Significado para
partidos políticos progresistas
“Llega
un momento en que ni los imperios ni los
revolucionarios,
pueden alcanzar sus objetivos
por la vía de las
armas.”
Fidel Castro, 2010.
A modo de
introducción
En el
curso de la última década del siglo pasado, varios gobiernos accedieron al
poder en América Latina principalmente en Sudamérica, con una orientación
política que se puede ubicar en la izquierda y centro izquierda: Venezuela 1999,
Chile en 2000, Brasil 2002 y 2006, Argentina 2003, Uruguay 2004, Bolivia 2005,
Ecuador 2006, Nicaragua 2007 y 2012 y El
Salvador 2009.
Esta
tendencia no tiene precedentes en la historia política latinoamericana, se
inscribe en lo que algunos denominan la “ola” izquierdista o “el giro a la
izquierda” de la política en la región. Sin embargo, esa “ola” no es homogénea
aunque quienes la integran mantienen lazos de parentesco algunos cercanos y
otros no tanto; así, podemos diferenciar aquellas fuerzas de izquierda que lo
hacen desde un cierto grado de institucionalización que habían alcanzado antes
de las dictaduras militares, y otras, desde la novedad que trae la
alternancia política.
En
el primer caso, se puede mencionar las izquierdas del cono Sur y más
concretamente la institucionalización de partidos como el Partido Comunista (1912)
y el Partido Socialista (1933) de Chile, el Partido Comunista (1921) y el
Partido Socialista (1910) en Uruguay, y en menor medida el Partido Comunista de
Brasil (PCB), que permite ver entre otras cosas, su nivel de competitividad, el
estilo de su liderazgo, el arraigo dentro de la cultura de izquierdas y la
actitud para asumirse como parte de las élites políticas, algo en la mayoría de
las izquierdas latinoamericanas, ha representado una especie de complejo frente
al hecho de verse como tales.
En
el segundo caso, encontramos una serie de partidos, movimientos, coaliciones y
alianzas de la más diversa índole sin una trayectoria reconocida ni una
historia que los avale: el Frente para Victoria en Argentina, estructurado por
Néstor Kirchner a partir de varias tendencias del peronismo que siempre ha sido
una especie de partido-movimiento, el Partido de los Trabajadores (PT) en
Brasil, creado en 1980 por Inácio “Lula” da Silva un obrero metalúrgico de la
ciudad de Sao Pablo, el Movimiento al Socialismo (MAS) fundado en 1997 por
varias federaciones obreras y organizaciones representativas de los productores
de coca, cuna política de Evo Morales su líder,
actual presidente de Bolivia, la Alianza Patria Altiva y Soberana (PAIS-2005)
de Rafael Correa en Ecuador, la Alianza Patriótica para el Cambio liderada por
Fernando Lugo en Paraguay, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN)
en Nicaragua, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de
el Salvador, el Frente Amplio Uruguayo; y, en Venezuela, el Movimiento Quinta
República (1997) liderado por Hugo Chávez.
Algunos
de esos países con una larga y reconocida trayectoria democrática, sufrieron prolongadas y sangrientas
dictaduras como en el caso de los del Cono Sur; otros como los países andinos,
vieron debilitada su institucionalidad por la decadencia de los partidos
políticos históricos, por la desafección política de los ciudadanos ante
regímenes incapaces de satisfacer las esperanzas de quienes los eligieron, por
el disminuido rol del Estado, por el fortalecimiento de la movilización social
y la emergencia de sectores y actores que reclaman participación luego de la
exclusión social a la que durante décadas fueron sometidos.
Mucho
se ha dicho sobre las causas, orientaciones ideológicas, el liderazgo de los
procesos sociales que están en marcha en algunos de ellos y sus alcances, más
allá de lo anterior, lo que sí es claro, es la movilización social reclamando
ser más actores a través de la participación del pueblo y la emergencia con
fuerza de la llamada “democracia directa”, basada en la consulta a las personas
sobre distintos temas por medio de plebiscitos y referéndum pero al mismo
tiempo, sin desconocer la importancia de los procesos electorales como
mecanismo legitimador.
Izquierdas Latinoamericanas: una breve
caracterización.
Este
“giro” a la izquierda registrado en América Latina ha abierto intensos debates
que van desde la ideología, el estilo de los liderazgos, posibilidades de una
socialdemocracia al “estilo” latinoamericano, el surgimiento de un neo
populismo hasta el surgimiento del llamado “Socialismo del Siglo XXI” impulsado
por el presidente Hugo Chávez de Venezuela.
Si
nos atenemos al hecho de que ya no es posible hablar de izquierda política
solamente a partir de los partidos socialistas y comunistas que alcanzaron un
importante nivel de consolidación en la región, aceptaremos también, que la
izquierda se volvió más diversa tanto en su composición como en las temáticas.
De ahí que, podremos valernos de ciertas variables para tratar de caracterizar
las izquierdas surgidas a finales de los años noventa del siglo pasado,
conocida como la “década liberal”, por la implementación de las políticas económicas
neoliberales, centradas en el mercado y la liberalización de las economías.
La
primera variable que se puede tomar es la orientación ideológica de los
líderes, partidos y gobiernos. Claramente se puede observar que no existe un
común denominador ideológico en todos ellos, más que su oposición al
neoliberalismo; lo anterior se debe a los matices –unos más apreciables en unos
casos que otros- sobre temas como por ejemplo, el rol del Estado y el mercado
que según algunos estudios empíricos, es el eje que más ayuda a definir a las
izquierdas[1]. Al observar las políticas
y decisiones de éstos gobiernos, se puede notar la vigorización del Estado
sobre todo después del fracaso de las políticas neoliberales y las crisis
financieras internacionales, en el marco de la globalización.
Algunas
políticas comunes en algunos países: re-nacionalización de empresas que habían
sido privatizadas, nacionalización de riquezas nacionales en manos de
consorcios internacionales, aumento de la participación del Estado en aquellas
empresas ligadas a recursos naturales en manos del sector privado etc.
Una
segunda variable es la ideológica, todos entran en la denominación de
izquierda, centro- izquierda y progresista con las dificultades que ello
implica para precisarlo. Lo anterior sirve más para los partidos y los líderes
que para las políticas de gobierno, así, los partidos se ubican ideológicamente
en un rango que va desde el 1.52 al 4,7 en una escala en donde la izquierda es
1 y la derecha 10, mientras que los líderes, se ubican en un rango comprendido
entre el 1,56 y el 4,8 de la misma escala[2] y algo parecido ocurre con
la izquierda parlamentaria. Se puede apreciar una evolución ideológica muy
clara sobre algunos temas que sirven para identificar parte de la ideología de
“la nueva izquierda”, por ejemplo respecto del Estado, a diferencia de las
décadas 60 y 70, hoy ya no proponen la disolución del “Estado burgués” pero sí
lo reivindican centralmente para su proyecto político.
La
tercera variable la vemos en relación a liderazgo, esto varía según el país. En
algunos casos se trata de outsiders
como en Paraguay, en otros, de personalidades fuertes como en Venezuela, casi
todos entran en la clasificación de liderazgos carismáticos, unos con discursos
rupturistas o conciliadores pero con una característica común: todos se
presentaron como alternativa al neoliberalismo, que es el origen de su
denominación de alternativas.
Por
otra parte, sus líderes ya no son los intelectuales de clase media y media alta que en el pasado se empaparon de
ideas socialistas en las universidades y con ellas, pretendieron iluminar la
“alianza obrero-campesina” y la “lucha popular”, hoy, muchos de ellos son
dirigentes salidos de los movimientos sociales que en las últimas décadas se
han asomado a la política por medio de sus reivindicaciones propias.
Por
último, se puede mencionar una variable que no es menor: todos accedieron al
poder mediante procesos electorales pero cuestionando la democracia
representativa por insuficiente y proclamando una democracias más
participativa. Además, aceptaron participar bajo las reglas establecidas en el
convencimiento que aún con ellas, era posible acceder al poder para modificar o
cambiar el status quo. La izquierda
tuvo que someterse a las reglas del juego que en la práctica puede suponer
chantajes, presiones, cooptaciones, condicionamientos etc. y en no pocos casos,
en un ambiente de polarización y de violencia política.
Hay
quienes agregan también, como elemento común, el clivaje Gobierno/oposición,
más que el de derecha/ izquierda, o sea, que su llegada al poder se debería -según
ésta opinión- más a que se presentaron
como anti-sistémicos (los candidatos sobre todo) y menos por sus posiciones
ideológicas.[3]
Los
análisis de ésta “ola” política dirigida hacia la izquierda, ha dado lugar a
muchos y variados enfoques sobre el futuro de la política y de esos gobiernos,
no tanto de los partidos políticos porque en su gran mayoría, llegaron al poder
en forma de coaliciones en las que se puede apreciar partidos, fragmentos de
partidos, tendencias y movimientos sociales.
Por
razones de interés de éste trabajo, dejaremos planteados los análisis sobre el
tema: a) unos, creen que a pesar de los logros y avances que se han visto sobre
todo en materia social, es poco lo que se ha avanzado porque la modificación de
la matriz productiva no se ha producido aún y que, las fuerzas del mercado global,
terminarán restringiendo el margen de acción de esos gobiernos, b) otros,
advierten el resurgir de lo que denominan “neopopulismo” en unas condiciones
distintas a las de la décadas de los años 60 y 70s del siglo pasado, que
enfrenta la concepción liberal de democracia, sobre todo, en lo relacionado al
ejercicio de las libertades y el ejercicio de los derechos, y c) está el
enfoque que habla de que luego del fracaso neoliberal, se pueda hablar de la
posibilidad que “surja una variante latinoamericana de la socialdemocracia, una
alternativa que combina la democracia representativa con una economía de
mercado e iniciativas del Estado para reducir las desigualdades y promover la
ciudadanía social”[4].
Sobre
esto último mucho se ha dicho, se seguirá argumentando, sobre todo, que las
condiciones históricas son irrepetibles en tiempo y lugar como las hubo en el
centro y norte de Europa a mediados del siglo XX, en las que fue posible
establecer un consenso social que llevó a establecer un Estado de Bienestar
universalista, alto niveles de sindicalización y negociaciones corporativas
tripartitas; todo, en el marco de un sistema político altamente
institucionalizado como ocurre en las sociedades desarrolladas.
Sin
embargo, y en un nivel conceptual, se puede reconocer con claridad que en
Latinoamérica existe dentro de esa “ola” de gobiernos progresistas, una parte
que implementan políticas que se pueden identificar dentro de la
socialdemocracia con el fin claro también, de combatir las desigualdades. Ahora
bien, si por el contrario se piensa que la izquierda latinoamericana rebaza los
conceptos de la socialdemocracia europea ¿cómo y dónde ubicar las políticas que
lleva adelante? ¿buscan eliminar el
sector privado o el mercado o por el contario, lo que pretende es que tengan
responsabilidades y regulaciones en función del bien público? Más aún ¿el
propósito último es la eliminación del capitalismo o su reforma? Porque eso es
lo que siempre ha buscado la socialdemocracia.
Elecciones: construyendo poder político.
Resulta
evidente que junto con la emergencia de ésta “nueva izquierda” latinoamericana,
también se inaugura un nuevo ciclo electoral y con ello, una serie de victorias
del sector, que comenzaron en 1998, con
el triunfo del Movimiento Quinta República en Venezuela. No ha sido fácil ni
seguirá siéndolo, sobre por la reticencias y resistencias hacia la “democracia
burguesa” y sus procesos electorales, sin embargo, éste ascenso por la vía
electoral tiene muchas explicaciones, pero que por la amplitud del tema, me
limitaré a las más reconocidas.
La
primera, en aquellos países donde la izquierda tradicional logró acumular
organización y experiencia, pudo mediante su propia adaptación a las nuevas
circunstancias, recurriendo a los arraigos del pasado, recomponer su propia
naturaleza incluso los partidos que por mucho tiempo contemplaban el cambio
social desde la revolución. Y, en los casos de fuerzas emergentes, se mostraron
como se ha dicho aquí, representantes de una alternativa nueva no comprometida
con el pasado y con la agregación, en varios casos, de movimientos sociales y
fuerzas extraparlamentarias.
Segunda,
el ascenso paulatino a instancias de poder local y a los parlamentos, le fue
dando a la izquierda la posibilidad de mostrar sus capacidades, ganar espacios
de proyección social, instalar una imagen de fuerza política responsable y
desarrollar capacidades de actuación política en una ambiente que
tradicionalmente le fue hostil porque en frente, ha tenido a una derecha
conservadora poco democrática y con capacidad para mantener sus intereses.
Tercera,
el realismo político (entendido como hacer lo imposible para que aquellas cosas
que se nos presentan como imposibles, pasen a formar parte de las alternativas
posibles) se convirtió en un elemento orientador de la praxis política de la
izquierda, puesto que al entrar al juego electoral, se dieron cuenta que un
número importante de sus votantes, no se identificaba con la izquierda pero si
simpatizaba con la idea del cambio social que enarbolaba, sobre todo, los
sectores que más habían sufrido las consecuencias de las políticas
neoliberales.
Cuarta,
y en relación a la anterior, éste hecho condicionó de diversas maneras tanto la
propuesta programática como las estrategias político-electorales, teniendo como
telón de fondo, la coyuntura económica que favorecían las promesas de cambio
social.
Y
una quinta, es que, por más que los argumentos del discurso conservador
pretendan desestimarlo, en América Latina por cultura política o por otras
razones, existe una tradición de apoyo a líderes anti sistémicos sobre todo, en aquellos sistemas políticos
con bajos niveles de institucionalización y con recurrentes crisis de
representación.
En
cualquier sistema político democrático, los procesos electorales no solo no son
vistos con suspicacias por el contrario, son revestidos de todas las
seguridades, transparencia y modernización; en cambio, y con razón, en el
sistema político de Honduras existe mucha desconfianza por los vicios,
manipulación e inseguridades que los procesos electorales han tenido
históricamente sobre todo, después del golpe de Estado. El hondureño, se
encuentra entre los sistemas políticos con más bajo grado de
institucionalización donde los principios básicos del juego democrático, son
observados sólo formalmente, no existe una plena competencia por el poder y las
reglas del juego, se imponen para que poco cambie.
Aquí,
se pretende mostrar que si bien es cierto, las elecciones constituyen la parte
instrumental de la política, en
condiciones de “anormalidad institucional” como la que se da en Honduras, el
proceso electoral puede ser convertido en otra “arma” de lucha por las fuerzas
progresistas emergentes, sobre todo, cuando se participa en la política
competitiva. Se asumen y se aceptan las elecciones como parte de las reglas del
juego, reconociendo que esas reglas (pueden ser modificadas y de hecho lo han
sido en varias ocasiones para mantener el status
quo) casi nunca son equitativas y que tampoco, con ellas se compite en
igualdad de condiciones.
En
aquellos países donde la democracia ha sido una tradición y que padecieron
dictaduras militares, la restauración democrática implicó entre otras cosas, el
re establecer la institucionalidad en su conjunto, y, desde luego, los
organismos electorales aún en el contexto de regímenes autoritarios como en el
caso de Chile con el plebiscito de 1988, sobre la continuidad del dictador
Augusto Pinochet.
Mientras
en otros, la movilización social convertida en movimiento político- social se
sometió a las reglas establecidas para participar electoralmente, en el
convencimiento que se podía vencer todas las “irregularidades” con una masiva
participación del pueblo a favor de un proyecto político alternativo; el último
y más cercano ejemplo, es el ascenso paulatino al poder del Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador desde que participó
electoralmente como partido en 1994, frente a una de las derechas más duras e
ideologizadas del continente.
Existen
varios casos de fuerzas políticas de izquierda en América Latina, que han visto
en los procesos electorales una herramienta para ir construyendo un camino e
identidades propias y la cultura política del sector. Cuando una fuerza
política sea partido o coalición - como hay varios casos en la actualidad-
participa electoralmente, convierte las elecciones en uno de los momentos
claves del ascenso al poder, desde la lucha por el poder local – alcaldías- ,
escaños en las Asambleas Legislativas o Congresos Nacionales según el caso,
hasta la competencia por la presidencia de la república.
Por
razones que consideramos se ajustan más al propósito de este trabajo, y por la
convicción de que partidos políticos como LIBRE debe asumir la lucha electoral
bajo una premisa diferente a la de los partidos tradicionales, hemos tomado el
caso de la izquierda chilena por ser paradigmática en Latinoamérica, para
mostrar el papel que históricamente le asignó a los procesos electorales desde
1921 hasta 1970, año en que alcanza el poder con Salvador Allende, pero
principalmente en las campañas de 1952, 1958, 1964 y 1970 que sirvieron para
perfilar su trayectoria.
Un
primer elemento a considerar tiene que ver con el sistema político chileno,
considerado por mucho tiempo como muy parecido a varios sistemas europeos por
su madurez y estabilidad. Además, dos de las características más notables son
que hasta 1970, fue un sistema político altamente competitivo y fuertemente
polarizado[5]; también que ha sido
claramente definido ideológicamente entre la derecha, el centro y la izquierda.
Debido
a la fuerza electoral más o menos equilibrada entre los principales partidos,
se llegó a considerar la existencia de lo que en la literatura
politológica chilena se denomina “los tres tercios”, la fórmula a “tres bandas” o la “mesa de las tres patas”. Lo anterior está sustentado en el volumen electoral de cada sector político: la
derecha, conformada por el Partido Nacional, el Partido Conservador y el
Partido Liberal que en 1958 por ejemplo, alcanzó un 31,4%; el centro,
constituido por el Partido Radical y la Falange Nacional, representaba el 17,8%
mientras que la izquierda formada por el Parido Comunista y el Partido
Socialista, el 24,5%.
Si
observamos la evolución en elecciones parlamentarias de 1937 a 1970, el
equilibrio promedio se mantuvo: 30,1% para la derecha, 39,7 para el centro y
21,5% para la izquierda. Y, en la última elección presidencial de 1970, los
porcentajes se mantuvieron parecidos; Arturo Alessandri que representaba a la
derecha obtuvo el 34,9%, Rodomiro Tomic[6] del centro, 27.8% y
Salvador Allende de la Unidad Popular, el 36.2%.
En
líneas anteriores anunciamos que el interés nuestro es ubicar la evolución
electoral de la izquierda en Chile, principalmente a partir de 1952 que fue una
participación más bien testimonial pero que comenzó a asignarle a las
elecciones un papel táctico, dentro de la estrategia para el proceso de cambio,
e ir perfilando un camino propio, que culminó con el triunfo de la Unidad
Popular en 1970.
El
segundo, ideológicamente y debido a la polarización entre las fuerzas que
apoyaron la Unidad Popular (UP) surgió en su seno la conocida dicotomía de la
época: reforma o revolución que llevó a plantearse la llamada “vía chilena al socialismo” o sea, la
sustitución del capitalismo por un nuevo orden social sin mediar una guerra
civil, en donde la actividad electoral era una instancia de agitación y lucha
de masas[7].
La
lucha electoral fue insuflando en las fuerzas de izquierda, una voluntad de
poder y asumiéndose como una alternativa competitiva como lo
demuestra su participación en cuatro procesos electorales de 1952 a 1970.
Durante ese tiempo, se fueron madurando las condiciones y los procesos internos
en aspectos como sus contenidos, el programa, la organización, el discurso, los
candidatos etc. y con ello, la creación de una cultura política que identificaba
y diferenciaba a la izquierda de las demás fuerzas políticas.
No
obstante que la lucha electoral fue asumida como propia por la izquierda
chilena, sería ingenuo desconocer que la derecha tiene la suficiente capacidad
para ponerle límites a la oposición cuando su “atrevimiento” es mayor, es
decir, cuando sus propuestas van más allá de lo que esa derecha es capaz de “permitir” y cuando ello ocurre,
responde de la manera que mejor saber hacer, el golpe de Estado.
Lo
anterior nos lleva a considerar que, si bien es cierto, las elecciones son el
medio más utilizado para la legitimación política, no son el único y que en
determinadas circunstancias, pueden ser deslegitimadas por amplios sectores
sociales como sucedió en Honduras en noviembre de 2009, cuando buena parte de
los votantes identificados con unos de los partidos tradicionales (el Liberal)
y personas no identificadas partidariamente, no concurrió a ellas por
considerarlas no confiables.
En
cualquier sistema político, los procesos electorales vistos no solo como
mecanismos que reparten el poder, pueden ser también el medio para el cambio
social, para institucionalizar las expresiones políticas manifestadas en forma
de partido o coalición como sucede en la actualidad, sobre todo, en América Latina,
donde lo que se construyen ya no son partidos sino coaliciones de fuerzas
sociales y políticas.
Además,
las elecciones una vez aceptadas como la mejor manera de dirimir las
diferencias políticas, sirven no sólo para seleccionar los representantes del
pueblo ante las instituciones, también sirven, para aclarar la definición
político-ideológica y programática de los partidos, como la ya mencionada dicotomía
reforma/revolución en tanto que trasfondo del cambio social.
Pero
dicha dicotomía no obstante el nivel de polarización ideológica que caracterizó
por mucho tiempo al sistema político chileno, no terminaba de explicar la
profundidad del “proyecto histórico de la izquierda chilena”, algo parecido
sucede con el proceso de cambios que experimenta Latinoamérica en la
actualidad, existen procesos que parecen revolucionarios (el caso brasileño)
sin serlo y otros que verdaderamente son revolucionarios, y se muestran más
bien reformistas (Bolivia) por esa razón, el viejo dilema es eso, y nada más.
Sin
embargo, un proceso reformista puede acometer cambios sociales y económicos de
una profundidad y amplitud que lleguen a ser considerados como una
“revolución”, ejemplos existen varios. Este hecho, se encuentra íntimamente
relacionado con los alcances del proyecto político y por supuesto, sin perder
de vista sus límites como parte esencial para tener éxito políticamente: la
relación entre ideas y realidad pues de lo contrario, supondría lo que en
psiquiatría se denomina noética (la no correspondencia entre lo que pensamos y
hacemos) o sea lo contrario del deber ser.
Ahora
bien, si el caso de la izquierda chilena hasta antes del golpe de Estado de
1973 lo extrapolamos a la realidad que
han vivido varios países latinoamericanos, nos encontramos con situaciones
interesantes como las siguientes: una, tradicionalmente las izquierdas han sido
escéptica sobre los procesos electorales como vía para alcanzar el poder, dos,
históricamente las izquierda no ha sido una fuerza exitosa electoralmente con
la excepción de Salvador Allende en 1971, por razones que van desde la
proscripción de sus partidos, la muerte o el exilio de sus dirigentes y “por la
presencia de movimientos populistas, o nacional populares que eran percibidos
como una barrera y aun como un antídoto contra el crecimiento de la izquierda”[8].
Tercero,
cuando se analizan los datos empíricos de las encuestas de opinión sobre el
estado de la democracia en la región, nos encontramos que los gobiernos
considerados de izquierda o centro-izquierda, su electorado no es muy de
izquierdas pues la ubicación de las personas en el eje derecha/ izquierda, el
promedio se sitúa en el 5,4 en una escala de 0 a 10, donde 0 es la extrema
izquierda y 10 la extrema derecha[9] .
Cuarto,
si se observa los países donde el proceso de cambio social es más “radical”
como Venezuela, nos encontramos con una paradoja, pues la identificación del
electorado venezolano es ligeramente a la derecha del promedio latinoamericano
5,6 situación que se repite en los demás
países con gobiernos de centro izquierda o considerados progresistas, con la
excepción de Bolivia, donde la población se ubica ligeramente en un 4,8 a la
izquierda.
De
toda experiencia electoral, truncada por el golpe de Estado en 1973, la
izquierda chilena pudo asimilar no solamente que la polarización ideológica
llevada al extremo, conspira con la pretensión del cambio social por el que se
lucha, y que con la extensión de la participación electoral y de la disputa
política entre organizaciones de distinto signo ideológico, la oposición no pasó
no sólo a ser reconocida como uno de los elementos constitutivos y reconocidos
del sistema de partidos, sino como un “contrapoder” que vigila y fiscaliza al
poder establecido.
En
el caso de la izquierda chilena sobre todo en la elección de 1970 en la que triunfó
la Unidad Popular de Salvador Allende, no obstante el ambiente altamente polarizado,
la centralidad del programa de la UP, dejó de lado la retórica más ideologizada
en una muestra más de que el “pragmatismo” indicaba dejar el discurso “duro”
ante la dificultad de poder conquistar con él, a la mayoría del electorado, por
otra parte, esta centralidad se dirigía también a mostrar a los electores, la
unidad de la coalición y mostrarse como capaz de cohesionarse y alejarse de la
idea implantada por la derecha, de que no daba confianza para poder gobernar
por su falta de unidad interna.
En
lugar de recurrir a las afirmaciones más contundentes del Programa como las que
hacían referencia a “las transformaciones profundas”, la campaña de 1970, se
centró en “responder demandas locales” con lo cual se desencadenó otro
fenómeno: las organizaciones de pobladores y campesinos vieron en esa práctica,
una especie de “campo de oportunidades
políticas” para fortalecer sus demandas sociales[10].
Como
se puede ver, los procesos electorales resaltan las diferencias políticas e
ideológicas de quienes participan en ellos, y a su vez, orientar las acciones
para poder ampliar la base de apoyo y aumentar la adhesión electoral. En el
sistema político hondureño esto no existe, porque el bipartidismo decidió que
no era conveniente para su sobrevivencia, pero con el tiempo, se ha vuelto en
su contra por el hecho que importantes sectores de la población, no encuentra
diferencias políticas e ideológicas entre los partidos tradicionales y por lo
tanto, no sólo ya no se identifican con ellos, sino, se han alejado de ellos
produciendo de paso, más debilidad al sistema de partidos y una alta
desconfianza y descreimiento de los partidos mismos.
Reflexiones finales
Contrario
a los deseos personales o de grupos, es necesario darnos cuenta sobre todo
quienes tienen posiciones de dirección política, que no se pueden continuar
confundiendo los planos: los deseos con la realidad, a esto es lo que Marx
llamaba “chifladuras” o sea aquello que no concuerda con lo real, la falsa
conciencia de la que tanto habló junto a Engels en “La Ideología Alemana”.
El
hecho de que un partido como LIBRE decida entrar a la competencia política en
representación de lo que se podría denominar la centro-izquierda hondureña, no
sólo obliga a realizar los mejores esfuerzos, a desarrollar las mejores
capacidades, a dejar de lado los vicios del pasado, a dejar la descalificación maniquea
entre las fuerzas que lo integran, que en su mayoría, cargan con un pesado tradicionalismo. Es necesario darse cuenta
cuanto antes, que el proceso electoral, por mucha suspicacia que tengamos de él
– y con razón por lo que aquí se ha dicho- representa la oportunidad de
reivindicar los ideales por los que se lucha (una Asamblea Nacional
Constituyente y la refundación de Honduras), de hacer propaganda, de posicionar
liderazgos nuevos, de mostrar las contradicciones del modelo que se pretende
cambiar y desde luego, mostrarse como algo distinto.
Además,
pensar en una forma organizativa (órganos electorales) que se ocupe de cómo
enfrentar exitosamente esta parte instrumental que tiene la política y de la
cual no se puede prescindir como son los procesos electorales. Una manera de
ver éste tema puede ser asociando lo electoral con las luchas sociales, porque
a través de una organización electoral diferente, se puede también difuminar el
discurso, los mensajes, las temáticas y hasta la movilización política. Así,
los órganos electorales podrían seguir cumpliendo con otras tareas una vez
finalizadas las campañas electorales
En
esta nueva dinámica política, todos aprendemos de todos, pero eso requiere
“poner los pies sobre la tierra”, porque si bien es cierto que en los dos
últimos años de lucha política el pueblo
ha elevado su nivel de conciencia, ésta no es suficiente para que avance hacia
estadios más altos – por ahora- y se constituya en el soporte de un proceso de
cambios sociales amplios y profundos.
Para
muestra un botón, sabemos que la hondureña es una de las sociedades más
conservadoras del continente, políticamente ubicada en el tercer lugar más a la
derecha, 6,2 solo después de República Dominicana (7,1) y Costa Rica (6,3). Lo
anterior quiere decir que en el proceso competitivo, es necesario tener en
cuenta esta variable para el diseño estratégico del ascenso al poder, que en la
lógica electoral, los votos de los sectores progresistas no alcanzan para una
victoria, que se tendrá que recurrir seguramente a una etapa de alianzas y
negociaciones con sectores sociales y económicos que por sus propios intereses,
los podemos encontrar en el llamado “centro político” que en nuestro caso, se
podría identificar como el también llamado “independiente”, y que su opción
electoral la decide en los últimos tramos de una campaña inclinando la balanza.
¿Cómo
se “conquista”, se “convence” ese sector? Con
ideas claras y elaboradas de una manera sencilla para facilitar su
comprensión y asimilación, con una propuesta programática realista, por más que
se fijen unos ideales alejados de la realidad (no significa abandonar la utopía
por una sociedad mejor), con una buena campaña de Marketing político, con un
candidato con el que se identifique el pueblo, con un buen discurso o relato y
con una buena dosis de moderación política.
Algunos dirán que se llega a esos sectores
con todo eso, otros querrán enfatizar más cierto aspecto, no faltarán quienes
digan con nada de lo anterior porque “la fuerza del pueblo” botará al régimen
etc. etc. yo prefiero que se lo pregunten al Frente Amplio Uruguayo, prefiero
que le pregunten a la Concertación de Partidos por la Democracia en Chile,
prefiero que le pregunten a Frente Farabundo Martí para La Liberación Nacional
de El salvador, al Partido de los Trabajadores brasileño, incluso al mismo
Frente Sandinista de Nicaragua, pero más prefiero que se lo pregunten al pueblo
hondureño.
Desconocer
la realidad puede llevar a planteamientos equivocados o erróneos, por ejemplo,
quienes postulan la instauración de una Constituyente y la “refundación” pueden no darse cuenta que en el fondo lo que
están planteando es una reforma que modifique aspectos como las relaciones de
producción, las políticas redistributivas, la tenencia de la tierra, la reforma
del Estado, el acceso a la educación etc. es decir, la transformación de las
reglas que actualmente rigen la sociedad constituye una “refundación”, pero no
necesariamente a través de cambios radicales imposibles de realizar por lo
menos en las circunstancias actuales, por más que nos gustaría que así fuera.
Para
finalizar, una pregunta inquietante: ¿todo este proceso en manos de quien
estará? o dicho de otra manera ¿cuáles
son las mentes que pensarán o dirigirán todo éste proceso? En la del pueblo
contestarán algunos, en la mente de “los” y “las” ciudadanas responderán los
que repiten las modas intelectuales e ideomáticas que nos imponen ciertos
círculos académicos neoliberales, la pregunta no es ociosa porque en los
partidos tradicionales las “cosas” quedan allí, sí, en manos de los
“prácticos”, esos que no saben que “no hay nada más práctico que una buena teoría”
y que como dice Atilio Borón, “… no basta la militancia activa y el compromiso,
si no van acompañados de una gran claridad de cuáles son los objetivos, los
instrumentos de lucha, los rivales y los aliados”.
REFERENCIAS
-
Alcántara Saéz, Manuel. “La escala de la
izquierda. La ubicación ideológica de los presidentes y partidos de izquierda
en América Latina”. Nueva Sociedad, No
217, septiembre-octubre, Buenos Aires, 2008.
-
Álvarez, Vallejos, Rolando. “La Unidad
Popular y las elecciones presidenciales de 1970 en Chile: la batalla electoral
como vía revolucionaria”. OSAL, año XI,
No 28, CLACSO, Buenos Aires, 2010.
-
Corporación Latinobarómetro, Informe 2009.
-
Panizza, Francisco. “Nuevas izquierdas y
democracia en América Latina”. Revista
CIDOB d FAERS INTERNATIONALS, 85-86, Barcelona, 2009.
-
Roberts, M. Kenneth. “¿Es posible una
socialdemocracia en América Latina? Nueva
Sociedad, No 217, Buenos Aires, 2008.
-
Valenzuela, Arturo. El Quiebre de la Democracia en Chile, FLACSO, Santiago de Chile,
1989.
[1]
Alcántara Sáez, Manuel. “La escala de la izquierda. La ubicación ideológica de
presidentes y partidos de izquierda en América Latina”. Nueva Sociedad, septiembre-octubre No 217, Buenos Aires, Argentina,
2008.
[2]
IDEM
[3] Panizza, Francisco. Op. Cit.
[4] Roberts, M. Kenneth. “Es
posible una socialdemocracia en América Latina?”. Nueva Sociedad, No 217, septiembre-octubre, Buenos Aires,
Argentina, 2008.
[5]
Valenzuela, Arturo. El Quiebre de la
Democracia en Chile. FLACSO, Santiago de Chile, 1989.
[6]
Es preciso aclarar que para la elección de 1970, el centro estaba conformado
por los partidos mencionados, a los que
se unió la el Partido Demócrata Cristiano que había sido creado en 1966.
[7]
Álvarez Vallejos, Rolando. “La Unidad Popular y las elecciones presidenciales
de 1970 en Chile: la batalla electoral como vía revolucionaria” en: OSAL, Año XI, No 28, CLACSO, Buenos
Aires, 2010.
[8]
Paniza, Francisco. Op. Cit.
[9] Corporación Latinobarómetro. Informe
2009.
[10]
Vallejos Álvarez, Rolando. Op.cit.