“En esta decisión reconocemos el lugar
donde cada uno
de nosotros es llamado a oponer
resistencia; se crearán
entonces espacios de libertad que
pueden abrir horizontes
hasta el momento inesperados.”
Ernesto Sábato
1. Palabras preliminares
De
no haber sido por la torpeza oligárquica-imperial del 28J, no nos encontraríamos
abordando un tema largamente añorado por pequeñas y débiles fuerzas políticas
ubicadas a la izquierda del conservador espectro ideológico hondureño. Me
refiero al planteamiento y discusión de ideas sobre la posibilidad de sentar
las bases de un “modelo” político-social alterno al implantado en Honduras
desde hace mucho tiempo, por las élites dominantes.
Seguramente desde la “independencia”, en el
país no se había presentado la coyuntura histórica de producir un cambio
societal como la que creó el golpe de Estado; porque es eso, una coyuntura y no
el resultado de un proceso de luchas sociales, la que abrió esta posibilidad de
cambio (sin dejar de reconocer la lucha de los trabajadores y de otros sectores
sociales organizados a lo largo de muchos años). La diferencia con la coyuntura
actual reside en que, las luchas del pasado han estado marcadas más por el carácter
reivindicativo unas, contestatarias otras y casi siempre por unas relaciones de
poder desiguales y asimétricas entre el llamado “sector popular” y el bloque
hegemónico con sus variantes políticas según las épocas (militares y civiles).
En cambio hoy, se trata de la posibilidad que
desde una fuerza política nueva - está por verse lo nuevo- como es el partido
Libertad y Refundación (LIBRE) se pueda idear un proyecto político alternativo,
que rompa no solamente con el bipartidismo sino, con la forma de
dominación que los sectores oligárquicos han establecido a través de los
partidos tradicionales “acompañados” últimamente, por los partidos “testigos”,
como el Partido de Innovación y Unidad (PINU) y el Partido Demócrata Cristiano
de Honduras (PDCH).
El des-aburrimiento que la discusión sobre la
“Cuarta Urna” (una buena idea en malas manos) antes del golpe de Estado, era lo
único que se había producido políticamente en el país; la vida política
transcurría entre algunas ocurrencias del presidente, la simpleza argumental de
su grupo más íntimo – en torno a la posibilidad de una Asamblea Nacional
Constituyente- y el desfile de
individuos opacos y reaccionarios, por
los principales medios de comunicación adversando la propuesta de que el pueblo se pronunciara
sobre un cambio constitucional.
El
golpe de Estado nos retrató políticamente como los bárbaros del Siglo XXI, se
nos continúo viendo como “democracia bananera” pero ahora, como “republiqueta”
pre moderna incapaz de resolver civilizadamente los problemas de la democracia.
Sin embargo, la crisis política provocada por el golpe de Estado, más el
agotamiento acelerado del entramado político-institucional del sistema, la cuasi
bancarrota económica del Estado y la apropiación indebida de casi todos los
recursos naturales del país por parte de la oligarquía voraz, anti democrática
y violenta, constituyen parte del
contexto sobre el cual articular ese proyecto político nuevo que podría dar
lugar, al proceso de cambios que el pueblo viene demandando desde hace ya
bastante tiempo.
A lo
anterior se debe agregar como elemento constitutivo de dicho proyecto, el nuevo
sujeto surgido del golpe de Estado: La
Resistencia, cuya expresión más visible ha sido el Frente Nacional de
Resistencia Popular (FNRP) hasta la
aparición de LIBRE, y que seguramente
tratará de mantener su perfil de organización aglutinadora de otras
organizaciones que juntas conforman lo que se podría denominar, el sector
social del nuevo partido.
Estas
dos variables son necesarias pero no suficientes para la construcción de un
bloque alternativo de poder, se requiere de un conjunto de ideas – nuevas por
demás- sobre las que se sustente el proceso de cambios que ya son urgentes en
el país. Los partidos tradicionales siempre vieron con menosprecio y desdén a
quienes desde la academia mostraron críticamente su agotamiento, así como la
necesidad de renovación y actualización teórica de los “postulados” que
sustentan, pero la ceguera, mediocridad, desidia y desinterés llevaron a que
amplios sectores de la sociedad ya no se sientan representados en ellos como lo
vienen demostrando dese hace tiempo, diversos estudios de opinión.
Por
otra parte, hay quienes piensan que las ideas sobre el cambio social devienen
dadas por la vieja y desactualizada dicotomía entre reforma y revolución,
otros, por la insurrección – no está clara la diferencia entre insurgencia
social, rebelión social y la misma insurrección- y algunos, por la “toma del
poder”, pero no se sabe si esto último sucederá antes o después de una nueva Asamblea
Nacional Constituyente (ANC).
Este
trabajo tiene la modesta pretensión de contribuir al debate que al respecto
debe producirse, aclarando dos cosas: una, que no es un tema agotado al contrario,
y dos, que se trata de una reflexión teórica-política desde el mundo de la
academia, que podría ser el complemento de la política-práctica algo que sería
inédito, por la relación tormentosa que siempre ha existido entre política y academia.
Esto y no otra cosa, es el propósito.
2.
Breves
reflexiones sobre el poder.
Intentar
reconstruir la sociedad después de una crisis es sin duda, uno de los retos más
importantes que puede imponerse fuerza política alguna pues ello supone estar
dotado de la voluntad, las ideas y los medios necesarios. Quizás el medio más
importante sea el poder, “eso” que algunos anhelan como un fetiche, otros
desean como vanidad y los más, como el medio para “cambiar las cosas” pero que
inconscientemente estos últimos, son convertidos en “objetos” para que nada
cambie.
Desde
que la política “civilizó” al hombre - porque ha sido la creadora de los
distintos ordenes sociales en lo que ha vivido históricamente- emergió en cada
uno de ellos, el elemento que no sólo fija las reglas de la convivencia social,
sino, que cohesiona a las sociedad misma, esto es, el poder. De él, se han
elaborado las más diversas teorías desde que Aristóteles en siglo IV A.C.,
trató de sistematizar el tema a partir de las múltiples relaciones sociales que
se establecen en una comunidad determinada, y, por su medio, se han tejido las
más sórdidas conspiraciones, muertes etc. pero también se han emprendido las
más nobles empresas; sociales, políticas, científicas etc.
En
éste apartado nos ocuparemos de abordar desde una perspectiva más bien clásica,
el tema del poder con el propósito de alumbrar el siguiente, que dice relación
con la posibilidad de elaborar un constructo teórico, sobre cómo cambiar la
estructura de poder dominante en la sociedad hondureña.
Lo
primero, es buscar su origen y significado, el que encontramos en las voces
latinas possum- posse que significan “ser
capaz”, “tener fuerza para algo”, “ser potente” para lograr el dominio o
posesión de un objeto físico o para el desarrollo moral, político, científico
etc. También se identifica con el vocablo potestas,
que significa “potestad”, “potencia” y “poderío”; y lo mismo con el vocablo facultas que significa “posibilidad”, “capacidad”,
“virtud y talento”; possum, alude a “ser
potente o capaz”, pero además a “tener influencia e imponerse”.
Potestas y facultas están ligados a la idea de
poder, sumado a ellos la idea de fuerza en el sentido de poderío de alguien o
sea potentia y de autoritas, que significa “autoridad o
influencia”.
Estas
acepciones etimológicas del término, tienen en sí, ideas que nos permiten
distinguir el estudio del poder en ámbitos que resultan útiles para poder
apreciar la evolución de sus significados. Por una parte, la idea de que,
hablar de poder sólo tiene sentido hacerlo
a partir de las relaciones que se establecen en una sociedad, por otra,
que poder lleva implícita la idea de fuerza y tres, que el poder denota
autoridad.
Lo
anterior forma parte de un primer ámbito desde donde abordar el tema, el
antropológico, el poder fuera de la sociedad, no es posible porque se
manifiesta a través de relaciones sociales; a su vez, una sociedad sin poder
tampoco puede existir porque es la fuente que establece las reglas básicas e
indispensables para la vida del grupo. Podría existir anarquía por un tiempo,
pero no permanentemente, por lo tanto la existencia del poder se vuelve
indispensable socialmente.
Lo
anterior nos permite decir que lo social y el poder se implican recíprocamente,
uno no podría existir sin el otro, de la misma manera que hablar de moral no
tiene sentido si no es dentro de la sociedad. Cuando Aristóteles habló de que
el hombre es un Zoom Politikom
(animal político) se refería precisamente a que el hombre es un ser social,
esto lo llevó a estudiar las relaciones sociales de su época para elaborar una
tipología del poder, según el grupo social en el que se ejerza: así, dice, está
el poder del esposo y padre sobre su mujer y sus hijos, el poder del dueño
sobre los esclavos y el poder de los gobernantes sobre los gobernados.
Esta
división la hace basado en el criterio de que las diferencias mencionadas se
encuentran en la naturaleza, que ha creado en el alma dos partes distintas: una
para mandar y otra para obedecer. Todos poseen dice, esos elementos esenciales
del alma pero en distintos grados:
“El
esclavo está absolutamente privado de voluntad, la mujer la tiene pero
subordinada; y el niño sólo la tiene incompleta”.
Como
se puede ver, desde la Grecia clásica se ha intentado definir al poder en el
marco del conjunto de relaciones sociales y por lo tanto, lo encontramos en el
conjunto de la sociedad comenzando por la familia con su propia estructura
jerárquica según sea el grupo social del que se trate, hasta llegar por
supuesto, a la política.
Es
en ésta última actividad donde encontramos el otro ámbito desde el cual
estudiar el poder; el ámbito político, que sí bien fue contemplado por los
filósofos griegos, no es si no, hasta la llegada del mundo moderno con los
enciclopedistas y antes con algunos pensadores del renacimiento, que el tema
del poder alcanza el status de
categoría analítica. Si bien en la actualidad se reconoce que el poder no
consiste en mandar u ordenar sino, en ser obedecido, está dirigido hacia el
Estado que es donde se legitima ya bien por la coacción o a través del
convencimiento; esta es una de las perspectivas que el poder es estudiado por
pensadores como Michael Foucault o Max Weber.
Weber
sostiene que el poder es “la posibilidad de imponer la propia voluntad, dentro
de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el
fundamento de esa posibilidad”. Sin embargo, Weber hace
una distinción con otro término que podría dar lugar a confusión pero que forma
parte del mismo fenómeno; dominar,
entiende la dominación como la posibilidad de que un mandato sea obedecido, en
este caso, los miembros de una asociación están supeditados a las relaciones de
subordinación debido a un orden establecido en el grupo.
Mientras,
como observa Jorge Carpizo de la Universidad de México, el poder es un mandato
fáctico pero valorativo que se impone contra la voluntad del otro sin importar
la razón de aquella, como ejemplo se puede poner la invocación que se hace
desde el poder a la “razón de Estado” cuando una determinada situación social o
política, puede poner en peligro al poder mismo. La invocación se hace desde la
autoridad y desde la fuerza para ejercer influencia tal como lo plantea
Foucault.
Para
Norberto Bobbio, el poder “es la capacidad de un sujeto de influir, condicionar
y determinar el comportamiento de otro individuo” (la capacidad de A para
influir en B).
En
otros ámbitos culturales y políticos como el marxismo, el poder se explica a
partir de un elemento que resulta clave: la lucha de clases, tal es el caso de
Nicos Poulantzas, quien considera que en ella estaría la verdadera esencia del
poder, es decir, la capacidad de una clase social para realizar acciones en
base a sus propios intereses, lo que lleva a situar al poder en un campo de
lucha constituido por las relaciones de fuerza entre una y otra clase social.
Este autor considera que el poder es relacional, o sea, se refiere a las
relaciones no igualitarias (asimétricas) de dominación de las clases sociales.
Por
último, se puede concluir que cualquiera sea el enfoque sobre el poder político
que tengamos, se dirá que además de los elementos clásicos del poder como la
autoridad, la coacción y la obediencia existen otros como su fundamento, la
legitimidad y sus fines. En esa dirección, el gran tratadista francés Georges
Burdeau, considera que el poder es una fuerza al servicio de una idea pero lo
que permanece históricamente es la idea.
Entendido
así el poder, se manifiesta como un medio pero sí se suprime la idea sólo
quedaría la fuerza y entonces, el poder sería un fin en sí mismo y un poder que
sea tal cosa, supondría una gran contradicción porque podría llevar a la
destrucción del propio poder. Para Burdeau, el fundamento del poder está en su
existencia, necesidad y conveniencia pues la sociedad sin poder no puede
existir puesto que el poder es parte fruto de la conciencia del hombre, creado
por nuestro espíritu por la necesidad de establecer un orden, que siguiendo a
Burdeau, sin él (orden) las sociedades se disgregarían para dar paso a la
violencia. El poder político es el poder del Estado, y su característica última
es el monopolio legitimo de la coacción, la posibilidad del empleo legítimo de
la fuerza física pero conforme a una norma jurídica.
Modificar
el poder para construir una mejor sociedad, requiere de gran talante
intelectual o dicho de otra manera, de un conjunto de ideas novedosas, ajustadas
a la realidad donde encuentren su correlato y por supuesto, de una gran fuerza
política y social, de ello nos ocuparemos en el siguiente apartado.
3.
Crisis
del Estado Neoliberal.
En líneas anteriores manifestamos que el poder
político es el poder del Estado, porque supone una serie de elementos que le
son propios como sinónimo de derecho, orden jurídico, establecimiento de unas
determinadas reglas en la sociedad y no ser arbitrario pues debe ajustar su
conducta a las normas establecidas lo que lleva a que el poder, debe
subordinarse al derecho porque no siempre quien tiene la fuerza tiene el poder.
Frente
a lo anterior, nos ocuparemos de una visión crítica del Estado que nos impuso
el desacreditado “Consenso de Washington” y a partir de la experiencia
Boliviana, explorar la posibilidad de construir en Honduras un poder político
que rebase el poder del gobierno. Una visión
que va más allá de mostrar los pobres y negativos resultados
económico-sociales del proyecto neoliberal impulsado en América Latina desde
mediados de los años 80s del siglo pasado. También va más allá de las probadas
ineficiencias técnico-burocráticas del Estado, en cuanto a su mermada capacidad
en satisfacer la creciente demandas sociales - debido entre otras razones, a su
debilitamiento financiero a favor del mercado- y más allá de la teoría que ve al Estado
instrumentalmente.
Si
bien es cierto que las relaciones de poder no se concentran en un lugar
determinado por cuanto se difuminan por todo el tejido social y de múltiples
maneras y mecanismos, también es cierto que es en el Estado donde se observa
con más claridad la lógica de una clase dominante para pervivir y reproducirse,
por ello nos centramos en ver la crisis del Estado como aquel proceso en el que
se redefine y se modifica la estructura de fuerzas que conviven en su interior,
sobre todo cuando la correlación de esas fuerzas, cambia en contra de aquellas
que por su capacidad de decisión, han sido poseedoras del poder para imponer
“las ideas dominantes y ordenadoras de la vida política de la sociedad”.
Los
procesos de cambio social deben sostenerse en ideas claras y distintas
(racionalismo cartesiano) sobre aquello que se pretende transformar o
modificar, pero además, devienen obligados a estar atentos y responder a
determinados momentos coyunturales. El golpe de Estado mostró como en ningún
otro momento histórico, la “oligarquización” del Estado por parte del bloque
dominante expresada en el control, usufructo y concentración de la riqueza
nacional en detrimento del resto de la sociedad; puso en evidencia, sector por
sector, a los grupos económicos dominantes, el lugar donde se toman las
verdaderas decisiones nacionales: exportadores, inversión extranjera,
generadores de electricidad, medios de comunicación, maquiladores, bancos,
compañías de telecomunicaciones, importadores, empresas transnacionales etc.
sectores que ahora son identificados con nombre y apellidos como el verdadero
centro de poder; el golpe de Estado es su máxima demostración de fuerza.
La
materialización de esa fuerza tiene múltiples formas de manifestarse dentro del
Estado: por medio de decisiones, a través de una serie de mecanismos creados a propósito
como normas, reglas, presupuestos, burocracia, jerarquías, parlamentos etc. es
decir, el andamiaje institucional del Estado que es donde las fuerzas muestran toda
su capacidad de incidir en las decisiones que afectan al conjunto social. La
“oligarquización” del Estado consiste precisamente en adueñarse, controlar y
decidir sobre lo que es considerado los monopolios del Estado como ser, la
coerción (Fuerzas Armadas y Policía), la riqueza pública (recursos) y la
legitimación política. Tener control sobre estos monopolios, es la síntesis
suprema del poder.
La
expresión que hace referencia a la necesidad de introducir “reformas
estructurales” para cambiar las “cosas”, es una verdadera nadería si antes no
se aborda el tema del poder, sobre todo, el de las fuerzas que habitan en el
Estado. En un Estado como el de Honduras, que se ha visto sobrepasado por las
fuerzas que lo dominan o lo “colonizan”, se vuelve imperioso repensarlo y
pensar en formas de poder desde una fuerza política y social nueva
Es
en este punto donde aparecen una serie de interrogantes que son decidoras para
aclarar las “cosas”: los “modelos” de desarrollo que se han ensayado sobre todo
después de la Segunda Guerra Mundial bajo el techo conceptual de la llamada
“Economía del Desarrollo”, también diseñaron un tipo de Estado según la época;
Estado Desarrollista (hacedor y productor), Estado Benefactor (paternalista), Estado
neoliberal (mínimo y débil). Hoy, ¿Qué tipo de Estado requerimos?, ¿Cómo se
construye?, ¿también lo incluye la refundación? Y ¿Cómo se hace? Más aún, ¿desde dónde se hace, desde fuera o
desde dentro es decir, desde la “oposición” o desde el poder?
Saber
contestar estas y otras interrogantes es donde estaría parte de la explicación
de eso que se denomina “refundación”,
porque dentro de una sociedad lo verdaderamente “fundante” – valga el término- en la sociedad es el Estado y sus relaciones
con el mercado y la sociedad misma, lo demás son agregaciones que el hombre va
haciendo en el devenir histórico; por esa razón es que la política en un
sentido teleológico, tiene en el Estado su razón de ser. Alguien podría agregar
también que la política tiene como fin el poder, si, pero desde que Aristóteles
esbozó las distintas formas de poder comenzando por las que se establecen en la
vida cotidiana, el estudio del poder se dirigió no sólo a ver la capacidad que
tiene “A” para modificar la conducta de “B”, como se mostró en el numeral
anterior. También se trata de mostrar que la política es entre muchas cosas,
una forma de ejercer el poder, concepto que por cierto, no recogen los manuales de Ciencia Política.
Resulta
pues, de gran necesidad analizar el estado de las fuerzas dominantes en
relación al Estado, porque de ello dependerá visualizar si en verdad se está en
posición de consolidar primero, y disputar después, a través de un nuevo
proyecto político y social, el poder al bloque dominante. Sólo entonces, se
podrá hablar de la crisis del Estado o sea, cuando se construye una fuerza
política alterna al poder constituido con la suficiente capacidad de incidir,
modificar o detener las decisiones que se toman. Esa capacidad tiene diversas
formas de manifestarse según sean los propósitos: como insurgencia social,
movilización colectiva, luchas populares, resistencia a los procesos
privatizadores sobre todo de servicios y recursos naturales, procesos
electorales y otras políticas impopulares que en tiempos de “normalidad
democrática”, constituyen la vía más aceptada de la legitimación política.
Si
se acepta que el Estado es un espacio donde se pone de manifiesto la correlación
de fuerzas, la materialización institucional y que es un artificio de
construcción colectiva, resulta clave preguntarse ¿cuánto de eso se encuentra
en crisis o en situación de estabilidad dentro del Estado hondureño? Quizás el
punto más conflictivo tiene que ver con la ausencia de una institucionalidad
que no de instituciones, sobre todo las construidas en los últimos lustros, que
fueron diseñadas dentro de una cultura política autoritaria lo que explicaría
en parte, su alineamiento a favor del golpe de Estado (la decepción más grande
de la mayoría de la comunidad cooperante internacional por los recursos
aportados a fortalecer la institucionalidad democrática en el país) y con la expulsión
violenta del presidente de la república.
Uno
de los efectos más negativos que produjo la ruptura democrática después de las
graves violaciones a los Derechos Humanos, es el debilitamiento institucional el
que ya venía manifestándose en forma de crisis y conflicto entre los poderes
del Estado, como igualmente sucedió a través de episodios rupturistas, en la
década de los años 80s del siglo pasado.
La
explicación para la reiteración del conflicto entre poderes, podría estar en el
origen de la llamada “democracia electoral” o “democracia tutelada” que ha
prevalecido en el país una vez finalizada la etapa de gobiernos militares en
1982. En efecto, durante mucho tiempo se habló (algunos continúan haciéndolo)
de “transiciones” políticas en Centroamérica cuando lo que ocurrió fue más bien
una “implantación” en atención a un “arreglo contrainsurgente, sugerido por
iniciativa de Estados Unidos, cuya política exterior explica desde hace más de
un siglo y en un alto grado las circunstancias de la guerra y de la paz, de las
dictaduras o de la democracia en la región”.
La
llamada democracia liberal fue una
excepcionalidad en la mayoría de los países latinoamericanos, y desde luego en
Centroamérica, donde (Costa Rica junto con Chile y Uruguay en Sudamérica) la
democracia política fue una quimera durante buena parte del siglo anterior en
que predominaron los regímenes autoritarios y, en los cortos períodos de
“civilidad”, la democracia fue utilizada como medio de “conservación, como
instrumento para administrar políticamente las relaciones de poder de modo que
no cambien”.
El
sistema construyó instituciones pero no institucionalidad o sea, el respeto a
principios, valores, criterios, actitudes etc. o lo que es lo mismo, respeto
por el Estado de Derecho que el sistema
mismo creó. En lugar de una cultura democrática, lo que hemos tenido es una
especie de contracultura autoritaria
de las élites que cuando no pueden retener el control del poder, recurren a la
violencia y a la fuerza desde el Estado colonizado por ellas mismas.
El
conflicto de poderes como detonante de las crisis y rupturas presidenciales,
ocurre en regímenes electos popularmente pero que poseen baja institucionalidad
como el caso de Honduras, o una polarización social extrema. Otras veces una
situación económica crítica puede servir de trasfondo para una interrupción
presidencial (Alfonsín en Argentina), sin dejar de mencionar las movilizaciones
sociales como ha ocurrido en varios países sudamericanos (levantamiento popular
en Ecuador, enero de 2000 que destituye al presidente Jamil Mahuad o el levantamiento
en diciembre de 2001, en Argentina, que hace caer al presidente Fernando de La
Rúa).
El golpe
de Estado evidenció la debilidad institucional del sistema Hondureño, los conflictos entre el Poder Ejecutivo y el
Congreso Nacional lo demuestran, y a la
vez, se constituye como parte de las explicaciones que en términos de la teoría
política, es el rompimiento constitucional.
No
obstante la debilidad institucional, la materialización del Estado siguió
produciéndose después del golpe de Estado debido a la continuidad
jurídico-política, que no es lo mismo que estabilidad política y menos
afirmación democrática, a pesar de los enormes y costosos esfuerzos que el
bloque dominante hizo tanto a nivel local como internacional -a través de sus apoyadores de las fuerzas
conservadoras en Estados Unidos y de Latinoamérica- para presentar el golpe, como una “sucesión”
presidencial con todo lo absurdo que ello conlleva tal la conclusión de la
llamada “Comisión de la Verdad”.
Se
podría pensar, y con razón, que el Estado se encuentra en crisis desde hace
mucho tiempo, lo que es cierto, pero más bien en términos instrumentales que
políticos porque si seguimos el hilo conductor de ésta argumentación, entra en
crisis cuando simbólicamente se devela (la crisis) no sólo a nivel de sociedad,
sino además, cuando también el poder del Estado
se pone en riesgo de ser fracturado y conquistado por una nueva fuerza
que por su propia capacidad, puede elevar a nivel de discurso una nueva
propuesta de poder por medio de una organización, un programa y un liderazgo.
4.
Un
Nuevo Poder Político
La
construcción de una alternativa de poder también tiene efectos directos sobre
la sustitución de las élites, algo que sucede cuando la disputa ha dado lugar a
la conquista de espacios locales, regionales y nacionales siendo el punto más
alto, cuando desde el poder ha sido posible convertir las demandas sociales en
actos y procesos de gobierno en el ámbito político (una nueva constitución) y
económico (cambios estructurales en el modelo económico), es lo que García
Linera denomina el “punto de bifurcación”
o sea aquel momento de la crisis de Estado en el que ha aparecido un nuevo
poder que puede llegar a ser hegemónico, hasta que en una etapa posterior
después de marchas y contramarchas, de avances y retrocesos, se logra la
estabilidad del nuevo orden con todas las inestabilidades y luchas internas propias
de un verdadero proceso de cambio social.
Si retomamos la idea de la refundación, en el centro
se encuentra el Estado y no
necesariamente después de una crisis puede salir un nuevo Estado, recordemos
que las fuerzas del bloque dominante harán todo lo posible para evitar que sea
descolonizado o des-oligarquizado, aquí la política (vista no como el arte de
lo posible que es su máxima perversión) hace posible la negociación, las
alianzas, los reacomodos de las fuerzas en pugna para bajar el nivel de la tensión
y alcanzar la estabilidad pues ninguna sociedad puede vivir eternamente en el
conflicto, en algún momento se llega a un determinado orden como resultado de
la correlación de fuerzas que arroja la lucha por el poder.
Si
lo anterior fuera correcto, vale preguntarse si la lucha de La Resistencia expresada ahora a través
de un partido político, se dirige a construir un nuevo contrapoder que dé
origen a un nuevo “punto de bifurcación” o, ¿alguno
de sus hitos en casi dos años de resistir el golpe de Estado y sus
consecuencias pueden ser considerados tal cosa? o, ¿no existe ninguno? Y si
fuera así, ¿por qué no idear una forma política que distinga el poder gubernamental del poder del
Estado y entre el Estado y poder, que signifique una fractura del poder
dominante? Cómo se hace, se preguntan
muchos. Hay quienes creen que con la movilización social, si, pero las
sociedades no pueden vivir permanentemente movilizadas ni permanentemente
estabilizadas porque la luchas producen inestabilidades. Otros, argumentan que
se hace con la insurrección ¿Quienes se van insurreccionar, el pueblo? En
Bolivia y en Ecuador, “la calle” (las movilizaciones sociales, una parte del
pueblo) hizo caer gobiernos y presidentes pero el poder no lo “tomó” la
“calle”, la “calle” sólo construyó otra forma poder hasta que llegó a gobernar
porque el “poder popular” también necesita de una materialización y
legitimación política es decir, el desplazamiento del poder constituido
(oligárquico, burgués, neoliberal etc. y todos los adjetivos que se quieran)
debe dar lugar a otro de nuevo tipo, si es que la correlación de fuerzas lo
permite.
En
el caso de Bolivia que es el más ejemplarizante, la consolidación del “nuevo
poder”, fue posible por el apoyo político-electoral en las elecciones de 2005,
2009 y por el Revocatorio de Mandato del Presidente y Vice Presidente en 2008,
y también por el apoyo de “la calle”, desde luego. Algo similar ocurrió en
Ecuador con sus propias particularidades.
Para
lograr lo anterior, primero la “calle” creó un instrumento de lucha, elaboró un
programa, un discurso, encontró un liderazgo, compitió por el poder político y lo alcanzó.
Una vez en el gobierno, comenzó la materialización de un nuevo poder político
por medio de una Asamblea Nacional Constituyente; luego vino la construcción de
un nuevo poder económico sin el cual el poder político no se sostiene en el
tiempo y con ello, un nuevo modelo económico productivo se fue imponiendo en el
país y sólo entonces, se introdujeron los “cambios estructurales”, con toda la
oposición y lucha del bloque dominante tradicional que llegó incluso a intentar
un golpe de Estado.
Esta
forma de construcción de un nuevo “poder popular” se puede encontrar en muchas
partes del mundo durante el siglo XX, en ámbitos no necesariamente políticos,
como es el mundo de los trabajadores. Durante cierto tiempo (las primeras
décadas del siglo pasado) las clases trabajadoras y otros sectores subalternos,
jugaron el papel de resistencia frente a las difíciles condiciones de trabajo
que les imponía el capitalismo, esa condición desapareció cuando se
constituyeron en actores políticos y sociales a través de su propia
organización: el sindicato.
En
adelante, las organizaciones expresarán su poder político y social a través de
los partidos políticos y por supuesto, de los sindicatos. Vale recordar la
identificación que en Europa comenzó a darse entre partidos populares y
sindicato, que luego se trasladó a América Latina y aún se mantiene en algunos casos. Lo anterior
sugiere que cuando la clase trabajadora pasa a ser un actor “político”, es
porque ahora posee “poder” para hacer frente al poder constituido en forma de
capital o de poder político. El ejemplo más claro, es
lo que representó la Revolución Bolchevique como manifestación de “poder para
los trabajadores” en la construcción de una estructura que se presentaba como
alternativa de una sociedad distinta.
Se
sabe -por obvio que es- que una
experiencia política no es replicable en otros lugares, por ejemplo, en
Honduras no existe una tradición de lucha social y política como la que ha
habido en Bolivia o Ecuador desde hace mucho tiempo, pero lo que es común a
todas las organizaciones políticas de izquierdas en América Latina, es la
imposición de un modelo conservador, depredador y autoritario que bajo el
nombre de democracia representativa enmascara
una democracia para las élites encargadas de administrar y mantener el statu quo. “Este método democrático no
funciona nunca del modo más favorable cuando las naciones están muy divididas
por los problemas fundamentales de estructura social”, advertía Joseph
Schumpeter a mediados del siglo pasado.
Cada
país y cada partido político tienen sus propias especificidades lo mismo que su
propia identidad, pero lo que no pueden eludir es la construcción de una
estrategia de cambio entendida como un proceso de “gestación de herramientas y
condiciones políticas” para el cambio social. Esto se vuelve ineludible por las
condiciones particulares de los partidos de izquierdas sobre todo en latinoamérica
donde no actúan solos, pues enfrentan a una derecha con capacidad política,
ideológica y eficaz para defender sus intereses y hacer prevalecer su visión
con lo que condiciona en cierta manera, lo que las izquierdas puedan ser.
Ejemplo de lo anterior, es su capacidad por sustraer durante mucho tiempo del
debate político, la economía, bajo el supuesto que las decisiones en ese
ámbito, le corresponden casi exclusivamente al mercado.
Por
otra parte, resulta pertinente establecer un rumbo y definirlo claramente en caso de que exista,
porque la crisis como la que se derivó del golpe de Estado en Honduras, impacta
sobre la posibilidad de que se construya un nuevo rumbo impulsado por fuerzas
políticas renovadas y renovadoras. Lo anterior presenta varios desafíos: uno,
al orientar la acción política hacia los cambios sociales que se pretenden,
exige definiciones ideológicas como por ejemplo aclarar si esos cambios
llevarán a lo que la presidenta de Argentina Cristina Fernández dijera
recientemente, “un capitalismo en serio”, se insistirá con “un liberalismo
pro-socialista” que no se sabe que es
-porque parece una ocurrencia más que una definición política- o sí por
el contrario, y, frente a las crisis que sufre la idea socialdemócrata en la
actualidad, resulta más conveniente desde el mundo de las posibilidades,
ampliar la mirada en la parte izquierda del espectro político y darnos cuenta
que la definición de las izquierdas ya no entran en la generalizaciones del
pasado, cuando se las reconocía por los partidos más representativos y
consolidados.
En
América Latina que es el lugar donde se puede ver con claridad la existencia de
las izquierdas políticas en el mundo, desde mediados de los años 90s del siglo
pasado, han emergido una serie de movimientos y organizaciones con gran
capacidad de incidencia política y que se les puede ubicar como parte de las
izquierdas, más allá del simplismo que habla de la existencia de dos izquierdas
“una liberal y otra estatista”. Algunos ejemplos sirven para ilustrar la
afirmación: el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil (MST), el Movimiento
Packakutik que aglutina a la Confederación de Nacionalidades Indígenas de
Ecuador, el Movimiento Piquetero en Argentina que “organiza a los desorganizados”,
llevan a cabo acciones de cortes de rutas (piquetes) primero como protesta a
los despidos de trabajadores de empresas petroleras del Estado y de consorcios
internacionales, y luego abarca a los desocupados. También están las
innumerables organizaciones que luchan contra el saqueo de los recursos
naturales.
Dos,
la experiencia de partidos de izquierdas en la región nos muestra que sin un
rumbo definido, los partidos corren el riesgo de acomodarse a las disputas
electorales cada cuatro, cinco o seis
años según sea el caso. Esto resulta fundamental asumirlo por cuanto la lucha
política hoy en Latinoamérica, va acompañada de la lucha de masas para hacer
posible un no retorno luego de haber
alcanzado ciertos logros, como en efecto se pueden apreciar en aquellos países
donde gobiernan partidos de izquierdas tanto en el nivel local, estadual y
nacional.
Tres,
en relación a lo anterior, y a riesgo de caer en la simplicidad, los resultados
obtenidos por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador,
en las pasadas elecciones legislativas y municipales, muestra que a veces las
gestiones gubernamentales o locales positivas pueden aportar votos, pero si
ello no se traduce en adhesión al proyecto político resulta difícil garantizar
un electorado cautivo como bien dice,
Beatriz Stolowicz aquí citada.
Y
cuatro, queda el imperativo de pensar, buscar y encontrar la manera de
engendrar un proyecto político que trate de abordar desde una perspectiva
distinta a la del neoliberalismo, el infinitamente complicado problema de la desigualdad que en su connotación más
extrema, es una relación asimétrica con múltiples dimensiones que lleva a
darnos cuenta en términos simples, que unos pocos tengan mucho y muchos tengan
poco. Modificar esa relación es un compromiso ético-político, pero también
exige modificar las relaciones de poder principalmente, las relaciones de
subordinación que la pobreza tiene respecto del poder económico.
5.
Reflexiones
Finales
Para
finalizar, las fuerzas políticas que emergen después del golpe de Estado ahora
aglutinadas – que no cohesionadas, al menos por ahora- en el partido LIBRE,
animadas por la idea de la refundación,
que en el fondo proviene de “un sentimiento de malestar y una resistencia frente al presente, un
presente que se desea cambiar convencidos que merecemos algo mejor”, corren el riesgo de
crear muchas expectativas que pueden dar lugar al mismo tiempo, a muchas
decepciones por eso, es preciso delimitar los alcances de dos de las ideas
políticas claves de un nuevo proyecto político: una nueva Asamblea Nacional
Constituyente y la idea de refundación.
Pero
la aspiración, a una refundación
constituye en sí una novedad, aunque
la aspiración misma no sea nueva puesto que en distintos momentos de la
historia latinoamericana, los pueblos han aspirado, sobre todo después de una
crisis, a algo nuevo, aún con el riesgo de enfrentar conceptos viejos y fuerzas
que lucharán por conservar el presente frente a lo novedoso.
Imaginar
el futuro como superación del presente, que será pasado, supone entre otras
cosas, repensar políticamente las relaciones de poder como se ha dicho aquí
reiteradamente. Una de las grandes dificultades que han tendido las izquierdas
es el problema teórico para establecer la diferencia mencionada en este
trabajo, entre el poder del Estado y el
poder del poder, porque ello conlleva la renovación de la política, o por
lo menos, superar la idea de que la democracia
es gobernable que es el modelo de democracia representativa prevaleciente
pero que claramente ha sido superada por sus propias deficiencias, y por la
deslegitimación que amplios sectores sociales han hecho de ella.
Es
en resumen, la visión conservadora de la democracia liberal que para participar
en ella, impone unas reglas a las que hay que someterse por la vía del
“condicionamiento subordinado”, que la política es meramente una competencia
por el favor de los votantes y no una actividad que crea posibilidades de una
vida mejor.
Pero
tanto la ANC como la refundación,
requieren de la construcción de un poder alterno y para ello, encontrar
aquellas ideas que sirvan de soporte teórico para el nuevo poder al que se
aspira. Aquí se propone revisar la estructura del poder hegemónico
prevaleciente, y oponerle uno distinto, eso permitirá distinguir el rumbo
político: el poder del gobierno o el poder del Estado.
Al estudiar
la experiencia boliviana, se encuentra la noción de hegemonía que desarrolló
Antonio Gramci sobre la lucha de la clase obrera en Europa de finales del siglo
XIX y principios del XX, cuando trascendía lo meramente económico, para
situarse también en aspiraciones de tipo político en función de conseguir la
hegemonía de la lucha contra el absolutismo.
En
la teoría de Gramci sobre el poder, se nota la diferencia que hay entre “tomar
el poder” vs “construir poder”. Esta dicotomía, marcó por mucho tiempo la
acción política de partidos y fuerzas de izquierdas porque se dirigía casi
exclusivamente a “tomar el Estado”, mientras que en la segunda, Gramci al igual
que Foucault, muestran que para cambiar el poder es necesario cambiar los
poderes que el capitalismo ha construido es otros espacios menores al del Estado.
Así,
la noción de “tomar el poder”, resultaría una concepción equivocada del poder
porque desconoce o subestima la compleja red de mecanismos de dominación
cotidiana que el capitalismo ha creado en la sociedad. Por lo tanto, se trata
de “enfrentar al poder hegemónico con una correlación de fuerzas de poderes
contra-hegemónicos que trasciendan el cuestionamiento del sistema…”.
En
síntesis, se trata de crear un poder “contra-hegemónico” que rebase el único
modelo de democracia que nos impuso la tradición liberal, a favor de otras
formas de participación desde la diversidad y que asuma de igual manera el
ideal democrático, pero que supere esa
“forma inocua de organización del poder político… que tiene como sus
principales y casi exclusivos beneficiarios a las minorías adineradas”. ¿Es
necesario recurrir a laguna teoría sobre el poder para llegar a él? Depende, si
es para acceder al gobierno no, basta creer que es más importante la envoltura
que el contenido, basta tener o creer que se tiene la capacidad para acercar a
las urnas electorales a los más sencillos y vulnerables socialmente, basta creer que se puede “convencer” por igual
a un pobre que a un rico sobre las bondades como candidato; ¿y las capacidades?
Hasta ahora no se ha demostrado que ser inútil o incompetente en Honduras sea
un problema, porque se ha visto a la política como “el arte de lo posible”.
En
cambio, si el objetivo es alcanzar el poder para modificarlo, si se necesita de
una teoría por modesta que sea porque nos permite saber cuánto es demasiado, si
antes sabemos cuánto es mucho. “Saberlo por la práctica es imprudente, saberlo
por la teoría es juicioso aun cuando teoría y práctica sean caras de la misma
moneda”, además, la teoría es la que nos permite saber los límites del cambio
social que pretendemos.
Queda
esperar para darnos cuenta si la refundación
es un mero artilugio de la política como otros, o si por el contario, será el
resultado de una serie de cambios que deben producirse en el país a partir de
la convocatoria a una nueva ANC. El nuevo partido estará sometido a una doble
presión, desde “arriba” y desde “abajo”, lo primero porque las fuerzas más
conservadoras comprometidas con el mantenimiento del status quo harán todo lo posible para evitar o mediatizar la
demanda de una nueva Constitución Política, y, lo segundo, porque las
expectativas creadas en importantes sectores sociales, sobre todo los de
menores ingresos, pueden verse frustradas al darse cuenta que no se
materializan fácilmente.
A lo
anterior, habrá que agregar el factor tiempo, los tiempos y las lógicas de las
demandas sociales son distintos a los tiempos de la política; muchas veces la
política quisiera modificar el tiempo de la demandas y por ello recurre a la
mediatización de las luchas sociales, porque casi siempre corren por delante de
ella. El deterioro de las condiciones de vida de los más pobres se acelera y dar
respuestas transformadoras apremia, estar a la altura de las circunstancias es un
deber ético y una forma alternativa de resistir.
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