismo, oposición a la apertura petrolera, rechazo a las
privatizaciones, ataque a la corrupción y al sistema de partidos, y, desde luego,
en la convocatoria a una nueva Asamblea Nacional Constituyente para elaborar
una nueva Constitución que modifique no sólo las reglas del juego que según él,
ya no correspondían a la nueva realidad de su país, sino, que establezca bases
nuevas para un proyecto político impulsado por las fuerzas que representa.
Sí
vemos el caso de Bolivia, encontramos elementos comunes y otros que son
claramente distintos: la irrupción de la etnicidad resulta decisiva
políticamente, el indigenismo desplaza a la clase obrera y a la clase media
como actores principales, se produce también una modificación del monopolio de
la representación que conservaban los partidos políticos a favor de los
movimientos campesinos e indígenas. Sobre esa base, el discurso ideológico
adquiere un tinte nacionalista, está presente el indianismo, se rescata el
concepto de pueblo y también, la aspiración de tener una nueva Asamblea
Nacional Constituyente.
Por
último, en Ecuador, el protagonismo indígena
se evidenció en acontecimientos que marcaron la vida política de ese
país, como por ejemplo en el derrocamiento del presidente Jamil Mahuad en el
año 2000 y en el de Lucio Gutierréz en 2005. Aquí también está presente el
rechazo a la “partidocracia” o sea el sistema político tradicional de Ecuador
que se repartía el poder incorporando en
ello, a veces, a ciertos grupos sociales e indígenas que luego no acompañaban;
como eje central del discurso ideológico de las fuerzas de izquierda vemos la
reivindicación de la ciudadanía política en oposición a los partidos políticos
y a los políticos, el papel redistributivo del Estado, la conquista de la
igualdad y la equidad, el fortalecimiento de la democracia participativa y sin
faltar, una nueva Constitución política.
Una
característica común en estos procesos, es que la fuerza que sirve de soporte político a los intentos de
transformación de las sociedades, no es
un partido político, sino, una conjunción de movimientos sociales, pequeños
partidos, grupos organizados e independientes que se aglutinan formalmente en
un partido, sin serlo. Ello tiene dos explicaciones sencillas, una, se debe a
la irrupción de nuevos actores en la política y dos, es que el discurso de
estas fuerzas siendo oposición, estaba centrado precisamente como se ha dicho
aquí, en la crítica al sistema de partidos y su desprestigio; como ejemplo de
lo anterior se puede mencionar que en el caso de Alianza País (AP) de Ecuador
(actualmente en el poder) en su Primera Convención Nacional en noviembre de
2010, rechazó mayoritariamente la propuesta de una delegación de constituirse
en partido, para no identificarse con la tradición de desprestigio de los partidos tradicionales que
los ha llevado casi a su desaparición, mantenerse como movimiento[3] y
ser coherente con su discurso político.
Pues
bien, la idea de refundación con todo
lo elusivo que es, se instaló en el
discurso de las fuerzas que la impulsan, homologándola con otra de uso
recurrente en sociedades sometidas a fuerzas internas o externas, ya sea en
forma de grupos oligárquicos o de dependencia internacional: la idea de redención nacional, de ahí que sea común
la frase “somos un país irredento”
para referirse a lo dicho anteriormente. Cada uno de los países mencionados
encontró en la historia su propia redención:
en Venezuela, en el momento de la fundación del Estado- nación bajo la
impronta de Simón Bolívar, 200 años antes, en Bolivia, en la rectificación de
500 años de imposición, sometimiento y humillación colonial de blancos sobre
los indígenas, en México, el PRD en sus orígenes, recurre la exaltación de lo
hecho por el gobierno de Lázaro Cárdenas en materia de reforma agraria y la
nacionalización del petróleo, en Ecuador, la reconstrucción de la cosmovisión
indígena sobre la relación armoniosa del hombre con la naturaleza y la
convivencia social[4].
Este
fundacionismo como lo llama Claudio
Lomnitz, retoma las esperanzas del futuro ya sea en logros del pasado que desea
darle continuidad bajo otras formas, o como aspiraciones truncadas en distintas
épocas de la historia. Un elemento común en el discurso de la refundación - por cierto, dejado de lado en la actualidad-
es la irrupción nuevamente del
nacionalismo que paradojalmente, su origen no se encuentra en la cultura política de las izquierdas
latinoamericanas.
Vista
así, la refundación sería el
resultado de una serie de decisiones tomadas desde el ámbito político con
implicaciones económicas, sociales y culturales destinadas a la modificación de
las relaciones sociales establecidas desde determinada correlación de fuerzas,
en las que, una fuerza es capaz de imponer democráticamente a la sociedad, su
propio proyecto político que en el caso latinoamericano, esto tendría lugar por
medio de una ANC que redacte una nueva Constitución en la que se plasmen los
ejes básicos del nuevo proyecto al que
se aspira en forma de pacto social.
Sin
embargo, en un análisis más fino, cuando se habla del tema, se requiere aclarar
y precisar que en verdad se está refiriendo a la refundación del Estado y aún más, que la refundación para que sea
tal cosa, debe ir más allá de la visión que el neoliberalismo tiene del Estado
en cuanto a su funcionamiento en términos de eficiencia de su aparato
burocrático, su tamaño, políticas de
redistribución de riqueza sobre todo a los sectores más vulnerables, la
búsqueda de asociación entre el sector público y privado para la prestación de
ciertos servicios etc., porque todo ello, es visto más como una cuestión
meramente técnica que bajo el principio de cohesión social por ejemplo. En un
sentido opuesto, la refundación
consistiría más bien, en cambiarle la racionalidad al Estado construida desde
abajo y bajo un nuevo constitucionalismo que incorpore de una manera distinta
los territorios, las comunidades, los grupos sociales, las etnias, que
políticamente rebase los límites que la visión liberal le impuso por más
trescientos años [5].
Muchos
aspiran a que ésta refundación con
todas las complejidades que conlleva, tenga en un proceso constituyente, su
correlato político más importante no solamente por la legitimidad, también por
el simbolismo político que contiene sin desconocer sus limitaciones. De eso nos
ocupamos en el siguiente apartado.
Una nueva Constitución. Ni todo
brilla, ni todo es oro.
Desde
la época posterior a la independencia, en América Latina luego de una crisis política provocada ya sea
por las instituciones del sistema o por los actores sociales, la racionalidad
política se ha dirigido a superar la crisis a través de la modificación de la
situación que la originó, recurriendo casi siempre, al argumento del
agotamiento de las reglas establecidas constitucionalmente y por lo tanto,
deben ser modificadas en una ANC.
Aquí
se sustenta que si bien es cierto, una nueva Constitución es una herramienta
política muy poderosa sobre todo dentro un discurso fundacionista, y que en determinadas circunstancias ha servido para
establecer derechos, ampliar las libertades y establecer nuevos pactos sociales
para dar estabilidad social, también se debe tener cuidado en creer que una
nueva constitución garantiza las transformaciones a las que se aspira.
La
experiencia reciente en ésta materia, muestra que la reforma o una nueva
Constitución representa un deseo o anhelo de volver a empezar para aspirar a
una vida mejor, que algunos países muestran avances sobre todo en materia
social, pero los problemas que la originaron, continúan presente en gran
medida: la exclusión social, la pobreza, la corrupción, la seguridad pública
etc. y, los líderes políticos responsables, deben estar conscientes de éstas
limitaciones para no crear falsas expectativas y poder cumplir su palabra, y no
ofrecer resultados que no están en capacidad de dar como lo hicieron por
décadas, los partidos del viejo y desacreditado sistema político que imperó en
muchos países latinoamericanos.
Una
breve mirada histórica nos permite encontrar el origen de éste tema; se inscribe dentro de la cultura política
latinoamericana que a su vez encuentra su origen en la influencia cultural
española, y el papel que ha jugado en la historia constitucional de la región.
En efecto, hay autores que explican el tema a partir del análisis de la
modernidad y el papel del pensamiento ilustrado en la formación de sociedades
democráticas, estables e igualitarias ya que proporcionó la base filosófica de
cómo debe funcionar un gobierno (Fernando Iwasaki).
Como
se sabe, la modernidad no sólo es una época, es una nueva forma de pensamiento,
trajo consigo lo que en su tiempo se denominó la nueva ciencia, introdujo
categorías de pensamiento que modificaron las concepciones del mundo y del
hombre, creó nuevos valores y desde luego nuevas libertades que habían sido
anuladas durante el ancien régimen.
Todo esto crea la posibilidad de introducir nuevos cambios en el sistema
político a través de la influencia de los ciudadanos, como en efecto ocurrió.
Para el autor mencionado (Iwasaki), hay una serie de hechos que hicieron
posible que muchos países occidentales evolucionaran hacia sistemas políticos
modernos: el derrocamiento del sistema feudal, el movimiento de reforma
religiosa, una revolución industrial y una revolución ideológica.
De
acuerdo al autor, ninguno de estos factores llegó a España, por deducción
lógica se llega a que tampoco la modernidad; no tuvo un verdadero sistema
feudal por la invasión musulmana,
tampoco una reforma religiosa por cuanto era un bastión del catolicismo
mientras en el resto de Europa trataban de cambiarlo, no vivió una
industrialización ni tampoco una reforma ideológica liberal que la transformara
en una verdadera república, al contrario, optó por fortalecer la monarquía
tradicional.
De
lo anterior se concluye que al no contar España con experiencias
modernizadoras, tampoco América Latina podía tenerlas. La relación entre España
y América Latina a través del legado colonial, tiene mucha influencia en las
fundaciones políticas e ideológicas como las Constituciones políticas de esta
parte del continente, mientras que en el norte anglosajón, la historia y matriz cultural son diferentes.
Otros
autores coinciden en que la influencia española es fundamental para entender el
tema, tal es el caso de Octavio Paz y Arturo Uslar Pietri. El primero piensa
que esta tendencia latinoamericana de modificar las constituciones, está en la
influencia de las ideas de la Enciclopedia o lo que llama “su optimismo
ingenuo” en creer que las leyes cambiaran la realidad, mientras que el segundo,
lo achaca al viejo nominalismo de la colonización en el que la cosa y el nombre
no tenían por qué corresponder[6].
Ambos,
sostienen que los latinoamericanos somos más dados a creer en artilugios jurídico-políticos
que en la realidad como producto de una herencia cultural afincada en una
concepción que primero le da nombre a las cosas antes que estas existan, al
contrario del mundo anglosajón que primero creó la sociedad y después le dio
leyes, primero crearon los Estados y luego las constituciones.
En
filosofía esto se llama nominalismo como ya se dijo, o sea, aquella corriente
escolástica que elimina la realidad de las cosas abstractas en la que la cosa
no se corresponde con el nombre y que trasladado al mundo de la política, se
puede expresar de la siguiente manera: los Estados son una cosa y las
constituciones son otra.
El
ejemplo más cercano a nosotros es la independencia, salida de la creencia
ilimitada en una ideología que en Europa había imaginado las instituciones que
después reproduciríamos en Latinoamérica sin que estas tuvieran mucho que ver con la
realidad, lo que llevó a la creencia que proclamar la independencia era la
independencia. “La independencia cambió el régimen político pero no la
realidad” (Octavio Paz).
Mientras,
en el mundo anglosajón- que por lo demás tiene la impronta de la reforma
religiosa- a las formas de vida desarrolladas sobre todo por las comunidades
religiosas conservadoras (que en palabras de Noam Chomsky fueron las fundadoras
de Estados Unidos) cuando adquieren determinada autonomía, se le da cierto orden político y
valores como la libertad, y, después, se establecen normas para regular esa
libertad.
En
esta forma de construcción de la realidad y el pensamiento, la Constitución
viene a ser un efecto y no causa de una cultura basada en una realidad
preexistente.
Lo
que los autores aquí mencionados tratan de explicar es que mientras Estados
Unidos nació de la reforma religiosa, de la Ilustración (revolución ideológica)
de las ideas de Montesquieu quien postulaba que la forma de controlar un poder
excesivo, sin destruirlo, es otra fuente de poder - contrario de la Revolución
Francesa que venía saliendo de un monarca absoluto como fuente de poder y de la
ley- los latinoamericanos nacimos de la contra reforma y la neo escolástica, es
decir, de espaldas al mundo moderno que emergía.
En
ello, estaría –en parte- la explicación a esta tendencia de la cultura política
latinoamericana de recurrir a la constitución para tratar de resolver los
problemas de sus sociedades. O sea, según éste enfoque, la matriz cultural
sería determinante en el rumbo de nuestra historia, que también está presente
en las instituciones que diseñamos, en la institucionalidad que de ellas se
deriva y que en el caso hondureño, es prácticamente inexistente.
Por
otro lado, existen otros análisis más
recientes que explican la necesidad de una nueva Constitución a partir de lo
consideran fracaso o limitaciones que presenta el sistema de partidos y la
democracia liberal, sobre todo, al cuestionamiento que hacen del tema de la
representación política como desvalorización de la democracia, frente a la
postura que habría que sustituirla por una democracia participativa. Este
cuestionamiento, proviene directamente de la crisis de la política y de la
importancia que cobró la sociedad civil, entendida ésta, como aquel espacio
donde actúan las organizaciones que la conforman, en el que claramente, sin
pretender sustituirlos, rivalizaban con los partidos políticos en algunas de
sus funciones.
Ahora
bien, es cierto que es deseable que haya mucho más participación en los asuntos
públicos, es decir de todos, pero no es posible sustituir la representación por
cuanto se dañan los mecanismos que hacen posible que la ciudadanía activa es decir participativa, pueda expresarse, por
ejemplo, los procesos electorales que representan la posibilidad que esa
participación se manifieste, pues de lo contrario, se tendría que buscar otro
mecanismo de participación; ¿el asambleísmo? Claramente que no es el mejor
sistema para que la participación se manifieste.
Sí
sabemos, que el origen de los problemas de la democracia representativa está en
las instituciones del sistema, se impone como parte de la lucha política de las
izquierdas mejorar y sanear los mecanismos por medio de los cuales la
ciudadanía expresa su voluntad, porque entonces resulta imposible pensar en una
democracia donde millones de personas se unen para alzar la voz o la mano
públicamente como señal de su participación.
Frente
a esto, la izquierda más izquierda ha respondido tradicionalmente que se trata
de la “democracia burguesa” lo que es cierto, pero que perdió validez
histórica. Sí recordamos, desde mediados del siglo XIX, fue la clase obrera los
trabajadores (convertidos después en proletariado por Lenin) los que más
lucharon junto con otras fuerzas progresistas en contra de la “democracia
burguesa” pues se trataba, de un sistema elitista
y censitario como los que hubo en la mayoría de los países europeos y que
luego fueron implados en zonas como América Latina. Consistía en discriminar por sexo o por condición social
quienes podrían participar en ella y sobre todo, con derecho a ejercer el
sufragio: los que supieran leer y escribir, los que tuvieran propiedad o los
que tuvieran un título nobiliario como en Europa y en todos los casos, quedaban
excluidas las mujeres. Le correspondió al movimiento obrero luchar contra la
“democracia burguesa” hasta convertirla en una democracia de masas con sufragio
universal y representación pluralista, a inicios del siglo XX[7].
En conclusión, se trata a nuestro juicio, de articular esas dos dimensiones de
la democracia en la que ambas interactúen sin la exclusión mutua porque forman
parte del mismo sistema.
Sí
volvemos al tema de los procesos constituyentes, nos encontramos que su
objetivo es mejorar la democracia y eso que en ciertas culturas altiplánicas de
Sud América llaman “el buen vivir”. Pero también se debe reconocer como se ha
dicho aquí, que dichos procesos están sucediendo en sociedades donde el
funcionamiento institucional es muy débil, las crisis sociales son recurrentes,
el nivel de desarrollo material es bajo (aún poseyendo muchas riquezas
naturales) y el sistema político desacreditado, ineficiente y corrupto o sujeto
de serlo.
Al
asumir que la refundación pasa por
una nueva Constitución, en las que se fijan las nuevas reglas de funcionamiento
de la sociedad, se debe tener presente que se requiere tener una fuerza
política que la haga posible o estar dispuesto como parte de una estrategia, a
llevar a cabo alianzas con otros sectores que también comparten los propósitos
entre los que destaca además de los ya mencionados, reforzar y profundizar el
Estado de Derecho, ampliar la democracia y la construcción de una democracia
más inclusiva, menos desigual, pluralista y más tolerante.
En
las nuevas Constituciones que se han redactado en Venezuela, Bolivia y Ecuador,
es observable la incorporación de nuevos derechos, aspiraciones, grupos
sociales excluidos desde siempre, la reivindicación de los llamados pueblos
originarios, ampliación de la democracia por medio de otras formas de
participación como la denominada “democracia directa” (consultas populares), el
reguardo de los recursos naturales, la reformulación de un nuevo sistema
económico etc.
Sin
embargo, esas Constituciones no son lo suficientemente radicales como proponer
modificar el sistema político a favor de uno distinto, como por ejemplo,
sustituir el modelo presidencialista por un sistema parlamentario lo que indica
que en fondo las antiguas Constituciones han sido sometidas a reformas,[8]
por la vía de una ANC y no por las otras que contemplan las mismas
constituciones.
Esta
última observación es importante tener en cuenta para establecer de los límites
que pueden tener los cambios constitucionales, ya sea en una reforma o en un
cambio total de la Constitución. Además, se deben tener claras las
justificaciones políticas para aspirar a un cambio constitucional, el consenso
político para realizarlo, sus alcances y profundidad. Por último, hay quienes
sostienen que el tipo de constitución no importa tanto, como el grado de
conformidad que haya sobre ella, vale decir, los apoyos, acuerdos y desde
luego, la aprobación ciudadana que es donde encuentra su máxima legitimidad
política.
La construcción ideológica
Este
apartado tiene el propósito de señalar algunas claves desde la que hoy se puede
abordar el tema ideológico, como sustento de un proyecto político alternativo
de un partido o una colación política, basado en elementos como los mencionados
en los dos apartados anteriores. Por esa razón, no recurriré a conceptos ni
definiciones que del término ideología se han dado desde que Destutt de Tracy usó el término por primera
vez en 1801 para referirse a la formación de las ideas[9]. Estoy
cierto que puede haber otras, por eso me limitaré a mostrar algunas.
En
primer lugar, la ideología – no como conjunto de ideas- sino como discurso que
se elabora para darle fuerza a aquello que no la tiene, requiere de unas
determinadas condiciones para desplegarse o de otro modo, construirse artificiosamente.
En el terreno político por ejemplo, y hablando de órdenes sociales, la
aspiración al desarrollo económico está ligado de forma causal a la democracia,
idea que por cierto, se estableció como una especie de lugar común en los
cientistas sociales de América Latina, desde finales de los años cincuenta del
siglo pasado. Ese planteamiento, se interroga hasta qué punto es posible que la
democracia se desarrolle y se consolide en sociedades marcadas por la pobreza y
las desigualdades, aún con la existencia de países subdesarrollados pero que
han alcanzado un alto grado de institucionalización democrática. El desarrollo
económico o el combate a la pobreza más la profundización democrática,
constituyen los ejes fundamentales de cualquier proyecto de sociedad
alternativo, inclusivo y progresista; acompañado de otros como la independencia
como nación, sus relaciones externas y su vinculación con el mercado global,
por más que algunos renieguen de ello.
En
segundo lugar, en ese intento, la
mayoría de los países latinoamericanos vienen tratando de crear un “modelo”
alternativo al que impuso el neoliberalismo, y por eso, se habla de una época
post-neoliberal, que es donde nos encontraríamos hoy, con los proyectos
sociales que se desarrollan en América del Sur. Cómo se vio en el primer
apartado, cada país encontró un camino en la denominada “ola de la izquierda”
como se conoce el ascenso al poder de fuerzas que llamaríamos genéricamente,
gobierno progresistas por su heterogeneidad.
Cuando
se estudia esos procesos, efectivamente se observa más que su ideología, sus
políticas que es lo que nos permite ver la identidad política e ideológica de
los gobiernos y de las fuerzas de donde provienen. Sí esos gobiernos
corresponden a la época post neoliberal, lógicamente hablamos de gobiernos de
izquierda con las variantes de ese concepto y la no uniformidad del mismo.
Ahora
bien, si son fuerzas distintas a la que gobernaron la región hasta finales de
los años 90s, entonces podemos hablar de la oposición derecha/izquierda, clivaje
que por demás, ha sido puesto en duda en varias ocasiones sobre todo, luego que
se dio por finalizada la historia. Es archiconocido el origen de esa díada,
proviene del lugar donde se sentaron los sectores más radicales durante las
asambleas que surgen con la Revolución Francesa, los grupos se ordenaron según
sus pisturas en torno a la formación de un nuevo modelo de sociedad; los más
conservadores a la derecha y los más progresistas a la izquierda. Cabe hacer
notar que entre estos últimos, hubo diferencias importantes entre sí, respecto
de las atribuciones del Estado, lo que puede llevar a decir que la izquierda
nació dividida o que siempre ha habido distintas posiciones de izquierda, lo
que sería el origen de las izquierdas en plural, que es la denominación
correcta de usar.
Hay
quienes se preguntan qué es ser de izquierda en la actualidad, sobre todo, en
tiempos que también se dio por muertas a las ideologías. En el caso de fuerzas
políticas que se autodefinen como de izquierdas o progresistas, les resulta
difícil identificarse ideológicamente más aún cuando las políticas de gobierno
a veces se confunden entre sí se les puede considerar de izquierda; hay unas
que son percibidas como claramente de izquierda, por ejemplo, asignarle al
Estado un papel preponderante en la sociedad y otras que son pro-mercado para
fines de izquierda como combatir las desigualdades sociales, el caso de Chile,
es paradigmático.
En
tercer lugar, ¿Cómo se construye una ideología política? O como aquí se
sostiene ¿cómo se elabora un discurso ideológico? Menuda pregunta! Como se dijo líneas atrás, se necesita una
realidad sobre la cual desarrollar el discurso, en éste caso puede ser el
Estado y la visión que se tenga de él, también el mercado, la política o la
misma democracia y sin olvidar, los valores que sustenta el grupo o la clase
que los impone al resto de la sociedad.
Por
ejemplo, la ideología conservadora que se encuentra a la base del discurso
neoliberal, está sustentada en hacer del mercado el principio ordenador de la
sociedad, el Estado es visto como un problema por lo tanto hay que reducirlo al
mínimo y ni siquiera debe regular porque eso en la visión neoliberal, también
es considerado como una forma de intervención, lo que contradice a esa
ideología, también cree que se deben
conservar a toda costa los valores tradicionales de la sociedad como la
familia, por eso se opone al matrimonio entre las personas del mismo sexo, se
opone a políticas de control natal y opciones como la llamada “píldora del día
después” por considerar que atenta contra la vida etc.
Sobre
esos temas y otros, se articula el discurso ideológico de la derecha política,
y cualquier otro que se aparte de esas concepciones, lo considera opuesto o de
izquierda. Lo mismo ha ocurrido con los proyectos de cambio en los países
sudamericanos, sólo que desde concepciones distintas sobre los mismos temas y cuando
de definiciones identitarias se trata, más que las auto referencias, lo que
cuenta es lo relacional es decir, mi identidad es diferente en relación a la del
otro.
Y,
los partidos políticos ¿cómo se definen ideológicamente sobre todo aquellos que
se consideran progresistas? Más que eso, de lo que se trata es de despejar un
asunto que ya no sirve para sustentaciones ideológicas: la vieja dicotomía
entre reforma y revolución como sustento político del cambio social. En su
definición política se pueden encontrar algunos elementos que sirven para
identificar los contornos ideológicos de un partido: unos se autodefinen como
de izquierda a secas, propugnan el socialismo, otros, se asumen de izquierda
democrática, es decir, socialdemócratas, algunos, además de izquierda, anti
capitalistas, anti imperialistas etc. pero la dificultad está en que muchos de
ellos cuando llegan al gobierno, tienen serias dificultades para mostrarse como
lo que dicen que son, por las políticas que la realidad les obliga a implementar
y que son distintas a su propia autodefinición.
Lo
que sí es claro en todo esto, es que ya no se es más de izquierda en el sentido
de la guerra fría, otros van más allá al afirmar que en términos ideológicos la
forma de ser revolucionario hoy, es ser reformista pues no existen procesos
revolucionarios en el horizonte (Boaventura de Sousa Santos). En el pasado, la
meta desde la izquierda – por lo menos la izquierda marxista- era el socialismo
en cambio hoy, es la lucha por la igualdad, por muchos adjetivos que se
utilicen para etiquetar una posición de izquierdas.
Esa
es la postura de Norberto Bobbio y que sirve según él, para establecer la
verdadera diferencia hoy entre derecha e izquierda, o sea, la forma como se
asuma la lucha a favor de la igualdad y
que sirve de sustento para la razón
reformista lo que obliga a una redefinición de lo que es la izquierda como
fuerza política, sus objetivos y sus métodos. Relacionado con lo anterior, hay
que agregar lo siguiente: la distinción entre derecha e izquierda, también se
manifiesta en el valor que cada una le da a valores como la mencionada igualdad
y la libertad, la derecha siempre ha sostenido que los seres humanos somos
desiguales por naturaleza, en un especie de fatalismo histórico y con respecto
a la libertad, la concibe desde el individualismo que en el plano económico se
manifiesta como la posibilidad de vender su fuerza de trabajo, en cambio, la
cultura de izquierdas concibe la libertad como la posibilidad que tiene el
hombre para emanciparse social e individualmente respecto de cualquier forma de
subordinación.
En
cuarto lugar, otra dificultad que presentan las ideologías hoy, es que frente a
la pérdida de uno de los referentes ideológicos internacionales desde fines del
siglo pasado, la política ya no se organiza únicamente a través de partidos
políticos por lo tanto, hoy se puede decir que con el surgimiento de frentes,
coaliciones y alianzas políticas, desparecieron los partidos ideológicos para
dar lugar a concertaciones programáticas o instrumentales. Para algunos eso es
un defecto de la política actualmente,
para otros puede constituir una virtud, pero más allá de esas
consideraciones, es un condicionante para el perfilamiento ideológico de un
conglomerado conformado por distintas tendencias ideológicas y en el esfuerzo
por darle coherencia y cohesión política, se pierden las distinciones
ideológicas.
Y
entonces, ¿ya no existen las ideologías políticas? Claro que existen por dos
razones no muy fáciles de identificar: la primera, porque la ideología es una
forma de la conciencia por lo tanto no puede desaparecer, puede
modificarse por la realidad que es
cambiante, y la segunda, porque los problemas y las necesidades más urgentes
como la pobreza, el desempleo o las desigualdades no son ideológicos ni teóricos,
son reales. Lo que sí es teórico e ideológico, es observar cómo se abordan y
por supuesto, también es ideológico su origen.
Y,
en el Sur del continente, las fuerzas de izquierdas llegaron al poder porque
los pueblos se hicieron de izquierda? A simple vista sí, pero sí se observa su
ubicación en el espectro ideológico diríamos que no o encontraremos algunos
matices, porque el promedio se ubica el
5,4 de la escala, donde 0 es la izquierda y 10 la derecha, en Venezuela por
ejemplo, donde se supone que hay un proceso revolucionario, el electorado es de
centro porque en las escala se ubica en un 5,5 ligeramente a la derecha[10].
En Bolivia y Ecuador, el MAS y el Movimiento PAIS, son considerados por mediciones
de opinión pública, como de izquierda aunque la población se ubique en el
centro[11].
Ante
estos datos, surge la pregunta ¿y entonces por qué llegaron al poder? Por
muchas razones, algunas ya se han esbozado de manera general aquí, pero también
existen otras interpretaciones que por interés del ensayo, solamente dejaremos
enunciadas.
En
algunos países por acumulación de fuerzas (Uruguay, Brasil, Bolivia, El
Salvador) la izquierda en la medida que participaba en los procesos electorales
denostados en el pasado, fue accediendo progresivamente a instancias de poder
local, regional y nacional lo que le permitió ganar experiencia y mostrarse
como alternativa de poder, en otros, por crisis del sistema político (Ecuador)
donde AP llegó en un tiempo relativamente corto al gobierno.
Otra
explicación adicional, es que la izquierda llega al poder no tanto por el
clivaje derecha/izquierda sino por el de Gobierno/oposición, ya que durante
mucho tiempo los partidos o colaciones de izquierda fueron la verdadera
oposición, coincidiendo con el estancamiento económico de la región (1998-2003)
sin que con ello se quiera identificar un determinismo o relaciones de
causalidad entre una cosa y otra[12].
Y
la última, es que la mayoría de los presidentes que se presentaron a las
elecciones y ganaron, lo hicieron bajo el perfil de anti sistémicos en medio de
un ambiente de descrédito y desprestigio de las instituciones.
Para
terminar, sí asumiéramos una posición de
izquierdas sobre los problemas, ¿a quién nos dirigiríamos a la izquierda o a la
población? Sí la respuesta fuera a la población asumiendo que la izquierda es
parte de la población ¿eso nos identificaría como de izquierdas o más
ampliamente como progresistas? O hablar de anti capitalismo ¿es lo que hace ser
de izquierdas? ¿Cómo se resuelven los problemas? ¿Con etiquetas? Para muestra
un botón: la revolución rusa de 1917, no se hizo con la hoz y un martillo como
bandera política, sino con el lema “Paz, pan y trabajo”.
Por
eso el “Socialismo del Siglo XXI” con todo lo de utopía y aspiraciones que
pueda tener, no posee una elaboración teórica sólida, se parece más a una
argumentación sobre un proyecto político que se desarrolla en un país bajo
condiciones especiales, que a un nuevo modelo de sociedad. Hoy la ideología ya
no gira alrededor de referentes internacionales como ocurrió setenta años atrás,
ahora se trata de idear un tipo de sociedad distinta y eso se hace con trabajo,
con estudio, con formación; llevando lo teórico a la práctica, y eso cómo lo
llamamos, ¿socialismo democrático?
Da
igual el nombre, se trata de resolver los problemas y mientras tanto, seguimos confundidos pensando
que la ideología es una cosa que
tiene nombre y si no, se lo buscamos. Tampoco la política se hace desde
vanguardias, hoy ya no existe el sujeto “proletariado”, incluso la “clase
trabajadora” se encuentra desperfilada totalmente por efectos del proceso
globalizador, en algunos países de nuestra América fue reemplazada como sujeto
político por la clase media o por grupos étnicos y en otros, el sujeto político
es el pueblo en forma de movimientos sociales, de estudiantes y de gente
indignada que ocupa los símbolos del capitalismo, que no del sistema.
[1]
Calderón, F. y Lechner, N. Más allá del
Estado, más allá del mercado: la democracia. Plural, La Paz, Bolivia, 1998.
[2]
Cfr. Torres-Rivas, Edelberto y Gomáriz Moraga, Enrique. ¿Qué significa ser de Izquierda en el siglo XXI? FLACSO, Costa
Rica, Cuaderno de Ciencias Sociales 147, 2007.
[3]
Hernández, Virgilio/Buendía, G. Fernando.
“Ecuador: avances y desafíos de Alianza País.” Revista Nueva Sociedad, No 234, Julio-Agosto,
2011.
[4]
Lomnitz, Claudio. “La izquierda y los contornos de lo público en América
Latina”. Metapolítica, No 57,
enero-febrero, México, 2008.
[5]
De Sousa Santos, Boaventura. Refundación
del Estado en América Latina. Perspectivas desde una epistemología de Sur.
Instituto Internacional de Derecho y Sociedad/Programa Democracia y
Transformación Global. Lima, Perú, 2010.
[6]
Del Rey Morató, Javier. “El vuelo corto y rasante del tero. Cultura política y
constituciones en América Latina”. Nueva
Sociedad, 210, julio-agosto, 2007.
[7]
Torres-Rivas, Edelberto- Gomaríz Mayorga, Enrique. Op. Cit.
[8] Cameron, A. Maxwell. “Reforma Constitucional y
democracia en América Latina en la actualidad” Canadá, 2008.
[9]
Véase: Suazo Rubí, Sergio. Auge y Crisis Ideológica del Partido
Liberal. 100 Años. Alin Editora S.A. Tegucigalpa, 1991.
[10]
Panizza, Francisco. “Nuevas Izquierdas y Democracia en América Latina.” Revista CIDOB d´AFERS INTERNATIONALS, N0 85-86,
Barcelona, 2009.
[11]
Alcántara Sáez, Manuel. “La escala de la izquierda. La ubicación ideológica de
presidentes y partidos de izquierda en América Latina”. Nueva Sociedad. No 217, septiembre-octubre, 2008.
[12]
IDEM