martes, 26 de junio de 2012

La lucha electoral

Significado para partidos políticos progresistas


Llega un momento en que ni los imperios ni los
revolucionarios, pueden alcanzar sus objetivos
por la vía de las armas.”

Fidel Castro, 2010.


A modo de introducción

En el curso de la última década del siglo pasado, varios gobiernos accedieron al poder en América Latina principalmente en Sudamérica, con una orientación política que se puede ubicar en la izquierda y centro izquierda: Venezuela 1999, Chile en 2000, Brasil 2002 y 2006, Argentina 2003, Uruguay 2004, Bolivia 2005, Ecuador 2006, Nicaragua 2007 y 2012  y El Salvador 2009.
Esta tendencia no tiene precedentes en la historia política latinoamericana, se inscribe en lo que algunos denominan la “ola” izquierdista o “el giro a la izquierda” de la política en la región. Sin embargo, esa “ola” no es homogénea aunque quienes la integran mantienen lazos de parentesco algunos cercanos y otros no tanto; así, podemos diferenciar aquellas fuerzas de izquierda que lo hacen desde un cierto grado de institucionalización que habían alcanzado antes de las dictaduras militares, y otras, desde la novedad que trae la alternancia política.
En el primer caso, se puede mencionar las izquierdas del cono Sur y más concretamente la institucionalización de partidos como el Partido Comunista (1912) y el Partido Socialista (1933) de Chile, el Partido Comunista (1921) y el Partido Socialista (1910) en Uruguay, y en menor medida el Partido Comunista de Brasil (PCB), que permite ver entre otras cosas, su nivel de competitividad, el estilo de su liderazgo, el arraigo dentro de la cultura de izquierdas y la actitud para asumirse como parte de las élites políticas, algo en la mayoría de las izquierdas latinoamericanas, ha representado una especie de complejo frente al hecho de verse como tales.
En el segundo caso, encontramos una serie de partidos, movimientos, coaliciones y alianzas de la más diversa índole sin una trayectoria reconocida ni una historia que los avale: el Frente para Victoria en Argentina, estructurado por Néstor Kirchner a partir de varias tendencias del peronismo que siempre ha sido una especie de partido-movimiento, el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, creado en 1980 por Inácio “Lula” da Silva un obrero metalúrgico de la ciudad de Sao Pablo, el Movimiento al Socialismo (MAS) fundado en 1997 por varias federaciones obreras y organizaciones representativas de los productores de coca, cuna política de Evo Morales su líder,  actual presidente de Bolivia, la Alianza Patria Altiva y Soberana (PAIS-2005) de Rafael Correa en Ecuador, la Alianza Patriótica para el Cambio liderada por Fernando Lugo en Paraguay, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de el Salvador, el Frente Amplio Uruguayo; y, en Venezuela, el Movimiento Quinta República (1997) liderado por Hugo Chávez.
Algunos de esos países con una larga y reconocida trayectoria democrática,  sufrieron prolongadas y sangrientas dictaduras como en el caso de los del Cono Sur; otros como los países andinos, vieron debilitada su institucionalidad por la decadencia de los partidos políticos históricos, por la desafección política de los ciudadanos ante regímenes incapaces de satisfacer las esperanzas de quienes los eligieron, por el disminuido rol del Estado, por el fortalecimiento de la movilización social y la emergencia de sectores y actores que reclaman participación luego de la exclusión social a la que durante décadas fueron sometidos.
Mucho se ha dicho sobre las causas, orientaciones ideológicas, el liderazgo de los procesos sociales que están en marcha en algunos de ellos y sus alcances, más allá de lo anterior, lo que sí es claro, es la movilización social reclamando ser más actores a través de la participación del pueblo y la emergencia con fuerza de la llamada “democracia directa”, basada en la consulta a las personas sobre distintos temas por medio de plebiscitos y referéndum pero al mismo tiempo, sin desconocer la importancia de los procesos electorales como mecanismo legitimador.

Izquierdas Latinoamericanas: una breve caracterización.

Este “giro” a la izquierda registrado en América Latina ha abierto intensos debates que van desde la ideología, el estilo de los liderazgos, posibilidades de una socialdemocracia al “estilo” latinoamericano, el surgimiento de un neo populismo hasta el surgimiento del llamado “Socialismo del Siglo XXI” impulsado por el presidente Hugo Chávez de Venezuela.
Si nos atenemos al hecho de que ya no es posible hablar de izquierda política solamente a partir de los partidos socialistas y comunistas que alcanzaron un importante nivel de consolidación en la región, aceptaremos también, que la izquierda se volvió más diversa tanto en su composición como en las temáticas. De ahí que, podremos valernos de ciertas variables para tratar de caracterizar las izquierdas surgidas a finales de los años noventa del siglo pasado, conocida como la “década liberal”, por la implementación de las políticas económicas neoliberales, centradas en el mercado y la liberalización de las economías.
La primera variable que se puede tomar es la orientación ideológica de los líderes, partidos y gobiernos. Claramente se puede observar que no existe un común denominador ideológico en todos ellos, más que su oposición al neoliberalismo; lo anterior se debe a los matices –unos más apreciables en unos casos que otros- sobre temas como por ejemplo, el rol del Estado y el mercado que según algunos estudios empíricos, es el eje que más ayuda a definir a las izquierdas[1]. Al observar las políticas y decisiones de éstos gobiernos, se puede notar la vigorización del Estado sobre todo después del fracaso de las políticas neoliberales y las crisis financieras internacionales, en el marco de la globalización.
Algunas políticas comunes en algunos países: re-nacionalización de empresas que habían sido privatizadas, nacionalización de riquezas nacionales en manos de consorcios internacionales, aumento de la participación del Estado en aquellas empresas ligadas a recursos naturales en manos del sector privado etc.
Una segunda variable es la ideológica, todos entran en la denominación de izquierda, centro- izquierda y progresista con las dificultades que ello implica para precisarlo. Lo anterior sirve más para los partidos y los líderes que para las políticas de gobierno, así, los partidos se ubican ideológicamente en un rango que va desde el 1.52 al 4,7 en una escala en donde la izquierda es 1 y la derecha 10, mientras que los líderes, se ubican en un rango comprendido entre el 1,56 y el 4,8 de la misma escala[2] y algo parecido ocurre con la izquierda parlamentaria. Se puede apreciar una evolución ideológica muy clara sobre algunos temas que sirven para identificar parte de la ideología de “la nueva izquierda”, por ejemplo respecto del Estado, a diferencia de las décadas 60 y 70, hoy ya no proponen la disolución del “Estado burgués” pero sí lo reivindican centralmente para su proyecto político.
La tercera variable la vemos en relación a liderazgo, esto varía según el país. En algunos casos se trata de outsiders como en Paraguay, en otros, de personalidades fuertes como en Venezuela, casi todos entran en la clasificación de liderazgos carismáticos, unos con discursos rupturistas o conciliadores pero con una característica común: todos se presentaron como alternativa al neoliberalismo, que es el origen de su denominación de alternativas.
Por otra parte, sus líderes ya no son los intelectuales de clase media  y media alta que en el pasado se empaparon de ideas socialistas en las universidades y con ellas, pretendieron iluminar la “alianza obrero-campesina” y la “lucha popular”, hoy, muchos de ellos son dirigentes salidos de los movimientos sociales que en las últimas décadas se han asomado a la política por medio de sus reivindicaciones propias.
Por último, se puede mencionar una variable que no es menor: todos accedieron al poder mediante procesos electorales pero cuestionando la democracia representativa por insuficiente y proclamando una democracias más participativa. Además, aceptaron participar bajo las reglas establecidas en el convencimiento que aún con ellas, era posible acceder al poder para modificar o cambiar el status quo. La izquierda tuvo que someterse a las reglas del juego que en la práctica puede suponer chantajes, presiones, cooptaciones, condicionamientos etc. y en no pocos casos, en un ambiente de polarización y de violencia política.
Hay quienes agregan también, como elemento común, el clivaje Gobierno/oposición, más que el de derecha/ izquierda, o sea, que su llegada al poder se debería -según ésta opinión-  más a que se presentaron como anti-sistémicos (los candidatos sobre todo) y menos por sus posiciones ideológicas.[3]
Los análisis de ésta “ola” política dirigida hacia la izquierda, ha dado lugar a muchos y variados enfoques sobre el futuro de la política y de esos gobiernos, no tanto de los partidos políticos porque en su gran mayoría, llegaron al poder en forma de coaliciones en las que se puede apreciar partidos, fragmentos de partidos, tendencias y movimientos sociales.
Por razones de interés de éste trabajo, dejaremos planteados los análisis sobre el tema: a) unos, creen que a pesar de los logros y avances que se han visto sobre todo en materia social, es poco lo que se ha avanzado porque la modificación de la matriz productiva no se ha producido  aún y que, las fuerzas del mercado global, terminarán restringiendo el margen de acción de esos gobiernos, b) otros, advierten el resurgir de lo que denominan “neopopulismo” en unas condiciones distintas a las de la décadas de los años 60 y 70s del siglo pasado, que enfrenta la concepción liberal de democracia, sobre todo, en lo relacionado al ejercicio de las libertades y el ejercicio de los derechos, y c) está el enfoque que habla de que luego del fracaso neoliberal, se pueda hablar de la posibilidad que “surja una variante latinoamericana de la socialdemocracia, una alternativa que combina la democracia representativa con una economía de mercado e iniciativas del Estado para reducir las desigualdades y promover la ciudadanía social”[4].
Sobre esto último mucho se ha dicho, se seguirá argumentando, sobre todo, que las condiciones históricas son irrepetibles en tiempo y lugar como las hubo en el centro y norte de Europa a mediados del siglo XX, en las que fue posible establecer un consenso social que llevó a establecer un Estado de Bienestar universalista, alto niveles de sindicalización y negociaciones corporativas tripartitas; todo, en el marco de un sistema político altamente institucionalizado como ocurre en las sociedades desarrolladas.
Sin embargo, y en un nivel conceptual, se puede reconocer con claridad que en Latinoamérica existe dentro de esa “ola” de gobiernos progresistas, una parte que implementan políticas que se pueden identificar dentro de la socialdemocracia con el fin claro también, de combatir las desigualdades. Ahora bien, si por el contrario se piensa que la izquierda latinoamericana rebaza los conceptos de la socialdemocracia europea ¿cómo y dónde ubicar las políticas que lleva adelante? ¿buscan  eliminar el sector privado o el mercado o por el contario, lo que pretende es que tengan responsabilidades y regulaciones en función del bien público? Más aún ¿el propósito último es la eliminación del capitalismo o su reforma? Porque eso es lo que siempre ha buscado la socialdemocracia.

Elecciones: construyendo poder político.

Resulta evidente que junto con la emergencia de ésta “nueva izquierda” latinoamericana, también se inaugura un nuevo ciclo electoral y con ello, una serie de victorias del sector, que comenzaron  en 1998, con el triunfo del Movimiento Quinta República en Venezuela. No ha sido fácil ni seguirá siéndolo, sobre por la reticencias y resistencias hacia la “democracia burguesa” y sus procesos electorales, sin embargo, éste ascenso por la vía electoral tiene muchas explicaciones, pero que por la amplitud del tema, me limitaré a las más reconocidas.
La primera, en aquellos países donde la izquierda tradicional logró acumular organización y experiencia, pudo mediante su propia adaptación a las nuevas circunstancias, recurriendo a los arraigos del pasado, recomponer su propia naturaleza incluso los partidos que por mucho tiempo contemplaban el cambio social desde la revolución. Y, en los casos de fuerzas emergentes, se mostraron como se ha dicho aquí, representantes de una alternativa nueva no comprometida con el pasado y con la agregación, en varios casos, de movimientos sociales y fuerzas extraparlamentarias.
Segunda, el ascenso paulatino a instancias de poder local y a los parlamentos, le fue dando a la izquierda la posibilidad de mostrar sus capacidades, ganar espacios de proyección social, instalar una imagen de fuerza política responsable y desarrollar capacidades de actuación política en una ambiente que tradicionalmente le fue hostil porque en frente, ha tenido a una derecha conservadora poco democrática y con capacidad para mantener sus intereses.
Tercera, el realismo político (entendido como hacer lo imposible para que aquellas cosas que se nos presentan como imposibles, pasen a formar parte de las alternativas posibles) se convirtió en un elemento orientador de la praxis política de la izquierda, puesto que al entrar al juego electoral, se dieron cuenta que un número importante de sus votantes, no se identificaba con la izquierda pero si simpatizaba con la idea del cambio social que enarbolaba, sobre todo, los sectores que más habían sufrido las consecuencias de las políticas neoliberales.
Cuarta, y en relación a la anterior, éste hecho condicionó de diversas maneras tanto la propuesta programática como las estrategias político-electorales, teniendo como telón de fondo, la coyuntura económica que favorecían las promesas de cambio social.
Y una quinta, es que, por más que los argumentos del discurso conservador pretendan desestimarlo, en América Latina por cultura política o por otras razones, existe una tradición de apoyo a líderes anti sistémicos  sobre todo, en aquellos sistemas políticos con bajos niveles de institucionalización y con recurrentes crisis de representación.
En cualquier sistema político democrático, los procesos electorales no solo no son vistos con suspicacias por el contrario, son revestidos de todas las seguridades, transparencia y modernización; en cambio, y con razón, en el sistema político de Honduras existe mucha desconfianza por los vicios, manipulación e inseguridades que los procesos electorales han tenido históricamente sobre todo, después del golpe de Estado. El hondureño, se encuentra entre los sistemas políticos con más bajo grado de institucionalización donde los principios básicos del juego democrático, son observados sólo formalmente, no existe una plena competencia por el poder y las reglas del juego, se imponen para que poco cambie.
Aquí, se pretende mostrar que si bien es cierto, las elecciones constituyen la parte instrumental de la política,  en condiciones de “anormalidad institucional” como la que se da en Honduras, el proceso electoral puede ser convertido en otra “arma” de lucha por las fuerzas progresistas emergentes, sobre todo, cuando se participa en la política competitiva. Se asumen y se aceptan las elecciones como parte de las reglas del juego, reconociendo que esas reglas (pueden ser modificadas y de hecho lo han sido en varias ocasiones para mantener el status quo) casi nunca son equitativas y que tampoco, con ellas se compite en igualdad de condiciones.
En aquellos países donde la democracia ha sido una tradición y que padecieron dictaduras militares, la restauración democrática implicó entre otras cosas, el re establecer la institucionalidad en su conjunto, y, desde luego, los organismos electorales aún en el contexto de regímenes autoritarios como en el caso de Chile con el plebiscito de 1988, sobre la continuidad del dictador Augusto Pinochet.
Mientras en otros, la movilización social convertida en movimiento político- social se sometió a las reglas establecidas para participar electoralmente, en el convencimiento que se podía vencer todas las “irregularidades” con una masiva participación del pueblo a favor de un proyecto político alternativo; el último y más cercano ejemplo, es el ascenso paulatino al poder del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador desde que participó electoralmente como partido en 1994, frente a una de las derechas más duras e ideologizadas del continente.
Existen varios casos de fuerzas políticas de izquierda en América Latina, que han visto en los procesos electorales una herramienta para ir construyendo un camino e identidades propias y la cultura política del sector. Cuando una fuerza política sea partido o coalición - como hay varios casos en la actualidad- participa electoralmente, convierte las elecciones en uno de los momentos claves del ascenso al poder, desde la lucha por el poder local – alcaldías- , escaños en las Asambleas Legislativas o Congresos Nacionales según el caso, hasta la competencia por la presidencia de la república.
Por razones que consideramos se ajustan más al propósito de este trabajo, y por la convicción de que partidos políticos como LIBRE debe asumir la lucha electoral bajo una premisa diferente a la de los partidos tradicionales, hemos tomado el caso de la izquierda chilena por ser paradigmática en Latinoamérica, para mostrar el papel que históricamente le asignó a los procesos electorales desde 1921 hasta 1970, año en que alcanza el poder con Salvador Allende, pero principalmente en las campañas de 1952, 1958, 1964 y 1970 que sirvieron para perfilar su trayectoria.
Un primer elemento a considerar tiene que ver con el sistema político chileno, considerado por mucho tiempo como muy parecido a varios sistemas europeos por su madurez y estabilidad. Además, dos de las características más notables son que hasta 1970, fue un sistema político altamente competitivo y fuertemente polarizado[5]; también que ha sido claramente definido ideológicamente entre la derecha, el centro y la izquierda.
Debido a la fuerza electoral más o menos equilibrada entre los principales partidos, se llegó a considerar la existencia de lo que en la literatura politológica  chilena se denomina “los tres tercios”, la fórmula a “tres bandas” o la “mesa de las tres patas”. Lo anterior está sustentado en el  volumen electoral de cada sector político: la derecha, conformada por el Partido Nacional, el Partido Conservador y el Partido Liberal que en 1958 por ejemplo, alcanzó un 31,4%; el centro, constituido por el Partido Radical y la Falange Nacional, representaba el 17,8% mientras que la izquierda formada por el Parido Comunista y el Partido Socialista, el 24,5%.
Si observamos la evolución en elecciones parlamentarias de 1937 a 1970, el equilibrio promedio se mantuvo: 30,1% para la derecha, 39,7 para el centro y 21,5% para la izquierda. Y, en la última elección presidencial de 1970, los porcentajes se mantuvieron parecidos; Arturo Alessandri que representaba a la derecha obtuvo el 34,9%, Rodomiro Tomic[6] del centro, 27.8% y Salvador Allende de la Unidad Popular, el 36.2%.
En líneas anteriores anunciamos que el interés nuestro es ubicar la evolución electoral de la izquierda en Chile, principalmente a partir de 1952 que fue una participación más bien testimonial pero que comenzó a asignarle a las elecciones un papel táctico, dentro de la estrategia para el proceso de cambio, e ir perfilando un camino propio, que culminó con el triunfo de la Unidad Popular en 1970.
El segundo, ideológicamente y debido a la polarización entre las fuerzas que apoyaron la Unidad Popular (UP) surgió en su seno la conocida dicotomía de la época: reforma o revolución que llevó a plantearse la llamada “vía chilena al socialismo” o sea, la sustitución del capitalismo por un nuevo orden social sin mediar una guerra civil, en donde la actividad electoral era una instancia de agitación y lucha de masas[7].
La lucha electoral fue insuflando en las fuerzas de izquierda, una voluntad de poder y  asumiéndose como una alternativa competitiva como lo demuestra su participación en cuatro procesos electorales de 1952 a 1970. Durante ese tiempo, se fueron madurando las condiciones y los procesos internos en aspectos como sus contenidos, el programa, la organización, el discurso, los candidatos etc. y con ello, la creación de una cultura política que identificaba y diferenciaba a la izquierda de las demás fuerzas políticas.
No obstante que la lucha electoral fue asumida como propia por la izquierda chilena, sería ingenuo desconocer que la derecha tiene la suficiente capacidad para ponerle límites a la oposición cuando su “atrevimiento” es mayor, es decir, cuando sus propuestas van más allá de lo que esa derecha es capaz de “permitir” y cuando ello ocurre, responde de la manera que mejor saber hacer, el golpe de Estado.
Lo anterior nos lleva a considerar que, si bien es cierto, las elecciones son el medio más utilizado para la legitimación política, no son el único y que en determinadas circunstancias, pueden ser deslegitimadas por amplios sectores sociales como sucedió en Honduras en noviembre de 2009, cuando buena parte de los votantes identificados con unos de los partidos tradicionales (el Liberal) y personas no identificadas partidariamente, no concurrió a ellas por considerarlas no confiables.
En cualquier sistema político, los procesos electorales vistos no solo como mecanismos que reparten el poder, pueden ser también el medio para el cambio social, para institucionalizar las expresiones políticas manifestadas en forma de partido o coalición como sucede en la actualidad, sobre todo, en América Latina, donde lo que se construyen ya no son partidos sino coaliciones de fuerzas sociales y políticas.
Además, las elecciones una vez aceptadas como la mejor manera de dirimir las diferencias políticas, sirven no sólo para seleccionar los representantes del pueblo ante las instituciones, también sirven, para aclarar la definición político-ideológica y programática de los partidos,  como la ya mencionada dicotomía reforma/revolución en tanto que trasfondo del cambio social.
Pero dicha dicotomía no obstante el nivel de polarización ideológica que caracterizó por mucho tiempo al sistema político chileno, no terminaba de explicar la profundidad del “proyecto histórico de la izquierda chilena”, algo parecido sucede con el proceso de cambios que experimenta Latinoamérica en la actualidad, existen procesos que parecen revolucionarios (el caso brasileño) sin serlo y otros que verdaderamente son revolucionarios, y se muestran más bien reformistas (Bolivia) por esa razón, el viejo dilema es eso, y nada más.
Sin embargo, un proceso reformista puede acometer cambios sociales y económicos de una profundidad y amplitud que lleguen a ser considerados como una “revolución”, ejemplos existen varios. Este hecho, se encuentra íntimamente relacionado con los alcances del proyecto político y por supuesto, sin perder de vista sus límites como parte esencial para tener éxito políticamente: la relación entre ideas y realidad pues de lo contrario, supondría lo que en psiquiatría se denomina noética (la no correspondencia entre lo que pensamos y hacemos) o sea lo contrario del deber ser.
Ahora bien, si el caso de la izquierda chilena hasta antes del golpe de Estado de 1973  lo extrapolamos a la realidad que han vivido varios países latinoamericanos, nos encontramos con situaciones interesantes como las siguientes: una, tradicionalmente las izquierdas han sido escéptica sobre los procesos electorales como vía para alcanzar el poder, dos, históricamente las izquierda no ha sido una fuerza exitosa electoralmente con la excepción de Salvador Allende en 1971, por razones que van desde la proscripción de sus partidos, la muerte o el exilio de sus dirigentes y “por la presencia de movimientos populistas, o nacional populares que eran percibidos como una barrera y aun como un antídoto contra el crecimiento de la izquierda”[8].
Tercero, cuando se analizan los datos empíricos de las encuestas de opinión sobre el estado de la democracia en la región, nos encontramos que los gobiernos considerados de izquierda o centro-izquierda, su electorado no es muy de izquierdas pues la ubicación de las personas en el eje derecha/ izquierda, el promedio se sitúa en el 5,4 en una escala de 0 a 10, donde 0 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha[9] .
Cuarto, si se observa los países donde el proceso de cambio social es más “radical” como Venezuela, nos encontramos con una paradoja, pues la identificación del electorado venezolano es ligeramente a la derecha del promedio latinoamericano 5,6  situación que se repite en los demás países con gobiernos de centro izquierda o considerados progresistas, con la excepción de Bolivia, donde la población se ubica ligeramente en un 4,8 a la izquierda.
De toda experiencia electoral, truncada por el golpe de Estado en 1973, la izquierda chilena pudo asimilar no solamente que la polarización ideológica llevada al extremo, conspira con la pretensión del cambio social por el que se lucha, y que con la extensión de la participación electoral y de la disputa política entre organizaciones de distinto signo ideológico, la oposición no pasó no sólo a ser reconocida como uno de los elementos constitutivos y reconocidos del sistema de partidos, sino como un “contrapoder” que vigila y fiscaliza al poder establecido.
En el caso de la izquierda chilena sobre todo en la elección de 1970 en la que triunfó la Unidad Popular de Salvador Allende, no obstante el ambiente altamente polarizado, la centralidad del programa de la UP, dejó de lado la retórica más ideologizada en una muestra más de que el “pragmatismo” indicaba dejar el discurso “duro” ante la dificultad de poder conquistar con él, a la mayoría del electorado, por otra parte, esta centralidad se dirigía también a mostrar a los electores, la unidad de la coalición y mostrarse como capaz de cohesionarse y alejarse de la idea implantada por la derecha, de que no daba confianza para poder gobernar por su falta de unidad interna.
En lugar de recurrir a las afirmaciones más contundentes del Programa como las que hacían referencia a “las transformaciones profundas”, la campaña de 1970, se centró en “responder demandas locales” con lo cual se desencadenó otro fenómeno: las organizaciones de pobladores y campesinos vieron en esa práctica, una especie de “campo de oportunidades políticas” para fortalecer sus demandas sociales[10].
Como se puede ver, los procesos electorales resaltan las diferencias políticas e ideológicas de quienes participan en ellos, y a su vez, orientar las acciones para poder ampliar la base de apoyo y aumentar la adhesión electoral. En el sistema político hondureño esto no existe, porque el bipartidismo decidió que no era conveniente para su sobrevivencia, pero con el tiempo, se ha vuelto en su contra por el hecho que importantes sectores de la población, no encuentra diferencias políticas e ideológicas entre los partidos tradicionales y por lo tanto, no sólo ya no se identifican con ellos, sino, se han alejado de ellos produciendo de paso, más debilidad al sistema de partidos y una alta desconfianza y descreimiento de los partidos mismos.

Reflexiones finales 

Contrario a los deseos personales o de grupos, es necesario darnos cuenta sobre todo quienes tienen posiciones de dirección política, que no se pueden continuar confundiendo los planos: los deseos con la realidad, a esto es lo que Marx llamaba “chifladuras” o sea aquello que no concuerda con lo real, la falsa conciencia de la que tanto habló junto a Engels en “La Ideología Alemana”.
El hecho de que un partido como LIBRE decida entrar a la competencia política en representación de lo que se podría denominar la centro-izquierda hondureña, no sólo obliga a realizar los mejores esfuerzos, a desarrollar las mejores capacidades, a dejar de lado los vicios del pasado, a dejar la descalificación maniquea entre las fuerzas que lo integran, que en su mayoría, cargan con un pesado  tradicionalismo. Es necesario darse cuenta cuanto antes, que el proceso electoral, por mucha suspicacia que tengamos de él – y con razón por lo que aquí se ha dicho- representa la oportunidad de reivindicar los ideales por los que se lucha (una Asamblea Nacional Constituyente y la refundación de Honduras), de hacer propaganda, de posicionar liderazgos nuevos, de mostrar las contradicciones del modelo que se pretende cambiar y desde luego, mostrarse como algo distinto.
Además, pensar en una forma organizativa (órganos electorales) que se ocupe de cómo enfrentar exitosamente esta parte instrumental que tiene la política y de la cual no se puede prescindir como son los procesos electorales. Una manera de ver éste tema puede ser asociando lo electoral con las luchas sociales, porque a través de una organización electoral diferente, se puede también difuminar el discurso, los mensajes, las temáticas y hasta la movilización política. Así, los órganos electorales podrían seguir cumpliendo con otras tareas una vez finalizadas las campañas electorales
En esta nueva dinámica política, todos aprendemos de todos, pero eso requiere “poner los pies sobre la tierra”, porque si bien es cierto que en los dos últimos  años de lucha política el pueblo ha elevado su nivel de conciencia, ésta no es suficiente para que avance hacia estadios más altos – por ahora- y se constituya en el soporte de un proceso de cambios sociales amplios y profundos.
Para muestra un botón, sabemos que la hondureña es una de las sociedades más conservadoras del continente, políticamente ubicada en el tercer lugar más a la derecha, 6,2 solo después de República Dominicana (7,1) y Costa Rica (6,3). Lo anterior quiere decir que en el proceso competitivo, es necesario tener en cuenta esta variable para el diseño estratégico del ascenso al poder, que en la lógica electoral, los votos de los sectores progresistas no alcanzan para una victoria, que se tendrá que recurrir seguramente a una etapa de alianzas y negociaciones con sectores sociales y económicos que por sus propios intereses, los podemos encontrar en el llamado “centro político” que en nuestro caso, se podría identificar como el también llamado “independiente”, y que su opción electoral la decide en los últimos tramos de una campaña inclinando la balanza.
¿Cómo se “conquista”, se “convence” ese sector? Con  ideas claras y elaboradas de una manera sencilla para facilitar su comprensión y asimilación, con una propuesta programática realista, por más que se fijen unos ideales alejados de la realidad (no significa abandonar la utopía por una sociedad mejor), con una buena campaña de Marketing político, con un candidato con el que se identifique el pueblo, con un buen discurso o relato y con una buena dosis de moderación política.
Algunos dirán que se llega a esos sectores con todo eso, otros querrán enfatizar más cierto aspecto, no faltarán quienes digan con nada de lo anterior porque “la fuerza del pueblo” botará al régimen etc. etc. yo prefiero que se lo pregunten al Frente Amplio Uruguayo, prefiero que le pregunten a la Concertación de Partidos por la Democracia en Chile, prefiero que le pregunten a Frente Farabundo Martí para La Liberación Nacional de El salvador, al Partido de los Trabajadores brasileño, incluso al mismo Frente Sandinista de Nicaragua, pero más prefiero que se lo pregunten al pueblo hondureño.
Desconocer la realidad puede llevar a planteamientos equivocados o erróneos, por ejemplo, quienes postulan la instauración de una Constituyente y la “refundación”  pueden no darse cuenta que en el fondo lo que están planteando es una reforma que modifique aspectos como las relaciones de producción, las políticas redistributivas, la tenencia de la tierra, la reforma del Estado, el acceso a la educación etc. es decir, la transformación de las reglas que actualmente rigen la sociedad constituye una “refundación”, pero no necesariamente a través de cambios radicales imposibles de realizar por lo menos en las circunstancias actuales, por más que nos gustaría que así fuera.
Para finalizar, una pregunta inquietante: ¿todo este proceso en manos de quien estará? o dicho de otra manera  ¿cuáles son las mentes que pensarán o dirigirán todo éste proceso? En la del pueblo contestarán algunos, en la mente de “los” y “las” ciudadanas responderán los que repiten las modas intelectuales e ideomáticas que nos imponen ciertos círculos académicos neoliberales, la pregunta no es ociosa porque en los partidos tradicionales las “cosas” quedan allí, sí, en manos de los “prácticos”, esos que no saben que “no hay nada más práctico que una buena teoría” y que como dice Atilio Borón, “… no basta la militancia activa y el compromiso, si no van acompañados de una gran claridad de cuáles son los objetivos, los instrumentos de lucha, los rivales y los aliados”.


REFERENCIAS
-          Alcántara Saéz, Manuel. “La escala de la izquierda. La ubicación ideológica de los presidentes y partidos de izquierda en América Latina”. Nueva Sociedad, No 217, septiembre-octubre, Buenos Aires, 2008.
-          Álvarez, Vallejos, Rolando. “La Unidad Popular y las elecciones presidenciales de 1970 en Chile: la batalla electoral como vía revolucionaria”. OSAL, año XI, No 28, CLACSO, Buenos Aires, 2010.
-          Corporación Latinobarómetro, Informe 2009.
-          Panizza, Francisco. “Nuevas izquierdas y democracia en América Latina”. Revista CIDOB d FAERS INTERNATIONALS, 85-86, Barcelona, 2009.
-          Roberts, M. Kenneth. “¿Es posible una socialdemocracia en América Latina? Nueva Sociedad, No 217, Buenos Aires, 2008.
-          Valenzuela, Arturo. El Quiebre de la Democracia en Chile, FLACSO, Santiago de Chile, 1989.




[1] Alcántara Sáez, Manuel. “La escala de la izquierda. La ubicación ideológica de presidentes y partidos de izquierda en América Latina”. Nueva Sociedad, septiembre-octubre No 217, Buenos Aires, Argentina, 2008.
[2] IDEM
[3]  Panizza, Francisco. Op. Cit.
[4] Roberts, M. Kenneth. “Es posible una socialdemocracia en América Latina?”. Nueva Sociedad, No 217, septiembre-octubre, Buenos Aires, Argentina, 2008.
[5] Valenzuela, Arturo. El Quiebre de la Democracia en Chile. FLACSO, Santiago de Chile, 1989.
[6] Es preciso aclarar que para la elección de 1970, el centro estaba conformado por los partidos mencionados,  a los que se unió la el Partido Demócrata Cristiano que había sido creado en 1966.
[7] Álvarez Vallejos, Rolando. “La Unidad Popular y las elecciones presidenciales de 1970 en Chile: la batalla electoral como vía revolucionaria” en: OSAL, Año XI, No 28, CLACSO, Buenos Aires, 2010.
[8] Paniza, Francisco. Op. Cit.
[9] Corporación Latinobarómetro. Informe 2009.
[10] Vallejos Álvarez, Rolando. Op.cit.

domingo, 10 de junio de 2012

De Chile con Amor

Cuando “Pánfila” va a la escuela.


“Los empresarios subimos los precios únicamente
en dos circunstancias bien puntuales: cuando hay
aumento de salarios y cuando no hay”.
Caricatura en Página 12

Los historiadores no han enseñado cómo se ha ido construyendo eso que denominamos país, nación o comunidad; los filósofos e intelectuales en general, a comprender las ideas de cada época en esas naciones, desentrañando aquello que no puede ser apreciado a simple vista por la mayoría porque requiere de ciertos conocimientos o como se diría de otro modo, de ciencia, aquella actividad reservada para unos pocos, siempre fue así, desde su construcción original.

También hemos aprendido a conocer el origen y evolución de hechos que corresponden al mundo de la política, por ejemplo, acerca de cuál es el origen de la “clase política” o el de las “élites”, conceptos no muy claros por cierto, pero que se puede predicar de ellos lo suficiente como para hacerlos entendibles. Como no es el propósito definirlos, en otra ocasión nos ocuparemos de ello.

Después del golpe de Estado del 28J, se ha observado en la derecha hondureña, una renovada e inusitada devoción por la derecha chilena que ahora que está en el gobierno de aquel gran país, es invitada a “renovar” los alicaídos ánimos de los principales empresarios  (a la mayoría le queda enorme ese nombre) que más allá de satisfacer sus mezquinos intereses, con las “Ciudades Charter” se declararon sin ningún sonrojo, incapaces de tener un modelo de país aunque sea en su forma más rudimentaria.

Se sabe que esa devoción no es nueva, pues además de ser - en su mayoría- admiradores de Pinochet y su “obra”, también admiran los éxitos del neoliberalismo chileno, pero por otra parte, saben que debido a su mediocridad como “empresarios”, no pondrían ni una “chiclera” en alguna esquina de Santiago pues serían incapaces de competir en la economía más abierta de América Latina en la que, entre otras cosas, se prohíben estrictamente los monopolios, oligopolios, uso de información privilegiada, negocios relacionados, evasión de impuesto, condonaciones etc. etc. etc. y en donde, existe una verdadera libre empresa que no vive a costa del Estado ni lo tiene secuestrado, como sucede en “catrachilandia”.

Pues bien, el último acto de esa devoción, es la traída del ministro de economía de Chile, Pablo Longueira, a un aniversario más del COHEP y el paseo que le dieron por los medios fácticos. “Pánfila”, se quedó boquiabierta por el discurso del Ministro chileno, que es el mismo que repite cualquier funcionario de ese nivel o más bajo, sea cual fuere la coalición política que gobierne Chile por razones básicas: una, es cierto, la clase política chilena ha sido capaz de encontrar una forma de gobernar en la que, los grandes temas nacionales, son suscritos por consenso, dos, por contar Chile históricamente con una masa de capital humano de alto nivel en todos los sectores, la clase política por su nivel intelectual, puede exhibir un plus por sobre sus pares de América Latina, tres, porque a diferencia de otras, la clase política chilena, no sólo hace política, también piensa política por las razones anteriores, y, por último, porque el sector empresarial, se somete a las reglas del Estado y las observa.

El ministro chileno le dijo a “Pánfila”, que allá se pusieron de acuerdo todas las fuerzas políticas – menos las que hasta hace poco eran extraparlamentarias- alrededor del modelo que es el único en Latinoamérica que puede mostrar los logros de Chile, sobre todo en materia de reducción de la pobreza que de un 42% en 1990, pasó a un 13% en 2010. Pero lo que no dijo el ministro, es que también se pusieron de acuerdo en el tema de Derechos Humanos, que iba existir verdad y justicia, que los violadores de Derechos Humanos, los responsables de las desapariciones, asesinatos, torturas etc. serían sometidos a la justicia y pagarían por sus crímenes, fueran militares, paramilitares o agentes de inteligencia.

Hoy, existe en Chile una cárcel especial para violadores de Derechos Humanos, se llama “Punta Peuco”, allí purgan penas hasta de cadena perpetua los mayores violadores de Derechos Humanos y continúan en los tribunales de justicia, juicios por los mismos delitos casi cuarenta años después de aquella barbarie. Otros, viven casi escondidos por el rechazo que la sociedad en general, siente hacia ellos. Mientras en “catrachilandia”, los violadores de Derechos Humanos, en lugar de estar en la cárcel, gozan de total impunidad. Qué diferencia.

“Pánfila” se queda extasiada escuchando un discurso que ya lo quisiera para sí, pero resulta, que eso no es asunto de dinero sino de cultura, la derecha chilena en su mayoría, es una derecha ilustrada porque en parte, esa ha sido la tradición, y eso vale también para la clase política en general.

Pero lo que más sorprende de “Pánfila”, es su atraso intelectual que, ante la crisis del capitalismo global, del papel que el Estado ha tenido en solventar la crisis financiera del 2008 y después del fracaso del neoliberalismo en América Latina, sigan leyendo y escuchando los evangelios neoliberales sobre la “libre” “empresa” y la pretendida eficiencia del sector privado. Mientras en otras partes, quieren pasar desapercibidos (los neoliberales) por los desastres de los facinerosos llamados “banqueros”, como se ha puesto de manifiesto en la crisis europea actual en la que, nuevamente, los “banqueros” responsables del descalabro general, tienen que recurrir al Estado, vale decir, a fondos públicos para rescatar a la banca.

En Grecia y en Portugal, los mercados sustituyeron a los presidentes electos, en España, el estado de bienestar, está reducido a cosa del pasado donde hasta los pensionados y jubilados tendrán que pagar parte de sus servicios médicos, se aumentó la edad de jubilación, se redujeron los salarios de los empleados públicos y una reforma laboral, que cercena los derechos de los trabajadores para facilitar y abaratar el despido que aumenta el desempleo a más de 5. 5 millones de personas.

El “libre mercado” en el país de “Pánfila”, es una quimera, lo que existe es la colonización del Estado y la apropiación de los recursos del país por un pequeño grupo, que sí se lo dicen al ministro de Chile, muchas de las “enseñanzas” que le trajo a “Pánfila”, seguro que se las guarda.

Por último, ni la mejor experiencia ni la teoría más desarrollada, podrá hacer que “Pánfila” lo asimile, porque de ser así, equivaldría a darse con la piedra entre sus dientes, no está en capacidad de desarrollar el neoliberalismo como lo han hecho en el país de las empanadas, el vino tinto y tierra del ministro de derecha pero demócrata.

lunes, 4 de junio de 2012

Entre los sueños y el delirio

Cuando ciertas ideas se vuelven inservibles



“Entre los muchos errores que hemos cometido todos,
el más importante era creer que alguien sabía  de
socialismo o que alguien sabía cómo se construye.”
Fidel Castro. 2011


Los sueños
En una ocasión, Antonio Machado manifestó que “después de la verdad, no hay nada más bello que la ficción”, mientras, el pensamiento utópico postula que la realidad comienza a manifestarse a nivel ideal como imagen de un deseo que se convierta en realidad. En el plano político y sobre todo cuando de construir órdenes sociales se ha tratado, estas formas de pensamiento se despliegan con gran notoriedad histórica reflejando condiciones y aspiraciones de individuos y clases sociales.
En efecto, los poetas y filósofos han recurrido a Utopía para idealizar un país que a través de la historia ha ido cambiando de lugar y de características, pero mantiene el principio de la esperanza casi mágica, de la abundancia como en el País de Cucaña donde la felicidad se realiza materialmente por medio de “Bellos y espléndidos ríos de aceite, de leche, de miel, de vino” y, también, por el espíritu social que habla de un país en paz, “Siempre el día, jamás la noche, ni querellas ni luchas, tampoco muerte, sino una vida eterna…”.
Esta doble aspiración, es decir, de abundancia material y de justicia social, también se manifiesta en la Utopía estoica del mundo griego, “Las Islas del sol”, como en las posteriores: “La Ciudad del Sol” de Campanella  y en la de Tomás Moro, Utopía (utopías del renacimiento)
Posteriormente, la Revolución Inglesa y la Revolución Francesa, introdujeron elementos nuevos en la vida del hombre, como que la naturaleza humana no es inmutable, por el contrario, se encuentra sujeta a la perfeccionabilidad dentro de las condiciones reales de vida, es decir, es producto de su medio, de la sociedad en la que vive. Este hecho, cambió la naturaleza de Utopía pues en el pasado, aparecía como un mundo acabado e invariable, la República de Platón por ejemplo, fue vista como una verdadera forma de sociedad. En cambio, las nuevas Utopías tendrán en la idea de progreso el nuevo rasgo que las caracterizará en adelante, sobre todo, a partir del aparecimiento de los avances de la técnica y la división social del trabajo que impone duras condiciones de vida a los trabajadores, quienes se ven empujados hacia las ciudades donde se ubican la fábricas. La razón, ya había subido a los altares.
Esta circunstancia, hace que los escritores utópicos comiencen a pensar en determinadas formas de organización social en la que desaparezcan las terribles condiciones del los trabajadores, para dar paso al sueño de una comuna del pueblo que podría representar el reino de la necesidad y la libertad. Es el caso de C. Marx, que emprende la crítica contra la falsa conciencia que confunde lo natural con lo histórico.
Después, las nuevas utopías se dirigirán por un lado, a conservar el statu quo como mejoramiento de lo natural (la pobreza, es considerada por el pensamiento conservador como algo natural) y por otro, relacionar las utopías con la política, la economía, la ética y la igualdad. Luego, aparecieron los pensadores que hablan de la utopía como aquello que no es pero que puede llegar a ser, o dicho de otra manera, utopía es “lo imposible que delimita lo posible”, pero también es “lo imposible que orienta lo posible”.
Lo anterior quiere decir que una cosa es lo pensable, otra lo factible y una distinta lo posible como momentos del pensamiento utópico.  Sí lo anterior se lleva al campo social, el pensamiento utópico no tiene la capacidad para revertir situaciones reales pero sí, un “efecto movilizador” porque por definición, utopía tiene la connotación de imposibilidad y por esa razón, se la dota de cierta racionalidad y de ahí, la idea de que “quien no se atreve a concebir lo imposible, jamás puede descubrir lo que es posible”.
Lo posible sólo es visualizado al someter lo imposible al criterio de factibilidad, es decir, saber si lo imposible es posible. Esto, si lo extrapolamos al mundo de la política llegamos al realismo, como aquel momento en el que la razón política hace posible por una vía distinta lo imposible, pero conservando los principios que animan la política, esa es la diferencia entre realismo político y pragmatismo ya que éste último, se emparenta más con el oportunismo.
Hasta aquí, se ha tratado de mostrar cómo el pensamiento utópico ha estado presente cuando el hombre intenta crear órdenes sociales ideales o que se aproximen a ello, por eso, hoy es común escuchar frases como “otro mundo es posible”, “no vamos a renunciar a la utopía” o “siempre hay que tener una utopía”, todas dichas desde movimientos sociales, grupos contestatarios o partidos políticos. Pero las utopías, si no tienen fundamento racional, son solamente utopías y, por ello, cuando recurrimos al uso del término es necesario dotarlo de ciertos pensamientos que son al final, los que mueven los proyectos sociales y de otra índole, claro está. 

El delirio
No cabe duda que el golpe de Estado del 28J, es la gran avería del régimen político y del sistema de poder en Honduras, pero para que eso termine de ser cierto, hay que oponerle algo distinto a lo que ha existido por décadas en el país en términos de poder, de democracia, de formas económicas, culturales y de dominación en general.
Pero eso “distinto”, no se construye con fórmulas del pasado que fracasaron en la misma dimensión que lo ha hecho el neoliberalismo. Tampoco se construye con “ocurrencias” como el “socialismo primitivo”, (vamos para atrás en lugar de ir para adelante) viendo la historia con los ojos en la nuca o como hacen algunos, que en un alarde de desconocimiento de lo más elemental de la política, confunden el papel de dirigentes sociales con el de dirigentes políticos y viceversa. Una rápida mirada de la historia latinoamericana, nos permite darnos cuenta fácilmente, que la política transcurre por ciclos, por lo menos ha sido así en los últimos cincuenta años, y sí nos fijamos bien, esos ciclos han durado una década o un poco más; eso duró el populismo de los años 70, eso duraron los regímenes militares y eso duró el neoliberalismo (la década perdida).
El actual proceso de cambios reformistas que se observa, comenzó en 1998 con la llegada al poder Hugo Chávez en Venezuela, siguió Bolivia, Ecuador y últimamente Argentina. Ha habido grandes avances en materia social, económica y cultural, sobre todo, en la recuperación del rol del Estado que el neoliberalismo había reducido al mínimo en provecho del mercado para la acumulación de riqueza de unos pocos, a costa de la pobreza de millones de latinoamericanos.
Sin embargo, y como no todo lo que brilla es oro, quienes se dedican al estudio de estos procesos argumentan que algunos de esos cambios, son irreversibles, que ya nada volverá al estado en el que se encontraban esos países antes de iniciado  el cambio, pero cuando se preguntan sí esos procesos en la actualidad se encuentran fortalecidos o debilitados, no tienen una repuesta unívoca por diferentes razones que se reducen a dos factores: uno, por el cambiante entorno  económico internacional que gravita negativamente sobre todo, en aquellos países  que conservan un modelo económico basado mayormente en el extractivismo ya que la industrialización requiere muchos recursos, conocimiento, experiencia y sobre todo lleva tiempo, y dos, por factores internos derivados de conflictos puntuales que llevan al desgaste de los gobiernos, hecho que puede ir restando los apoyos originales a favor del fortalecimiento de los sectores opositores de la derecha, aún cuando el desgaste, no suponga un cuestionamiento al modelo.
Pues bien, ¿cuánto durará el actual ciclo? Es difícil saberlo, vale recordar que a diferencia de los anteriores, a éste en el que nos encontramos, se llegó a través de procesos electorales y que cuando cambie, lo hará por la misma vía. Luego, “esto” que algunos dicen que está en construcción en Honduras ¿toma en cuenta esos ciclos?, ¿se construirá cuando el actual ciclo esté terminando de la misma manera que se intentó la revolución en Centroamérica, cuando el entorno internacional había cambiado y la revolución se vio tardía?  ¿cederemos a los infantilismos y maximalismos del pasado que nunca han tenido las más mínima posibilidad de disputar el poder? O por el contrario ¿terminará prevaleciendo el realismo político presente en la utopía?
Las utopías no se hacen realidad con “chifladuras” – en el sentido que Marx usó el término, para referirse a aquel pensamiento que no está relacionado con la realidad-  ni con cualquier “modelo” que resuelva los problemas de la gente. A veces, se llega no hasta donde dice nuestro talento, sino, hasta donde nos dejan avanzar nuestras debilidades, pero parece que esto no lo entienden los que creen que todavía están en las barricadas o los que van camino a convertirse en politiqueros tradicionales, que confunden la indignación del pueblo con la toma de conciencia para asimilar un cambio social radical, sin que haya sido explicado en qué consiste, (porque no existe) cómo se hace y quiénes lo harán.
La “toma del poder”, “muerte al bipartidismo”, el “fin de la oligarquía”, fin “al Estado neoliberal”, “socialismo catracho” y un largo etc. ¿son parte de la utopía? Y en caso de que lo fuera ¿cómo se hace realidad cada uno de esos “fin”?  ¿se está en capacidad de acometer semejante tarea? ¿es parte de nuestra realidad y de nuestras fuerzas? ¿ tenemos seguridad que eso es lo que desea el pueblo? o ¿es que son sólo frases para la pancarta? Las pancartas también reflejan realidades.
Mientras no se explique qué es y cómo se hace lo anterior, el “socialismo catracho” o “primitivo”, no está en la realidad y menos en la cabeza, sino, en el delirio. Leer a Fidel Castro, vendría bien.
En tanto, oligarcas, pueden dormir tranquilos, la “refundación” no los alcanzará.

sábado, 2 de junio de 2012

LIBRE


¿Más de lo mismo o algo distinto?


“… una organización de nuevo tipo (más democrática, más ofensiva,
más popular) con un programa de crítica al ultraliberalismo,  estructu-
-rarse y ganar las elecciones para ir a una constituyente. Es posible.”
Ignacio Ramonet 



Rara  avis
En las Ciencias Sociales, el tema de la identidad política sobre todo de los partidos, viene dada desde tres fuentes: la primera, tiene que ver con el ambiente en el que nacen sea éste en circunstancias de lucha, de crisis o de estabilidad social, la segunda, por la cultura política del sistema que puede ser democrática, tolerante o autoritaria y por último, por la influencia de sus líderes que dejan la impronta de su pensamiento en el partido. Esto ha sucedido en varios países latinoamericanos, uno de los casos más emblemáticos que se puede citar es el de la Alianza Popular Americana (APRA) en Perú, fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) quien además fue un pensador e ideólogo del Partido Aprista Peruano.
El mismo Haya de La Torre – que era un ilustrado y a la vez luchador social y “… por accidente, un político”, como solía decir – se encargaba de organizar seminarios de formación política en temas relacionados con la dialéctica hegeliana, marxismo y oratoria; en la convicción, que la conciencia social se adquiere con la ciencia.
Debido al descrédito que se observa en los partidos políticos desde hace ya varias décadas, y al desaparecimiento de los llamados partidos tradicionales que surgieron a partir de comienzos del siglo pasado, en América Latina ya no es posible observar la construcción de partidos estructurados como los que surgieron a la luz de las grandes corrientes de pensamiento político internacionales como el liberalismo, el social cristianismo y el socialismo  con todas sus variantes.
Hoy, en lugar de ello, la organicidad política adquiere forma de conglomerados, coaliciones, alianzas o frentes instrumentales alrededor de un programa o simplemente alianzas electorales; la región está llena de ejemplos. En parte, porque la complejidad y variedad de problemas que afrontan las sociedades modernas, hacen que no exista una fuerza que por sí sola tenga la capacidad de  resolverlos y por otra, por la emergencia de una serie de fuerzas sociales que luchan desde sus propios espacios, por temas como el medio ambiente, la diversidad sexual, las etnias, la juventud o las mujeres que poco a poco han ido imponiendo sus temas en la agenda pública y en la de los gobiernos.
En Honduras contra toda lógica política - y como un producto no deseado y menos esperado por las fuerzas que perpetraron el rompimiento constitucional el 28J- ha comenzado el surgimiento de una nueva fuerza de carácter nacional que representa un desafío para el obtuso sistema político, que desafía a las clases dominantes pero que a la vez, significa un reto para sí misma en términos de concebirse como una alternativa real de poder, no solamente por el apoyo que pueda concitar en el pueblo, sino, por su capacidad creativa de presentarse como algo distinto a los existente.
El primer desafío del partido denominado Libertad y Refundación (LIBRE), es asimilarse como una verdadera alternativa de poder porque en política como en otros aspectos, no hay nada más seductor que ver a otro político con poder. Los inicios de LIBRE no han sido los mejores si nos atenemos a lo azaroso de su fundación y lo que ya se sabe sobre el nombre, que si nos fijamos, su identidad es más bien difusa porque no es producto (el nombre) del ambiente de La Resistencia, tampoco de la cultura política del país y menos de la influencia de las ideas de su liderazgo sino, del marketing comercial extrapolado a la política. Hey! ¿Estás con migo?  ¡Claro,  Estoy con  tigo!  Y como somos Libres, ¡tomamos  Coca Cola la chispa de la vida!
En la política tradicional el peso de lo simbólico no existe porque no es parte de la comprensión que se tiene de los fenómenos sociales, da lo mismo llamarse de una manera que de otra, es más importante la envoltura que el producto y según algunos, seguimos teniendo añoranzas por caudillos del pasado que “sabían mandar” y tenían “autoridad”, desconociendo con ello, los cambios y la complejidades de las sociedades actuales en las que la “autoridad” adquiere la forma de acuerdo, consenso, diálogo y no autoritarismo.

Acuerdo Programático: la verdadera radicalidad política

Desde el golpe de Estado militar, hemos asistido a un despertar no solo de las conciencias (más desde las emociones que de la ciencia como decía Haya de la Torre) también del pensamiento, hasta de los “teoricismos” y “academicismos”  como señalan algunos, lo que de ser cierto, representaría un avance del pensamiento sobre todo, del pensamiento crítico ausente por mucho tiempo también en quienes hacen dichos señalamientos.
También en el contexto de La Resistencia,  han surgido momentos de exaltación en forma de virus y en otras ocasiones, de “barras bravas” a la usanza de la derecha más reaccionaria, además han aparecido “discusiones tóxicas” sobre la “revolución”, la “refundación”, la “insurrección”, la “auto convocatoria”, el “socialismo catracho” y todos los maximalismos del pasado. Pero en todas las discusiones, la gran ausente ha sido la política siendo que solo ella cambia las cosas ya que sin la política, lo demás es pura aventura.
Lo claro en LIBRE es lo siguiente: el liderazgo del ex presidente Zelaya, contar una candidata de consenso y el apoyo popular. Lo gris, es la carencia de unas ideas que sirvan para dar identidad al partido mismo y a una posible propuesta de cambio social; coexisten en ese ámbito, “chifladuras” por doquier, desde el rechazo al proceso electoral por “burgués”, hasta “el socialismo hondureño” (¿?)  (toda una novedad) pasando por la “eliminación de los partidos tradicionales” y del “Estado neoliberal” y sin faltar, “yo me quedo con la doctrina liberal” como se argumenta desde el tradicionalismo político
Esta falta de claridad, lleva a confundir las posibilidades de triunfo electoral con tener un Proyecto Político Alternativo y hacerlo posible. Se requiere leer de manera inteligente, el tipo de cambio social que la sociedad pueda asumir e identificarse con él, en América Latina existe suficiente constatación empírica para demostrar que las propuestas políticas “radicales” (en nuestro caso ni eso existe) en sociedades con una democracia poco institucionalizada, no son respaldadas de manera que lleve a conformar nuevas mayorías, el caso del FMLN de El Salvador, es más que ilustrativo.
 Por otra parte, resulta que casi siempre, la lógica del poder termina imponiéndose sobre los que tienden únicamente a hacerse notar y la experiencia ha demostrado hasta el cansancio, que la exaltación política no se corresponde con las mayorías electorales o dicho de otra manera, no siempre la voz de la calle coincide con la voluntad mayoritaria en la urnas. Al final, las manifestaciones y asambleas multitudinarias terminan siendo influenciadas por ideas rígidas y mecánicas que impiden el logro de los objetivos de la lucha política.
Ahora bien, una vez cumplido el ritual de los formalismos jurídico-políticos de la inscripción de LIBRE como nueva fuerza política nacional, se impone el verdadero trabajo: UN ACUERDO PROGRAMATICO alrededor del cual aglutinar a los movimientos y tendencias internas, cualquier arreglo interno debería pasar por consensuar un  acuerdo que contenga la visión de un país distinto, un “Acuerdo Programático Alternativo” y al mismo tiempo diferenciador, que contemple un Estado diferente al constituido por las fuerzas oligárquicas, que marque un punto de inflexión que si bien es cierto, sobreviven modos tradicionales de hacer política como producto de una cultura basada en el caudillismo y el clientelismo, sea un proceso de cambio social dirigido por actores políticos nuevos. El sentido común del pueblo ya superó muchas de las viejas nociones políticas que hablaban de un único camino para las transformaciones sociales, con la aparición de La Resistencia se fractura la continuidad de un modelo socialmente excluyente y comienza a perfilarse un proyecto político que apunta directamente al corazón del sistema que margina y empobrece a las mayorías; pero ello requiere de ideas nuevas porque las recetas del pasado, no sirven para solucionar los problemas del futuro.
La construcción de un proyecto alternativo, tiene una complejidad teórica, y va acompañada de una complejidad práctica y que tiene a la vez, con otro tipo de complejidad: la complejidad técnica para desarrollarlo; en el caso de LIBRE – a menos que lo demuestren- no tiene quienes se hagan cargo de todas esas complejidades. Lo anterior, sólo sirve en el caso de que verdaderamente estén interesados en la llamada “refundación”, de lo contrario, no es necesario detenerse en estos “teoricismos”, pues basta desplegar las “habilidades” para “acarear” los votantes a las urnas, fuente de todas la soluciones personales.
Sin embargo, y para amargura de los que creen en “chifladuras” o en la envoltura, LIBRE está libre de un análisis crítico,  ausencia que debe ser superada cuanto antes. La crítica pasa primero por las capacidades de idear y administrar el acuerdo al que se ha hecho mención aquí, es cierto que la política moderna se basa en liderazgos carismáticos, en marketing político y en encuestas, pero no se puede aspirar al poder desde una alternativa distinta sin disponer de grupos dedicados a pensar, estudiar, discutir y proponer. Esta es una de las grandes y más notorias debilidades que los partidos tradicionales han exhibido a lo largo de su historia, se han limitado a elaborar planes de gobierno que nadie lee y cuando llegan al gobierno, se deshacen de ellos porque inmediatamente comienza a funcionar el plan de los poderes fácticos.
Ante la ausencia de think tanks  en el país, LIBRE necesita disponer de un grupo crítico de pensamiento, capaz de suplir esa debilidad y de explicar al pueblo de manera sencilla, en qué consiste el proyecto político que representa y que necesita ser respaldado. Hacerlo o no hacerlo, superar en la medida de lo posible las prácticas políticas tradicionales, servirá para darnos cuenta si se trata de algo distinto o más de lo mismo; ante la ausencia de señales diferenciadoras, se ha comenzado a instalar en ciertos círculos de opinión que de no ser por su liderazgo y la empatía del pueblo, LIBRE sería otro partido más, donde coexisten todo tipo de ideas alejadas de la realidad, con las viejas prácticas políticas de los viejos y conservadores partidos del sistema.
No faltará quien diga que de LIBRE no puede salir algo nuevo porque son las mismas personas de los grupos sociales y de los partidos políticos tradicionales, llevaría mucha razón, pero en éste caso no se trataría de las personas sino más bien de las ideas. Desafortunadamente, éste tiempo posterior al golpe de Estado, no ha servido para deshacerse de las viejas prácticas y tampoco para interiorizar ideas políticas nuevas, los mismos pensando lo mismo, haciendo lo mismo, dará como resultado más de lo mismo. La permisividad desde el liderazgo ha estado a la orden del día.
Por último, LIBRE requiere convertirse en una convergencia opositora y ser percibida de esa manera por el pueblo, pero además, necesita de una construcción política innovadora, lúcida, progresista, con un perfilamiento de centro-izquierda- sin que ello sea una etiqueta- en el que las diferencias convergen en una nueva especificidad y cultivando la cultura de la deliberación. Institucionalizar el modelo de coalición, sus prácticas, la toma de decisiones debe ser parte de la identidad de un proyecto político que representa una opción de transformación social para Honduras.
Sí no se cuenta con esas capacidades, búsquenlas y sí eso tampoco interesa, entonces LIBRE será más de los mismo.
En la tumba de Haya de la Torre, se lee un epitafio que dice: “Aquí yace la Luz”.