lunes, 30 de abril de 2012

Refundación, proceso constituyente e ideología.

Discurso y realidad 



 “No se puede corregir a la naturaleza/

palo que nace doblado/ jamás su tronco
endereza”
Willie Colon (“El gran varón”)

Refundación: un concepto elusivo.



Es ya un lugar común, afirmar que América Latina además de ser considerada el sub continente de “la esperanza”, también es la zona del mundo donde se puede observar la renovación de la política luego del descrédito a que fue sometida por el pensamiento único impuesto por la ideología neoliberal, que hegemonizó durante casi dos décadas, el discurso político y económico  en el que se presentaba el futuro a partir de un único horizonte, después de la “derrota ideológica” que la izquierda había sufrido en Europa.
El “triunfo” político del neoliberalismo, sobre todo después del desaparecimiento de los “socialismos reales” a finales del siglo pasado, presentó a la llamada “democracia liberal” como el lugar al que el ser humano podría aspirar finalmente en términos de orden social, en el cual se realizarían plenamente sus aspiraciones individuales, y, en esa estrategia, el credo neoliberal “toma el mercado por el principio constitutivo de la organización social… y por sobre todo la instauración de una verdadera sociedad de mercado… es decir, una sociedad donde los criterios propios de la racionalidad del mercado – competitividad, productividad, rentabilidad, flexibilidad, eficiencia- permean todas la es esferas, incluido el ámbito político…”[1].  En términos sencillos, el mercado condiciona la política, y por ende a la democracia también, eran los tiempos donde la política no importaba y se anunciaba el “fin de las ideologías” - anuncio recibido con alegría por quienes piensan que los problemas de un país se resuelven en una cámara de comercio-  que por lo demás, lleva a la despolitización de las sociedades, se desconfiaba de los proyectos colectivos, se reflota la “sociedad civil” como alternativa a la política y todo ello, desemboca en la crisis de ésta última.
No se puede olvidar en todo este contexto, el papel que neoliberalismo le asigna al Estado: de subsidiaridad, en un enfoque que lo reduce al mínimo  para liberar con ello, “las fuerzas creadoras del mercado y levantar los controles que abrirán las economías nacionales al mercado global” dejando a los sectores más pobres, al “sálvese quien pueda”.
Al cabo de casi dos décadas de políticas neoliberales, las cuentas no cuadran para las grandes mayorías, el modelo del “chorreo” sólo produjo más desigualdades y una concentración de la riqueza que convirtió a la región latinoamericana, en la más desigual del mundo que de acuerdo a datos de la CEPAL, en cifras absolutas, se ha producido un aumento en el número de pobres aunque se redujo levemente el número de hogares viviendo bajo la línea de pobreza.
Más allá de las cifras frías, que no es cosa menor, el gran y verdadero fracaso del neoliberalismo en Latinoamérica está en que no pudo hacer del mercado, el único mecanismo ordenador de las sociedades y de los individuos lo que tampoco significa que deba ser sustituido por el Estado para la asignación de recursos, pero el mercado sí debe estar sometido a criterios públicos como el bien común[2]. La crisis financiera internacional de 2009, puso de relieve este criterio, al ser el Estado, quien saliera en “rescate” de quienes paradojalmente, habían producido la crisis llevándose de encuentro a los ciudadanos.
Sumado a la brecha entre ricos y pobres, a mediados de los años 90s se comienza a percibir un malestar social que se refleja en la no correspondencia entre las expectativas y la realidad expectativas creadas artificiosamente a partir de la capacidad de consumo que la gente supuestamente adquiriría, con el “éxito del modelo” por la vía del “chorreo” o de el “capitalismo popular”.
Paralelo al deterioro de las condiciones de vida de millones de latinoamericanos, se producía el deterioro de la política y de sus instituciones: los  partidos políticos, parlamentos y por supuesto los políticos ubicándose éstos últimos, en la escala más baja de las valoraciones que hacen los ciudadanos sobre actores e instituciones, según distintas encuestas de opinión. La política había perdido su centralidad y capacidad que debe tener sobre todo, con respecto de la economía; los mismos organismos internacionales que lustros atrás se habían decantado por políticas de mercado colocando a la política en un segundo plano, ahora llegaban a la conclusión que –con un poco de sonrojo-  “la política sí importa” como lo dejaron de manifiesto en estudios encargados por ellos mismos como los del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o los estudios del PNUD, en los que además, se revaloriza el papel del Estado, ese ente que la ideología neoliberal consideraba como “un problema” y, por lo tanto, innecesario.
En este ambiente, el descontento se apoderaba de importantes sectores sociales en la mayoría de los países latinoamericanos, en busca de una “alternativa” política para superar los inmensos y profundos daños que en general dejaron las políticas neoliberales, que ya para el año 2002, se consideraban fracasadas porque las fuerzas de izquierda se encargaron de hacer trizas el llamado “Consenso de Washington”, fuente ideológica de dichas políticas. Progresivamente, fueron apareciendo las “alternativas” en forma de liderazgos carismáticos unas, y otras, como coaliciones políticas amplias que aglutinaron a las fuerzas progresistas y sectores de “centro” identificados también, como independientes.
Para efectos de éste ensayo, nos centraremos en los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador por considerar que se trata de proyectos políticos disruptivos que han modificado la política, las instituciones y sobre todo, el nivel de participación de sus respectivos pueblos lo que ha dado lugar entre otras cosas, a que se hable de procesos re-fundacionales en los que se recurre a historias truncadas, aspiraciones, rechazos, simbolismos etc. como parte del nuevo perfil de un sector de la llamada “nueva izquierda” latinoamericana, pero también como una aspiración de reconstruir y rectificar la historia.
Primeramente, en vista que no existe el término refundación como categoría analítica, hemos recurrido a su etimología; dice que refundar viene del latín fundare, que significa fundamentar, establecer, asentar y que el prefijo re, sirve para afirmar algo, una idea por ejemplo. Por otro lado, el término refundación puede ser usado para referirse  a la renovación de lo que ya existe, sea de manera teórica o práctica. De lo anterior, se puede colegir que el término puede utilizarse en distintos ámbitos: por ejemplo, Klaus Schwab, profesor de economía, fundador del Foro de Davos en 1971, ha admitido que “el capitalismo, bajo la forma actual, ya no tiene lugar en el mundo que nos rodea… que se necesita una transformación mundial urgente… con el establecimiento de una forma de responsabilidad social”. Lo que dice éste profesor en el fondo, es que el capitalismo requiere ser modificado no sustituido como algunos pensaron sobre todo, luego de la última crisis financiera internacional; es decir, necesita ser re fundado.
En otro ámbito, se habla de refundar la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para convertirla en una organización que represente los intereses de todos los países que la conforman, y no los intereses de los países que tiene el control sobre el Consejo de Seguridad,  para ello, plantean los que así piensan, darle más protagonismo a la Asamblea General y ampliar los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, modificando la Carta de Naciones Unidas. O sea, refundar esa organización.
También se puede aplicar el término a la esfera de la política, así, se habla de refundar la democracia porque en ella han quedado relegados los ciudadanos a favor de grupos económicos y el mercado. Se han eliminado los controles y regulaciones para dar rienda suelta al egoísmo como en la crisis inmobiliaria en Estados Unidos, donde a los ciudadanos se les ofrecían créditos aún sin tener la capacidad de pago, y éstos, los aceptaban desaprensivamente. Se puede apreciar cómo la democracia está sometida a los mercados, el ejemplo de Grecia en la actualidad grafica claramente la afirmación, un gobierno elegido democráticamente, fue sustituido por los mercados.
Como se puede apreciar, la refundación es más una aspiración - legítima por demás – de ciertos grupos políticos y sociales, de la misma forma que lo fue luego de la independencia de los países latinoamericanos, en los que, grupos ilustrados, plantearon intentar rehacer los países sobre todo luego de una crisis. Hay quienes plantean que en Latinoamérica se puede hablar de dos momentos de fundación: uno, “cuando en el siglo XVI se conformó la sociedad hispano-indio-negra de la que provienen la mayoría de las sociedades de la región”  y dos, cuando se produce la independencia en el siglo XIX de la mayoría de las ex colonias y de esos dos momentos, surge lo que posteriormente se denominará, “la clase dirigente integrada por peninsulares y criollos”.
Pues bien, los procesos políticos que tienen lugar en los países mencionados están basados – con las especificidades de cada caso- en un discurso que articula rechazo a lo existente con una propuesta de futuro, en Venezuela por ejemplo, los componentes ideológicos con los que Hugo Chávez por primera vez gana una elección en 1997, estaban basados y siguen estándolo en lo fundamental, en el anti neoliberalismo, oposición a la apertura petrolera, rechazo a las privatizaciones, ataque a la corrupción y al sistema de partidos, y, desde luego, en la convocatoria a una nueva Asamblea Nacional Constituyente para elaborar una nueva Constitución que modifique no sólo las reglas del juego que según él, ya no correspondían a la nueva realidad de su país, sino, que establezca bases nuevas para un proyecto político impulsado por las fuerzas que representa.
Sí vemos el caso de Bolivia, encontramos elementos comunes y otros que son claramente distintos: la irrupción de la etnicidad resulta decisiva políticamente, el indigenismo desplaza a la clase obrera y a la clase media como actores principales, se produce también una modificación del monopolio de la representación que conservaban los partidos políticos a favor de los movimientos campesinos e indígenas. Sobre esa base, el discurso ideológico adquiere un tinte nacionalista, está presente el indianismo, se rescata el concepto de pueblo y también,  la aspiración de tener una nueva Asamblea Nacional Constituyente.
Por último, en Ecuador, el protagonismo indígena  se evidenció en acontecimientos que marcaron la vida política de ese país, como por ejemplo en el derrocamiento del presidente Jamil Mahuad en el año 2000 y en el de Lucio Gutierréz en 2005. Aquí también está presente el rechazo a la “partidocracia” o sea el sistema político tradicional de Ecuador que se repartía el poder  incorporando en ello, a veces, a ciertos grupos sociales e indígenas que luego no acompañaban; como eje central del discurso ideológico de las fuerzas de izquierda vemos la reivindicación de la ciudadanía política en oposición a los partidos políticos y a los políticos, el papel redistributivo del Estado, la conquista de la igualdad y la equidad, el fortalecimiento de la democracia participativa y sin faltar, una nueva Constitución política.
Una característica común en estos procesos, es que la fuerza que  sirve de soporte político a los intentos de transformación de las sociedades,  no es un partido político, sino, una conjunción de movimientos sociales, pequeños partidos, grupos organizados e independientes que se aglutinan formalmente en un partido, sin serlo. Ello tiene dos explicaciones sencillas, una, se debe a la irrupción de nuevos actores en la política y dos, es que el discurso de estas fuerzas siendo oposición, estaba centrado precisamente como se ha dicho aquí, en la crítica al sistema de partidos y su desprestigio; como ejemplo de lo anterior se puede mencionar que en el caso de Alianza País (AP) de Ecuador (actualmente en el poder) en su Primera Convención Nacional en noviembre de 2010, rechazó mayoritariamente la propuesta de una delegación de constituirse en partido,  para  no identificarse con la tradición de  desprestigio de los partidos tradicionales que los ha llevado casi a su desaparición, mantenerse como movimiento[3] y ser coherente con su discurso político.
Pues bien, la idea de refundación con todo lo elusivo  que es, se instaló en el discurso de las fuerzas que la impulsan, homologándola con otra de uso recurrente en sociedades sometidas a fuerzas internas o externas, ya sea en forma de grupos oligárquicos o de dependencia internacional: la idea de redención nacional, de ahí que sea común la frase “somos un país irredento” para referirse a lo dicho anteriormente. Cada uno de los países mencionados encontró en la historia su propia redención:  en Venezuela, en el momento de la fundación del Estado- nación bajo la impronta de Simón Bolívar, 200 años antes, en Bolivia, en la rectificación de 500 años de imposición, sometimiento y humillación colonial de blancos sobre los indígenas, en México, el PRD en sus orígenes, recurre la exaltación de lo hecho por el gobierno de Lázaro Cárdenas en materia de reforma agraria y la nacionalización del petróleo, en Ecuador, la reconstrucción de la cosmovisión indígena sobre la relación armoniosa del hombre con la naturaleza y la convivencia social[4].
Este fundacionismo como lo llama Claudio Lomnitz, retoma las esperanzas del futuro ya sea en logros del pasado que desea darle continuidad bajo otras formas, o como aspiraciones truncadas en distintas épocas de la historia. Un elemento común en el discurso de la refundación  - por cierto, dejado de lado en la actualidad-  es la irrupción nuevamente del nacionalismo que paradojalmente, su origen  no se encuentra  en la cultura política de las izquierdas latinoamericanas.
Vista así, la refundación sería el resultado de una serie de decisiones tomadas desde el ámbito político con implicaciones económicas, sociales y culturales destinadas a la modificación de las relaciones sociales establecidas desde determinada correlación de fuerzas, en las que, una fuerza es capaz de imponer democráticamente a la sociedad, su propio proyecto político que en el caso latinoamericano, esto tendría lugar por medio de una ANC que redacte una nueva Constitución en la que se plasmen los ejes básicos del nuevo proyecto  al que se aspira en forma de pacto social.
Sin embargo, en un análisis más fino, cuando se habla del tema, se requiere aclarar y precisar que en verdad se está refiriendo a la refundación del Estado y aún más, que la refundación  para que sea tal cosa, debe ir más allá de la visión que el neoliberalismo tiene del Estado en cuanto a su funcionamiento en términos de eficiencia de su aparato burocrático, su tamaño,  políticas de redistribución de riqueza sobre todo a los sectores más vulnerables, la búsqueda de asociación entre el sector público y privado para la prestación de ciertos servicios etc.,  porque  todo ello, es visto más como una cuestión meramente técnica que bajo el principio de cohesión social por ejemplo. En un sentido opuesto, la refundación consistiría más bien, en cambiarle la racionalidad al Estado construida desde abajo y bajo un nuevo constitucionalismo que incorpore de una manera distinta los territorios, las comunidades, los grupos sociales, las etnias, que políticamente rebase los límites que la visión liberal le impuso por más trescientos años [5].
Muchos aspiran a que ésta refundación con todas las complejidades que conlleva, tenga en un proceso constituyente, su correlato político más importante no solamente por la legitimidad, también por el simbolismo político que contiene sin desconocer sus limitaciones. De eso nos ocupamos en el siguiente apartado.



Una nueva Constitución. Ni todo brilla, ni todo es oro.
Desde la época posterior a la independencia, en América Latina  luego de una crisis política provocada ya sea por las instituciones del sistema o por los actores sociales, la racionalidad política se ha dirigido a superar la crisis a través de la modificación de la situación que la originó, recurriendo casi siempre, al argumento del agotamiento de las reglas establecidas constitucionalmente y por lo tanto, deben ser modificadas en una ANC.
Aquí se sustenta que si bien es cierto, una nueva Constitución es una herramienta política muy poderosa sobre todo dentro un discurso fundacionista, y que en determinadas circunstancias ha servido para establecer derechos, ampliar las libertades y establecer nuevos pactos sociales para dar estabilidad social, también se debe tener cuidado en creer que una nueva constitución garantiza las transformaciones a las que se aspira.
La experiencia reciente en ésta materia, muestra que la reforma o una nueva Constitución representa un deseo o anhelo de volver a empezar para aspirar a una vida mejor, que algunos países muestran avances sobre todo en materia social, pero los problemas que la originaron, continúan presente en gran medida: la exclusión social, la pobreza, la corrupción, la seguridad pública etc. y, los líderes políticos responsables, deben estar conscientes de éstas limitaciones para no crear falsas expectativas y poder cumplir su palabra, y no ofrecer resultados que no están en capacidad de dar como lo hicieron por décadas, los partidos del viejo y desacreditado sistema político que imperó en muchos países latinoamericanos.
Una breve mirada histórica nos permite encontrar el origen de éste tema;  se inscribe dentro de la cultura política latinoamericana que a su vez encuentra su origen en la influencia cultural española, y el papel que ha jugado en la historia constitucional de la región. En efecto, hay autores que explican el tema a partir del análisis de la modernidad y el papel del pensamiento ilustrado en la formación de sociedades democráticas, estables e igualitarias ya que proporcionó la base filosófica de cómo debe funcionar un gobierno (Fernando Iwasaki).
Como se sabe, la modernidad no sólo es una época, es una nueva forma de pensamiento, trajo consigo lo que en su tiempo se denominó la nueva ciencia, introdujo categorías de pensamiento que modificaron las concepciones del mundo y del hombre, creó nuevos valores y desde luego nuevas libertades que habían sido anuladas durante el ancien régimen. Todo esto crea la posibilidad de introducir nuevos cambios en el sistema político a través de la influencia de los ciudadanos, como en efecto ocurrió. Para el autor mencionado (Iwasaki), hay una serie de hechos que hicieron posible que muchos países occidentales evolucionaran hacia sistemas políticos modernos: el derrocamiento del sistema feudal, el movimiento de reforma religiosa, una revolución industrial y una revolución ideológica.
De acuerdo al autor, ninguno de estos factores llegó a España, por deducción lógica se llega a que tampoco la modernidad; no tuvo un verdadero sistema feudal por la invasión musulmana,  tampoco una reforma religiosa por cuanto era un bastión del catolicismo mientras en el resto de Europa trataban de cambiarlo, no vivió una industrialización ni tampoco una reforma ideológica liberal que la transformara en una verdadera república, al contrario, optó por fortalecer la monarquía tradicional.
De lo anterior se concluye que al no contar España con experiencias modernizadoras, tampoco América Latina podía tenerlas. La relación entre España y América Latina a través del legado colonial, tiene mucha influencia en las fundaciones políticas e ideológicas como las Constituciones políticas de esta parte del continente, mientras que en el norte anglosajón, la  historia y matriz cultural son  diferentes.
Otros autores coinciden en que la influencia española es fundamental para entender el tema, tal es el caso de Octavio Paz y Arturo Uslar Pietri. El primero piensa que esta tendencia latinoamericana de modificar las constituciones, está en la influencia de las ideas de la Enciclopedia o lo que llama “su optimismo ingenuo” en creer que las leyes cambiaran la realidad, mientras que el segundo, lo achaca al viejo nominalismo de la colonización en el que la cosa y el nombre no tenían por qué corresponder[6].
Ambos, sostienen que los latinoamericanos somos más dados a creer en artilugios jurídico-políticos que en la realidad como producto de una herencia cultural afincada en una concepción que primero le da nombre a las cosas antes que estas existan, al contrario del mundo anglosajón que primero creó la sociedad y después le dio leyes, primero crearon los Estados y luego las constituciones.
En filosofía esto se llama nominalismo como ya se dijo, o sea, aquella corriente escolástica que elimina la realidad de las cosas abstractas en la que la cosa no se corresponde con el nombre y que trasladado al mundo de la política, se puede expresar de la siguiente manera: los Estados son una cosa y las constituciones son otra.
El ejemplo más cercano a nosotros es la independencia, salida de la creencia ilimitada en una ideología que en Europa había imaginado las instituciones que después reproduciríamos en Latinoamérica  sin que estas tuvieran mucho que ver con la realidad, lo que llevó a la creencia que proclamar la independencia era la independencia. “La independencia cambió el régimen político pero no la realidad” (Octavio Paz).
Mientras, en el mundo anglosajón- que por lo demás tiene la impronta de la reforma religiosa- a las formas de vida desarrolladas sobre todo por las comunidades religiosas conservadoras (que en palabras de Noam Chomsky fueron las fundadoras de Estados Unidos) cuando adquieren determinada  autonomía, se le da cierto orden político y valores como la libertad, y, después, se establecen normas para regular esa libertad.
En esta forma de construcción de la realidad y el pensamiento, la Constitución viene a ser un efecto y no causa de una cultura basada en una realidad preexistente.
Lo que los autores aquí mencionados tratan de explicar es que mientras Estados Unidos nació de la reforma religiosa, de la Ilustración (revolución ideológica) de las ideas de Montesquieu quien postulaba que la forma de controlar un poder excesivo, sin destruirlo, es otra fuente de poder - contrario de la Revolución Francesa que venía saliendo de un monarca absoluto como fuente de poder y de la ley- los latinoamericanos nacimos de la contra reforma y la neo escolástica, es decir, de espaldas al mundo moderno que emergía.
En ello, estaría –en parte- la explicación a esta tendencia de la cultura política latinoamericana de recurrir a la constitución para tratar de resolver los problemas de sus sociedades. O sea, según éste enfoque, la matriz cultural sería determinante en el rumbo de nuestra historia, que también está presente en las instituciones que diseñamos, en la institucionalidad que de ellas se deriva y que en el caso hondureño, es prácticamente inexistente.
Por otro lado, existen otros análisis  más recientes que explican la necesidad de una nueva Constitución a partir de lo consideran fracaso o limitaciones que presenta el sistema de partidos y la democracia liberal, sobre todo, al cuestionamiento que hacen del tema de la representación política como desvalorización de la democracia, frente a la postura que habría que sustituirla por una democracia participativa. Este cuestionamiento, proviene directamente de la crisis de la política y de la importancia que cobró la sociedad civil, entendida ésta, como aquel espacio donde actúan las organizaciones que la conforman, en el que claramente, sin pretender sustituirlos, rivalizaban con los partidos políticos en algunas de sus funciones.
Ahora bien, es cierto que es deseable que haya mucho más participación en los asuntos públicos, es decir de todos, pero no es posible sustituir la representación por cuanto se dañan los mecanismos que hacen posible que la ciudadanía activa es decir participativa, pueda expresarse, por ejemplo, los procesos electorales que representan la posibilidad que esa participación se manifieste, pues de lo contrario, se tendría que buscar otro mecanismo de participación; ¿el asambleísmo? Claramente que no es el mejor sistema para que la participación se manifieste.
Sí sabemos, que el origen de los problemas de la democracia representativa está en las instituciones del sistema, se impone como parte de la lucha política de las izquierdas mejorar y sanear los mecanismos por medio de los cuales la ciudadanía expresa su voluntad, porque entonces resulta imposible pensar en una democracia donde millones de personas se unen para alzar la voz o la mano públicamente como señal de su participación.
Frente a esto, la izquierda más izquierda ha respondido tradicionalmente que se trata de la “democracia burguesa” lo que es cierto, pero que perdió validez histórica. Sí recordamos, desde mediados del siglo XIX, fue la clase obrera los trabajadores (convertidos después en proletariado por Lenin) los que más lucharon junto con otras fuerzas progresistas en contra de la “democracia burguesa” pues se trataba, de un sistema elitista y censitario como los que hubo en la mayoría de los países europeos y que luego fueron implados en zonas como América Latina. Consistía en discriminar por sexo o por condición social quienes podrían participar en ella y sobre todo, con derecho a ejercer el sufragio: los que supieran leer y escribir, los que tuvieran propiedad o los que tuvieran un título nobiliario como en Europa y en todos los casos, quedaban excluidas las mujeres. Le correspondió al movimiento obrero luchar contra la “democracia burguesa” hasta convertirla en una democracia de masas con sufragio universal y representación pluralista, a inicios del siglo XX[7]. En conclusión, se trata a nuestro juicio, de articular esas dos dimensiones de la democracia en la que ambas interactúen sin la exclusión mutua porque forman parte del mismo sistema.
Sí volvemos al tema de los procesos constituyentes, nos encontramos que su objetivo es mejorar la democracia y eso que en ciertas culturas altiplánicas de Sud América llaman “el buen vivir”. Pero también se debe reconocer como se ha dicho aquí, que dichos procesos están sucediendo en sociedades donde el funcionamiento institucional es muy débil, las crisis sociales son recurrentes, el nivel de desarrollo material es bajo (aún poseyendo muchas riquezas naturales) y el sistema político desacreditado, ineficiente y corrupto o sujeto de serlo.
Al asumir que la refundación pasa por una nueva Constitución, en las que se fijan las nuevas reglas de funcionamiento de la sociedad, se debe tener presente que se requiere tener una fuerza política que la haga posible o estar dispuesto como parte de una estrategia, a llevar a cabo alianzas con otros sectores que también comparten los propósitos entre los que destaca además de los ya mencionados, reforzar y profundizar el Estado de Derecho, ampliar la democracia y la construcción de una democracia más inclusiva, menos desigual, pluralista y más tolerante.
En las nuevas Constituciones que se han redactado en Venezuela, Bolivia y Ecuador, es observable la incorporación de nuevos derechos, aspiraciones, grupos sociales excluidos desde siempre, la reivindicación de los llamados pueblos originarios, ampliación de la democracia por medio de otras formas de participación como la denominada “democracia directa” (consultas populares), el reguardo de los recursos naturales, la reformulación de un nuevo sistema económico etc.
Sin embargo, esas Constituciones no son lo suficientemente radicales como proponer modificar el sistema político a favor de uno distinto, como por ejemplo, sustituir el modelo presidencialista por un sistema parlamentario lo que indica que en fondo las antiguas Constituciones han sido sometidas a reformas,[8] por la vía de una ANC y no por las otras que contemplan las mismas constituciones.
Esta última observación es importante tener en cuenta para establecer de los límites que pueden tener los cambios constitucionales, ya sea en una reforma o en un cambio total de la Constitución. Además, se deben tener claras las justificaciones políticas para aspirar a un cambio constitucional, el consenso político para realizarlo, sus alcances y profundidad. Por último, hay quienes sostienen que el tipo de constitución no importa tanto, como el grado de conformidad que haya sobre ella, vale decir, los apoyos, acuerdos y desde luego, la aprobación ciudadana que es donde encuentra su máxima legitimidad política.

La construcción ideológica
Este apartado tiene el propósito de señalar algunas claves desde la que hoy se puede abordar el tema ideológico, como sustento de un proyecto político alternativo de un partido o una colación política, basado en elementos como los mencionados en los dos apartados anteriores. Por esa razón, no recurriré a conceptos ni definiciones que del término ideología se han dado desde que  Destutt de Tracy usó el término por primera vez en 1801 para referirse a la formación de las ideas[9]. Estoy cierto que puede haber otras, por eso me limitaré a mostrar algunas.
En primer lugar, la ideología – no como conjunto de ideas- sino como discurso que se elabora para darle fuerza a aquello que no la tiene, requiere de unas determinadas condiciones para desplegarse o de otro modo, construirse artificiosamente. En el terreno político por ejemplo, y hablando de órdenes sociales, la aspiración al desarrollo económico está ligado de forma causal a la democracia, idea que por cierto, se estableció como una especie de lugar común en los cientistas sociales de América Latina, desde finales de los años cincuenta del siglo pasado. Ese planteamiento, se interroga hasta qué punto es posible que la democracia se desarrolle y se consolide en sociedades marcadas por la pobreza y las desigualdades, aún con la existencia de países subdesarrollados pero que han alcanzado un alto grado de institucionalización democrática. El desarrollo económico o el combate a la pobreza más la profundización democrática, constituyen los ejes fundamentales de cualquier proyecto de sociedad alternativo, inclusivo y progresista; acompañado de otros como la independencia como nación, sus relaciones externas y su vinculación con el mercado global, por más que algunos renieguen de ello.
En segundo lugar, en  ese intento, la mayoría de los países latinoamericanos vienen tratando de crear un “modelo” alternativo al que impuso el neoliberalismo, y por eso, se habla de una época post-neoliberal, que es donde nos encontraríamos hoy, con los proyectos sociales que se desarrollan en América del Sur. Cómo se vio en el primer apartado, cada país encontró un camino en la denominada “ola de la izquierda” como se conoce el ascenso al poder de fuerzas que llamaríamos genéricamente, gobierno progresistas por su heterogeneidad.
Cuando se estudia esos procesos, efectivamente se observa más que su ideología, sus políticas que es lo que nos permite ver la identidad política e ideológica de los gobiernos y de las fuerzas de donde provienen. Sí esos gobiernos corresponden a la época post neoliberal, lógicamente hablamos de gobiernos de izquierda con las variantes de ese concepto y la no uniformidad del mismo.
Ahora bien, si son fuerzas distintas a la que gobernaron la región hasta finales de los años 90s, entonces podemos hablar de la oposición derecha/izquierda, clivaje que por demás, ha sido puesto en duda en varias ocasiones sobre todo, luego que se dio por finalizada la historia. Es archiconocido el origen de esa díada, proviene del lugar donde se sentaron los sectores más radicales durante las asambleas que surgen con la Revolución Francesa, los grupos se ordenaron según sus pisturas en torno a la formación de un nuevo modelo de sociedad; los más conservadores a la derecha y los más progresistas a la izquierda. Cabe hacer notar que entre estos últimos, hubo diferencias importantes entre sí, respecto de las atribuciones del Estado, lo que puede llevar a decir que la izquierda nació dividida o que siempre ha habido distintas posiciones de izquierda, lo que sería el origen de las izquierdas en plural, que es la denominación correcta de usar.
Hay quienes se preguntan qué es ser de izquierda en la actualidad, sobre todo, en tiempos que también se dio por muertas a las ideologías. En el caso de fuerzas políticas que se autodefinen como de izquierdas o progresistas, les resulta difícil identificarse ideológicamente más aún cuando las políticas de gobierno a veces se confunden entre sí se les puede considerar de izquierda; hay unas que son percibidas como claramente de izquierda, por ejemplo, asignarle al Estado un papel preponderante en la sociedad y otras que son pro-mercado para fines de izquierda como combatir las desigualdades sociales, el caso de Chile, es paradigmático.
En tercer lugar, ¿Cómo se construye una ideología política? O como aquí se sostiene ¿cómo se elabora un discurso ideológico? Menuda pregunta!  Como se dijo líneas atrás, se necesita una realidad sobre la cual desarrollar el discurso, en éste caso puede ser el Estado y la visión que se tenga de él, también el mercado, la política o la misma democracia y sin olvidar, los valores que sustenta el grupo o la clase que los impone al resto de la sociedad.
Por ejemplo, la ideología conservadora que se encuentra a la base del discurso neoliberal, está sustentada en hacer del mercado el principio ordenador de la sociedad, el Estado es visto como un problema por lo tanto hay que reducirlo al mínimo y ni siquiera debe regular porque eso en la visión neoliberal, también es considerado como una forma de intervención, lo que contradice a esa ideología, también cree  que se deben conservar a toda costa los valores tradicionales de la sociedad como la familia, por eso se opone al matrimonio entre las personas del mismo sexo, se opone a políticas de control natal y opciones como la llamada “píldora del día después” por considerar que atenta contra la vida etc.
Sobre esos temas y otros, se articula el discurso ideológico de la derecha política, y cualquier otro que se aparte de esas concepciones, lo considera opuesto o de izquierda. Lo mismo ha ocurrido con los proyectos de cambio en los países sudamericanos, sólo que desde concepciones distintas sobre los mismos temas y cuando de definiciones identitarias se trata, más que las auto referencias, lo que cuenta es lo relacional es decir, mi identidad es diferente en relación a la del otro.
Y, los partidos políticos ¿cómo se definen ideológicamente sobre todo aquellos que se consideran progresistas? Más que eso, de lo que se trata es de despejar un asunto que ya no sirve para sustentaciones ideológicas: la vieja dicotomía entre reforma y revolución como sustento político del cambio social. En su definición política se pueden encontrar algunos elementos que sirven para identificar los contornos ideológicos de un partido: unos se autodefinen como de izquierda a secas, propugnan el socialismo, otros, se asumen de izquierda democrática, es decir, socialdemócratas, algunos, además de izquierda, anti capitalistas, anti imperialistas etc. pero la dificultad está en que muchos de ellos cuando llegan al gobierno, tienen serias dificultades para mostrarse como lo que dicen que son, por las políticas que la realidad les obliga a implementar y que son distintas a su propia autodefinición.
Lo que sí es claro en todo esto, es que ya no se es más de izquierda en el sentido de la guerra fría, otros van más allá al afirmar que en términos ideológicos la forma de ser revolucionario hoy, es ser reformista pues no existen procesos revolucionarios en el horizonte (Boaventura de Sousa Santos). En el pasado, la meta desde la izquierda – por lo menos la izquierda marxista- era el socialismo en cambio hoy, es la lucha por la igualdad, por muchos adjetivos que se utilicen para etiquetar una posición de izquierdas.
Esa es la postura de Norberto Bobbio y que sirve según él, para establecer la verdadera diferencia hoy entre derecha e izquierda, o sea, la forma como se asuma la lucha a  favor de la igualdad y que sirve de sustento para la razón reformista lo que obliga a una redefinición de lo que es la izquierda como fuerza política, sus objetivos y sus métodos. Relacionado con lo anterior, hay que agregar lo siguiente: la distinción entre derecha e izquierda, también se manifiesta en el valor que cada una le da a valores como la mencionada igualdad y la libertad, la derecha siempre ha sostenido que los seres humanos somos desiguales por naturaleza, en un especie de fatalismo histórico y con respecto a la libertad, la concibe desde el individualismo que en el plano económico se manifiesta como la posibilidad de vender su fuerza de trabajo, en cambio, la cultura de izquierdas concibe la libertad como la posibilidad que tiene el hombre para emanciparse social e individualmente respecto de cualquier forma de subordinación.
En cuarto lugar, otra dificultad que presentan las ideologías hoy, es que frente a la pérdida de uno de los referentes ideológicos internacionales desde fines del siglo pasado, la política ya no se organiza únicamente a través de partidos políticos por lo tanto, hoy se puede decir que con el surgimiento de frentes, coaliciones y alianzas políticas, desparecieron los partidos ideológicos para dar lugar a concertaciones programáticas o instrumentales. Para algunos eso es un defecto de la política actualmente,  para otros puede constituir una virtud, pero más allá de esas consideraciones, es un condicionante para el perfilamiento ideológico de un conglomerado conformado por distintas tendencias ideológicas y en el esfuerzo por darle coherencia y cohesión política, se pierden las distinciones ideológicas.
Y entonces, ¿ya no existen las ideologías políticas? Claro que existen por dos razones no muy fáciles de identificar: la primera, porque la ideología es una forma de la conciencia por lo tanto no puede desaparecer, puede modificarse  por la realidad que es cambiante, y la segunda, porque los problemas y las necesidades más urgentes como la pobreza, el desempleo o las desigualdades no son ideológicos ni teóricos, son reales. Lo que sí es teórico e ideológico, es observar cómo se abordan y por supuesto, también es ideológico su origen.
Y, en el Sur del continente, las fuerzas de izquierdas llegaron al poder porque los pueblos se hicieron de izquierda? A simple vista sí, pero sí se observa su ubicación en el espectro ideológico diríamos que no o encontraremos algunos matices,  porque el promedio se ubica el 5,4 de la escala, donde 0 es la izquierda y 10 la derecha, en Venezuela por ejemplo, donde se supone que hay un proceso revolucionario, el electorado es de centro porque en las escala se ubica en un 5,5 ligeramente a la derecha[10]. En Bolivia y Ecuador, el MAS y el Movimiento PAIS, son considerados por mediciones de opinión pública, como de izquierda aunque la población se ubique en el centro[11].
Ante estos datos, surge la pregunta ¿y entonces por qué llegaron al poder? Por muchas razones, algunas ya se han esbozado de manera general aquí, pero también existen otras interpretaciones que por interés del ensayo, solamente dejaremos enunciadas.
En algunos países por acumulación de fuerzas (Uruguay, Brasil, Bolivia, El Salvador) la izquierda en la medida que participaba en los procesos electorales denostados en el pasado, fue accediendo progresivamente a instancias de poder local, regional y nacional lo que le permitió ganar experiencia y mostrarse como alternativa de poder, en otros, por crisis del sistema político (Ecuador) donde AP llegó en un tiempo relativamente corto al gobierno.
Otra explicación adicional, es que la izquierda llega al poder no tanto por el clivaje derecha/izquierda sino por el de Gobierno/oposición, ya que durante mucho tiempo los partidos o colaciones de izquierda fueron la verdadera oposición, coincidiendo con el estancamiento económico de la región (1998-2003) sin que con ello se quiera identificar un determinismo o relaciones de causalidad entre una cosa y otra[12].
Y la última, es que la mayoría de los presidentes que se presentaron a las elecciones y ganaron, lo hicieron bajo el perfil de anti sistémicos en medio de un ambiente de descrédito y desprestigio de las instituciones.
Para terminar,  sí asumiéramos una posición de izquierdas sobre los problemas, ¿a quién nos dirigiríamos a la izquierda o a la población? Sí la respuesta fuera a la población asumiendo que la izquierda es parte de la población ¿eso nos identificaría como de izquierdas o más ampliamente como progresistas? O hablar de anti capitalismo ¿es lo que hace ser de izquierdas? ¿Cómo se resuelven los problemas? ¿Con etiquetas? Para muestra un botón: la revolución rusa de 1917, no se hizo con la hoz y un martillo como bandera política, sino con el lema “Paz, pan y trabajo”.
Por eso el “Socialismo del Siglo XXI” con todo lo de utopía y aspiraciones que pueda tener, no posee una elaboración teórica sólida, se parece más a una argumentación sobre un proyecto político que se desarrolla en un país bajo condiciones especiales, que a un nuevo modelo de sociedad. Hoy la ideología ya no gira alrededor de referentes internacionales como ocurrió setenta años atrás, ahora se trata de idear un tipo de sociedad distinta y eso se hace con trabajo, con estudio, con formación; llevando lo teórico a la práctica, y eso cómo lo llamamos, ¿socialismo democrático?
Da igual el nombre, se trata de resolver los problemas y  mientras tanto, seguimos confundidos pensando que la ideología es una cosa que tiene nombre y si no, se lo buscamos. Tampoco la política se hace desde vanguardias, hoy ya no existe el sujeto “proletariado”, incluso la “clase trabajadora” se encuentra desperfilada totalmente por efectos del proceso globalizador, en algunos países de nuestra América fue reemplazada como sujeto político por la clase media o por grupos étnicos y en otros, el sujeto político es el pueblo en forma de movimientos sociales, de estudiantes y de gente indignada que ocupa los símbolos del capitalismo, que no del sistema.







[1] Calderón, F. y Lechner, N. Más allá del Estado, más allá del mercado: la democracia. Plural, La Paz, Bolivia, 1998.
[2] Cfr. Torres-Rivas, Edelberto y Gomáriz Moraga, Enrique. ¿Qué significa ser de Izquierda en el siglo XXI? FLACSO, Costa Rica, Cuaderno de Ciencias Sociales 147, 2007.
[3] Hernández, Virgilio/Buendía, G. Fernando.  “Ecuador: avances y desafíos de Alianza País.”  Revista  Nueva Sociedad, No 234, Julio-Agosto, 2011.
[4] Lomnitz, Claudio. “La izquierda y los contornos de lo público en América Latina”. Metapolítica, No 57, enero-febrero, México, 2008.
[5] De Sousa Santos, Boaventura. Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde una epistemología de Sur. Instituto Internacional de Derecho y Sociedad/Programa Democracia y Transformación Global. Lima, Perú, 2010.
[6] Del Rey Morató, Javier. “El vuelo corto y rasante del tero. Cultura política y constituciones en América Latina”. Nueva Sociedad, 210, julio-agosto, 2007.
[7] Torres-Rivas, Edelberto- Gomaríz Mayorga, Enrique. Op. Cit.
[8] Cameron,  A. Maxwell. “Reforma Constitucional y democracia en América Latina en la actualidad” Canadá, 2008.
[9] Véase: Suazo Rubí, Sergio.  Auge y Crisis Ideológica del Partido Liberal. 100 Años. Alin Editora S.A. Tegucigalpa, 1991.
[10] Panizza, Francisco. “Nuevas Izquierdas y Democracia en América Latina.” Revista CIDOB  d´AFERS INTERNATIONALS, N0 85-86, Barcelona, 2009.
[11] Alcántara Sáez, Manuel. “La escala de la izquierda. La ubicación ideológica de presidentes y partidos de izquierda en América Latina”. Nueva Sociedad. No 217, septiembre-octubre, 2008.
[12] IDEM

Ciudades Charter: una propuesta indecente


“Patria es algo más que opresión, algo más que pedazos
de terreno sin libertad y sin vida, algo más que derecho
 de posesión a la fuerza”
José Martí.



En sociedades como la nuestra caracterizada por una cultura política autoritaria de los grupos dominantes, de cuando en cuando, aparecen exabruptos que si no fuera por  esa faceta cómica que tiene la política en Honduras, resultarían dramáticos.
Durante un gobierno “liberal” en el “poder”, se sugirió convertir a Honduras en un “Estado Libre” – como Puerto Rico-  o en un protectorado, justamente en la década de 1980 cuando el país fue visto como una “República Alquilada” o como “Porta Aviones” de Estados Unidos para agredir a los países vecinos.
Hoy que nos ven como una “republiqueta” o como la más “bananera” de las “democracias” en la región – sobre todo después del golpe de Estado- el sector económico más reaccionario del país, puso en contacto a las principales autoridades del régimen con una idea que para cualquier gobierno medianamente serio constituiría una gravísima ofensa a la dignidad de su país: creación de “Ciudades Charter” o Charter Cities en inglés.
En efecto, la “pomada milagrosa” (a los economistas sobre todo neoliberales, le gusta hablar de “milagros” económicos como los de los “tigres asiáticos”) llamada eufemísticamente “Ciudades Modelos”, “Zonas Especiales de Desarrollo”, “Ciudades a la Carta” etc. pero cuyo nombre científico es “Enclaves Autoritarius”, fue  copiada del economista estadounidense Paul Romer, quien el año pasado publicó en la Revista Prospect un artículo – al estilo del “Fin de la Historia” de Fukuyama-  titulado “Para más ricos, más pobres” (For richer, for poorer). En él, su argumento central es que para que aquellos estados pobres y fallidos, la ayuda externa o cooperación internacional  debe ser sustituida por lo que él llama ciudades nuevas que sustituyan y superen, las zonas pobres de los alrededores de las grandes ciudades pero con reglas distintas a las del propio Estado.
Hasta aquí todo bien - siguiendo la lógica del artículo de Romer-  para quien países como Haití, (Estado Fallido) debería adoptar su “modelo” en lugar de la ayuda internacional. El asunto se complica para el autor y para quienes se quieren “untar” la “pomada” (nadie en América Latina) cuando de encontrar “modelos” se trata: para el primero, porque pone de ejemplo a Hong Kong algo que no es completamente acertado por cuanto el régimen político y económico le fue impuesto (a la fuerza) por una potencia extranjera (Inglaterra) como parte de su colonialismo, durante la ocupación y dominación, algo que Romer omite en su artículo así como la oposición violenta inicial.
Más adelante recurre a Singapur que como se sabe, tiene el status de un país. También aquí no dice nada acerca del funcionamiento político de Singapur con un sistema político claramente autoritario y antidemocrático, sin oposición y cuando ha existido, resultó aplastada por el Estado y el partido gobernante; la sociedad renunció a su libertad a cambio de prosperidad material de la mano de un autócrata como Lee Kuan Yew quien con estilo bufón, tenía la costumbre mofarse y reirse de quienes se han atrevido a cuestionar su “modelo”.
Aquí en el país y como una gran “aportación” a la teoría de Romer, algunos funcionarios opacos del régimen agregan como ejemplo de “ciudades modelo” a Las Vegas en Estados Unidos fundada originalmente por la mafia, y convertida hoy, en un gran casino de lujo donde seguramente habrán ido a probar suerte muchos de los promotores.
El asunto se complica también para aquellos que sin independencia de criterio y con escaso conocimiento en desarrollo económico, decidan implementarlo como pretende el régimen, y ello por dos razones: la primera, es que los grupos económicos dominantes reconocen sin rubor su incapacidad de desarrollar el país no obstante las prebendas, canonjías, exoneraciones, bajos o nulos impuestos, mercados cautivos, monopolios y duopolios, leyes a la medida, “negocios” con el Estado y un largo etcétera.
La segunda y tan grave o más que la anterior, aceptan sin sonrojarse, su falta de sentido de patria (muchos de ellos nunca han tenido una, se la arrebataron a la fuerza en Medio Oriente) al ofrecer al mejor postor éste pedazo de tierra que los recibió amigablemente cuando llegaron de polizontes en los barcos, con una mano adelante y otra atrás.
Reconocen sin vergüenza que no confían en la “reglas” que ellos mismos encargaron redactar a “sus” diputados y a “sus” magistrados, por ello, adhieren a las tesis de Romer que en éste tipo de Estados la justicia no es confiable, tampoco la policía, los bienes y servicios son de mala calidad; ante lo cual, ofrecen – sin ser de ellos- una porción de territorio (1000 km por cada ciudad) a gobiernos extranjeros, a inmigrantes de cualquier parte, a empresa multinacionales que poco les importan los países y sus gente para que se hagan cargo de la “ciudad” imponiendo sus propias “reglas”, su propios jueces, su propia policía, escuelas, moneda etc. En el fondo, un verdadero “Enclave Autoritario”.
Estados Unidos bien podría beneficiarse de una iniciativa como ésta sobre todo ahora que los niveles de desempleo son altos, una potencia como China, podría construir una “Charter City” próxima a ciudades como Nueva Orleans deprimida por el Huracán Catrina, con salarios como los que paga a sus trabajadores en las “ciudades modelo” de Romer. Me imagino que gobiernos como el de Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y otros del continente han de estar deseosos de estas ciudades y sus poblaciones por igual ¿o las mandarían a la punta del cerro por obscena, apátrida e indecente?