lunes, 21 de mayo de 2012

El Fin del bipartidismo: ¿una profecía autocumplida?




“Todo lo que nace, trae consigo la semilla
de su propia autodestrucción”
F. Engels.


Ni el más curtido de los “revolucionarios” se imaginó nunca que la forma de poder oligárquico expresada en el bipartidismo, podría llegar a su final en un tiempo cercano. La tremenda avería que el golpe de Estado militar del 28J iba a producir en el sistema en su conjunto, y al régimen político en particular, no había sido imaginada siquiera por quienes desde posiciones anti sistémicas o desde organizaciones contestatarias, vienen luchando y denunciando sobre todo al llamado “libre mercado” instalado en el país por pequeños e inescrupulosos grupos económicos.
 Lo que ninguna lucha del pueblo había conseguido antes, la “variable de la estupidez” de la derecha atrasada, reaccionaria y violenta lo consiguió: el surgimiento de una herramienta de lucha política que está a punto de poner fin a la  manera como se ha venido repartiendo el poder y el gobierno en el país, a costa de la miseria y pobreza de la mayoría.
La seducción que generó en la oligarquía dar un golpe de Estado para supuestamente detener el “avance del chavismo”  - cuando en verdad de lo que se trataba era de eliminar cualquier obstáculo a sus prebendas y privilegios- se transformó con el tiempo, en el peor error que pudieron cometer solo explicable por el nivel de estupidez política que ha caracterizado siempre a los grupos dominantes “hondureños”.
 La indignación original, progresivamente se fue tornando en movilización, la movilización en conciencia,  la conciencia en necesidad y la necesidad en alternativa. Todo ello, en el marco de una campaña de terror, violencia, amedrentamiento y criminalización de la lucha del pueblo contra el régimen espurio y dictatorial primero, y contra el régimen sucedáneo del golpe después.

Se cayó el sistema

En un alarde de ridiculez digno de ser irrepetible, la derecha criolla a través de sus “lambiscones” se embarcó en el intento de querer hacer aparecer las “elecciones” de 2009, como las más “votadas” y las más “observadas”, intento que contó como es natural, con el apoyo de los lobista$ de la derecha norteamericana y sus congéneres de la región. Y lo lograron, porque efectivamente, fueron las “elecciones” más botadas con “b” alta, el pueblo llama “botado” a algo que no sirve y así lo demostró con su alto rechazo a las mismas; también lograron que fueran las más “observadas”, pero de reojo,  con suspicacia, desconfianza e incredulidad sobre todo por la comunidad internacional y por los organismos especializados en observar procesos electorales como el “Centro Carter” o la Organización de Estados Americanos, que por su carácter neutral, les dan a dichos procesos, importantes grados de reconocimiento internacional y legitimidad al interior de las sociedades donde se realizan, sin importar el ganador.
Pues bien, inmediatamente después del golpe de Estado y viendo los estragos que había causado en el Partido Liberal (36% se abstuvo y no se sabe cuántos  anularon el voto) los operadores políticos del sistema se dieron a la tarea – infructuosa hasta ahora- de evitar su colapso porque ello supone a la vez, el colapso del propio sistema político en el sentido que podría ser modificado en el 2013, con la emergencia y participación de LIBRE donde se agrupan todas las fuerzas opositoras.
El efecto más notable para las elecciones de 2013 es que por primera vez en la historia política de Honduras, el poder se pondrá en juego, por lo menos el poder del gobierno porque el poder que acumulan los grupos fácticos, dependerá de la estrategia que se proponga el partido LIBRE. Una de las condiciones que dan fe del carácter democrático de un régimen político, es la aceptación que una fuerza con signo ideológico distinto pueda acceder al poder sin que ello suponga resistencias o rechazo y, mientras por otro lado, aceptación, porque forma parte de las reglas del juego democrático. El último ejemplo lo vimos con el triunfo electoral del Frente Farabundo Martí de El Salvador, donde la derecha (una de las más ideologizadas del continente) aceptó que un partido como el Farabundo Martí que en su seno coexisten distintas izquierdas, asumiera el poder en el que se mantuvo  ARENA, el partido de la ultraderecha salvadoreña.
Sin embargo, desde LIBRE, no solamente debe asumirse que la oligarquía hará todo lo posible porque ello no ocurra – perder parte o la totalidad del poder- sino, asumir con claridad la necesidad de la unidad de todas las fuerzas que lo integran con una estrategia de lucha que conduzca al poder, ello se constituye en un especie de imperativo categórico algo que el pueblo hace tiempo asumió pero hay quienes se resisten todavía.

Es el poder,  ¡estúpido!

El golpe de Estado militar como ya se sabe, produjo efectos variados y profundos sobre todo a nivel de la conciencia del pueblo, hizo visible la rebeldía de los más pobres que se niegan a asumir que su condición de tal, es producto de un fatalismo divino o por inducción ideológica de los poderosos. El neoliberalismo como una de las últimas formas que ha asumido el capitalismo, también imposibilitó una nueva manera de hacer política distinta a la tradicional y, con ello, poder plantear alternativas desde sensibilidades políticas progresistas.
Hoy, esa posibilidad existe porque la historia no la detienen los golpes de Estado, el dinero o la represión; la historia la hacen los pueblos y en Honduras, el camino del cambio social ha comenzado a ser andado, la fuerza del cambio está en curso, el ciclo del bipartidismo está en camino de finalizar pero esto, hay quienes lo resisten inútilmente. Lo resiste la oligarquía que se niega a aceptar que el golpe de Estado era innecesario, que los motivos esgrimidos eran espurios y que los cambios que impulsaba el ex presidente Zelaya son infinitamente modestos en comparación con los que pueden ocurrir con la participación de un nuevo referente político de centro-izquierda.
También lo resiste la derecha política afincada en los partidos tradicionales, el PINU y el PDCH devenidos éstos últimos en comparsas de los primeros; los politiqueros de oficio no entienden lo que ocurre en el seno del pueblo, les parece ajeno al modo de ser  del hondureño o sea el ser nacional, les resulta incomprensible que el pueblo pueda buscar una alternativa distinta al modo de ser de los politiqueros (atrasados, reaccionarios, mediocres, corruptos es su gran mayoría, autoritarios y antidemocráticos) mantenedores del status quo que en un arrebato de soberbia, se prestaron a dar un Golpe de Estado.
Pero del otro lado, lo resisten grupos de la Resistencia – lo que es ya una gran paradoja – que acostumbrados a un modo de ser distinto a los anteriores, se niegan a superar las viejas trincheras para situarse en una nueva forma de lucha (sin abandonar los principios o la lucha social por ejemplo) de la que se posee poca o ninguna experiencia, pero que es menester acumularla porque la lucha política y electoral, también forman parte de la estrategia por el poder.
Se argumenta desde esos grupos que “no queremos que el FNRP derive en uno de esos partidos que se organizan para las elecciones. Tenemos temor de que la gente que viene de los partidos, que no ha tenido el nivel de lucha que hemos tenido los sindicatos, las organizaciones campesinas y otros, quiera copar la nueva estructura y que el Frente Amplio funcione al estilo de los partidos tradicionales, recreando el bipartidismo de otra forma” (Carlos H. Reyes, www.brecha.com/uy). Si se observa, lo que existen son temores y no argumentos, sin dejar de reconocer que LIBRE pueda convertirse en otro partido  tradicional más, porque en su seno, también anida el tradicionalismo y el conservadurismo; pero ese es su reto, modificar su ser, o sea su propia naturaleza está conformada por fuerzas políticas diversas, por grupos o movimientos sociales y por personas independientes, además, el propósito último es distinto al de los partidos tradicionales y si bien es cierto, las fuerzas políticas provenientes de los otros partidos como el liberal no cuentan con “…el nivel de lucha…”  que tienen los movimientos sociales, tampoco ellos tiene experiencia política y electoral.
Si esto es así, como en verdad lo es, por qué “potenciar” ambas debilidades en lugar de fortalecerlas, ¿por qué en lugar de unir las fortalezas se empeñan en hacerlas aparecer como contradictorias?  Por qué no tener la flexibilidad en la ideas y la generosidad de espíritu, para reconocer que  no obstante  “el imperio y la derecha pensaban que Zelaya cuando regresara volvería a su partido de origen, el liberal” , se incorporó a la lucha junto al pueblo, y, los liberales en resistencia en su gran mayoría, prefieren mantenerse en la lucha conformando un nuevo partido.

Las cosas por su nombre: al pan, pan y al vino, Mel.

Si se revisa la historia de América Latina y sobre todo, la experiencia de las coaliciones políticas, rápidamente nos encontramos que se ha tratado de procesos de lucha de mediano y largo plazo; fue así  con el Frente Amplio en Uruguay, la Concertación de Partidos por la Democracia en Chile, el Frente Farabundo Martí de El Salvador, el Movimiento al Socialismo en Bolivia etc. En algunos de los casos mencionados, el ascenso al poder fue logrado progresivamente, comenzando por posicionarse en las fuentes de poder como las municipalidades o intendencias, en los parlamentos o Asambleas Legislativas y luego en el ejecutivo.
El caso de Honduras, podría romper con esa característica común para algunos casos de ascenso al poder progresiva que se observa en Sudamérica, porque el origen de La Resistencia o incluso del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) - también cuando se planteó la posibilidad de crear un Frente Amplio (FA)- no lo encontramos siquiera en una cultura y política de izquierdas, sino, en un hecho propio de la torpeza de una minoría que ha mantenido envilecido al pueblo.
De la misma manera que el ciclo de dominio oligárquico podría estar llegando a su final, también es cierto que el tiempo de decidir el rumbo político e ideológico de LIBRE, más allá de los enunciados que aparecen en sus propios estatutos, que son eso, enunciados y nada más, porque de lo que se trata es de construir sin complejos, sin concepciones atávicas y con gran sentido de la realidad, una opción de poder mediante una propuesta moderna y progresista de sociedad y, de paso, dar lugar al aparecimiento de la centro-izquierda como parte de una nueva cultura política en el país.
 Seguir con planteamientos que no entienden ni quienes los impulsan, es puro Diazepam (un fármaco que tiene entre otras, propiedades sedantes y puede producir hasta hipnosis) continuar “debatiendo” y “dándole más pensamiento” a algo como el nombre de la ideología de LIBRE, se vuelve inofensivo porque no tiene ninguna consecuencia en la política práctica, ello lo que se exhibe es la poca claridad de lo que significa, un nuevo proyecto político en el país, novedoso y al mismo tiempo, que sirva para diferenciarse de los partidos tradicionales. Por eso, no basta tener vocación de poder y ambición política, (no ambición de poder)  por eso es importante tener a los menos, tres o cuatro ideas claras por sí llega al poder, saber qué hacer.
Es fundamental que se vea al nuevo partido como una estrategia de poder y no como algo que no es ni puede ser: el brazo político del FNRP, tampoco como una derivación del mismo y menos como que la parte es más que el todo, pues por más que nos empecinemos en lo contrario, pronto la realidad se encargará de demostrar que las emociones son solo eso, emociones e igual que los deseos personales porque “lo importante no es que la carnada le guste al pescador, sino que le guste al pez”.
Por último, en un notable ensayo sobre la teoría crítica y la necesidad de de reinventar la emancipación social, el sociólogo portugués Boaventura De Sousa Santos, postula que necesitamos otro tipo de racionalidad, ya que no es posible identificar a la misma razón que critica con la que piensa, porque cuando desconocemos algo, vivimos en un caos y ese mismo desconocimiento hace que la realidad se vuelva incontrolada e incontrolable ya sea en la naturaleza y la sociedad; mientras que saber algo, es poner orden a ese caos. Juntos, busquemos el saber y pongámosle orden al caos para que construyamos una nueva emancipación social junto con el pueblo hondureño.

La Irrupción de los Outsiders


¡Sí señoooooooor!


“Los políticos, como los pañales hay que cambiarlos
con frecuencia, y por los mismos motivos”


No resulta ocioso recordar una vez más la pérdida de centralidad que los partidos políticos han experimentado en las sociedades modernas, sin que ello signifique obviar su importancia dentro del sistema político por cuanto aún conservan parte de las identificaciones que en ellos encuentran sectores de la población, y, porque son actores claves de la llamada democracia liberal dentro de cuyos marcos jurídico-políticos adquieren legitimidad y reconocimiento los actuales movimientos sociales y políticos, que agitan al sub continente.
El malestar popular hacia los partidos también es extensivo a la democracia aunque ésta mantiene importantes niveles de apoyo ciudadano, la desafección se expresa además, en rechazo a las élites políticas, a la política institucional oficial, a la política misma en la llamada “crisis de la política” cuya manifestación más visible y contundente, es la abstención electoral.
Lo anterior ha llevado a que se argumente con fundamento, que después de las transiciones democráticas en América Latina, ganó la democracia pero perdió la política, precisamente porque desde ella, los partidos políticos han ido perdiendo su capacidad de convocatoria, producto a la vez, de su incapacidad para traducir los intereses y las expectativas populares en soluciones. Estas incapacidades han llevado a que a los partidos se les haya dejado de considerar como la comunidad de comunidades, porque ya no son portadores de ideas, proyectos y menos de nuevas utopías; hoy se les mira como portadores de intereses de grupos oligárquicos y de camarillas que usufructúan los bienes y servicios que producen las sociedades.
Cuando el Estado no puede generar empleos estables sucede lo que se denomina “informalidad económica”, algo parecido ocurre cuando los partidos y las élites políticas carecen de una visión y cultura democrática, aparece la “informalidad política” y de ella surgen los personajes anti partidos unas veces, anti sistema otras, hablamos de los outsiders en contraposición de  los political insider.
Este último término sirve para designar a “aquellos dirigentes, consultores u operadores políticos que por sus contactos y vínculos de confianza con las élites, permanecen siempre cerca del poder”. En cambio los outsiders, son personajes que aprovechando el malestar y la desafección de la política, incursionan en ella desde posiciones de la anti política con un rechazo manifiesto a los políticos, desprecian las formas tradicionales de hacer política y suelen culpar a sus figuras, de todos los males del país.
Literalmente outsiders significa “afuerino”, “extraño”, “independientes” personajes que no pertenecen a lo que en inglés se denomina establishment  (la clase dirigente), se nutren del descontento social para obtener réditos electorales. Poseen una larga tradición en la Ciencia Política norteamericana, se caracterizan por no tener contactos directos con el poder y normalmente están excluidos de las redes e instituciones que reproducen las distintas manifestaciones de poder, y según esto, lo que mejor define a los outsiders es que provienen de fuera del sistema político, del Estado y de los partidos.
En el caso de Honduras, y ante el fracaso manifiesto de la oligarquía por recomponer la fractura que produjo el golpe de Estado militar en el régimen político, en forma desesperada echa mano a un personaje que por su exposición mediática,  puede cumplir el papel de “salvador” del sistema con un discurso neo populista, con “liderazgo” carismático y anti político con pretensiones de identificación con el pueblo, sobre todo sectores de bajo nivel educacional y socialmente marginados; sectores que la derecha política llama peyorativamente “populacho”  o “chusma”.
El surgimiento de un outsider como Salvador Nasralla, es una muestra más del fracaso de los partidos tradicionales pero que ni se inmutan por ello, al contrario, en una manifestación de su incapacidad para entender los fenómenos de la política, argumentan – en un alarde de ignorancia- que entre más partidos más democracia. Cualquier manual de Ciencia Política enseña que no existe constatación empírica que demuestre la relación entre el número de partidos y el carácter democrático del sistema; es más, en la medida que existan más partidos, cuanto más es la dispersión de los votos lo que a la larga, dificulta mucho llegar a acuerdos entre las fuerzas representadas en las instituciones, hecho que complica en demasía eso que todavía llaman gobernabilidad.
Los riesgos que conlleva el surgimiento de éstos fenómenos es que “la anti política y los outsider representan para democracia un reto de incertidumbre; es decir, la anti política se ubica entre el neo populismo y el modelo de democracia corporativa, que tiende hacia una forma de ejercer el poder personalizado apegado a veces a criterios no institucionalizados”. Por otro lado, el outsider  a través del discurso anti política propugna en el fondo, por la despolitización de la sociedad y se concentra en la lógica del “cosismo”, es decir, enfocarse en hacer cosas sobre todo, apoyándose en las necesidades más urgentes de la población que tienen que ver con su inmediatez,  y, en ello, está el aprovechamiento para justificar su  neo populismo con una ideología de derecha que el caso mencionado, al golpe de Estado Fascista de Chile en 1973, lo llama “pronunciamiento militar” de la misma manera que en ese país lo denomina el pinochetismo más extremo.
El outsider no garantiza el funcionamiento democrático de las instituciones porque desconfía de ellas, desarrolla un estilo de hacer política alternativo al que hacen los partidos, refuerza el liderazgo personalista y es muy propenso a modificar las reglas del juego a favor de sus propuestas. El ejemplo donde se puso de manifiesto lo anterior, fue la llegada al poder de Alberto Fujimori en la década de 1990 en Perú, con las consecuencias nefastas que trajo para democracia en aquel país.
Para finalizar, las fuerzas políticas progresistas deben estar atentas para contra restar esta maniobra de la oligarquía porque si llega hasta convertirla en opción electoral para el año 2013, con toda seguridad producirá dispersión de votos, ante lo que, se debe tener un opción para hacer frente a esa posibilidad en términos de evitar que pueda representar un peligro para el ascenso político del partido de La Resistencia.

jueves, 3 de mayo de 2012

Primero de Mayo:


¿ “ta” contento o “ta” cagado?


“Hemos de saber que una nueva era ha comenzado
no cuando una nueva élite toma el poder o cuando
aparece una nueva constitución, sino cuando la gente
común comienza a utilizar nuevas formas de reclamar
sus intereses”

Charles Tilly.



En Nicaragua existe una fiesta religiosa que se llama “La Gritería”, es la fiesta más popular del año para la mayoría de los nicaragüenses. Se enmarca dentro de la celebración de La Purísima, una fiesta a la Virgen María que culmina precisamente con “La Gritería”, el 7 de diciembre; ese día, los niños para recibir dulces preguntan: ¿Quién causa tanta alegría? Y contestan: “La Concepción de María” y así van cantando de barrio en barrio.
Aquí, utilizando el símil de esa fiesta popular mencionada, y después de ver la reacción de las élites -a través de sus “papagayos”-  sobre la grandiosa movilización popular en el día de los trabajadores el pasado martes, bien se podría preguntar: ¿Quién causa tanta gritería? Muchos contestarán: “El pueblo que ahora quiere ser mayoría”.
Resulta que hoy, los oligarcas de éste país por medio de sus cada vez más desacreditados medios, pretenden que los trabajadores no tengan conciencia política y menos conciencia de clase, también pretenden, que los políticos con signo distinto a los partidos tradicionales que ellos utilizan para sus fechorías, no tengan conciencia que las luchas políticas van de la mano de las luchas sociales; eso es la gran novedad que está ocurriendo en el país después del golpe de Estado fascista de 2009, esa simbiosis que durante muchas décadas se intentó construir (unir lo político con lo social) los tiene desconcertados, reaccionan impávidos porque no estaban ni están preparados para hacer frente a un fenómeno de esa naturaleza, como tampoco lo están, quienes inmersos en ese hecho a partir de La Resistencia, por la falta de capacidad para articular coherentemente ambas dimensiones.
En sociedades con una cultura política autoritaria como la nuestra, las élites se vuelven agresivas y violentas frente a las posibilidades de cambio, esa actitud se puede ver también hacia gobiernos constituidos democráticamente que emprenden políticas que son una “herejía” porque se atreven a transgredir los evangelios del “santo mercado”, y el pensamiento político liberal sobre la “santa democracia”, tantas veces pervertida por esas mismas élites.
La gritería es porque la inmensa mayoría de los trabajadores se identifica o forma parte de un determinado partido político, se dice que la marcha de los trabajadores fue “politizada”,  ¿por qué no se dijo lo mismo cuando en el pasado, partidos como la UD, el Partido Demócrata Cristiano (de ambas cosas ya no tiene nada), el PINU-marioneta y, hasta tendencias del partido liberal como el M- Lider,  participaban en la marcha del uno de mayo? Cuál es el problema que la marcha sea política, ¿y es que acaso el origen de las luchas políticas de ciertos partidos europeos por ejemplo, no fueron iniciadas por los trabajadores en el siglo XIX? O más aún, ¿Por qué no dicen que el movimiento sindical fue “politizado” cuando en el pasado reciente, el Partido Nacional cooptó a reconocidos “dirigentes” de la CGT como Oscar Escalante, Marcial Caballero y Felícito Avila? ¿Ya se les olvidó que ese mismo partido convirtió en designado presidencial a otro “dirigente” obrero? O ¿que en un gobierno “liberal”, el ministro de trabajo fue un dirigente sindical?
Recurrir a la historia siempre hace bien, sobre todo, cuando la oligarquía pone a sus “bufones” a repetir los mismos argumentos con los que justificaron el golpe de Estado, tratan inútilmente, de deslegitimar las luchas que actualmente se libran en Honduras.
El desarrollo que hoy tienen países como Inglaterra, Francia y Alemania tiene su origen en el  siglo XIX, merced al avance político de las organizaciones obreras de la época que supieron vincular reivindicaciones sociales y económicas, con aspiraciones políticas a través de la democracia. Era el tiempo del “capitalismo sin política”, una especie de “capitalismo salvaje” que fue denunciado como nadie por C. Marx y F. Engels, en el marco de la revolución industrial europea.
Desde ese tiempo, los trabajadores (todavía no aparecía en el lenguaje político-social “el proletariado”) se plantearon la construcción de una democracia social frente a los abusos del “capitalismo salvaje” que obligaba a cumplir jornadas de hasta 18 horas de trabajo, las descripción que hace  Engels (“La situación de la Clase obrera en Inglaterra”) sobre la vida de los trabajadores en las minas de carbón y otros lugares de trabajo, llevó a los primeros socialistas, a plantear la creación de un “Estado del pueblo” en el que la condición social era esencial. En el Programa del Partido de los Trabajadores, en Eisembach, Alemania, de 1869, ya se plantea que en ese “Estado del pueblo”, “La libertad política es la precondición ineludible de la liberación económica de la clase trabajadora. La cuestión social es, por lo tanto, absolutamente inseparable de la política, y su solución está determinada, y solamente será posible, en un Estado democrático”.
Como se puede ver, unir las luchas políticas con las sociales, forma parte de la historia no sólo de las organizaciones de trabajadores pues también fueron trabajadores los que crearon los primeros  partidos socialistas europeos. En regiones como América Latina, ese vínculo entre trabajadores y partido político ha estado presente durante mucho tiempo, y no sólo en partidos clasistas, en algunos países, se ha mantenido hasta la actualidad.
Sin embargo, el discurso neoliberal, más los efectos de la globalización sobre el trabajo, fue desperfilando dicho vínculo para dar paso como en el siglo XIX, al “nuevo capitalismo salvaje” que llevó a despolitizar las sociedades primando el mercado dentro del modelo fracasado del neoliberalismo. Pero, desde finales de la década de los años 90s del siglo pasado, se comenzó a recuperar dentro de una dimensión distinta de la política, la vinculación de lo político con lo social, en las luchas emancipadoras que tienen lugar en buena parte de Latinoamérica.
Por último, la oligarquía debe saber, que la lucha de los trabajadores ya no se limita a las reivindicaciones salariales o de condiciones laborales,  ahora proponen ser poder o parte de él. Ese salto es de una dimensión inédita en el país, por eso la “gritería” contra la lucha del pueblo, por eso mandaron a agredir a Xiomara Castro, por eso ponen a “Radio Bemba” a hablar como habla, y, todo eso, ¿a qué se debe? ¿Será que la oligarquía está contenta o está…  como dice el título del artículo?  ¡Conteste usted!

Oposición política en el país del “purpurado”.



La política es entre otras cosas una actividad ordenadora, esto es, que en los órdenes sociales que el hombre ha creado desde que Aristóteles habló por primera vez de la politika (tiranías, monarquías, democracias, regímenes autoritarios, totalitarios etc.) se ha desarrollado la dicotomía poder-oposición o más modernamente, gobierno-oposición.
Cuando aparecen los partidos políticos - que son una creación del mundo moderno – también nacen los sistemas políticos, y con ello, se desarrollan una serie de teorías, categorías, conceptos etc. que pasan a formar parte del objeto de estudio de la Ciencia Política y de otras ciencias sociales. Expresiones como “oposición”, “conducta” o “comportamiento” político, “reglas democráticas”, “tolerancia”, “pluralismo” “alternancia” en fin, son lo sustantivo de la llamada “democracia liberal” (burguesa en cierta literatura política) sin olvidar por supuesto, “sufragio”.
Una vez que los sistemas políticos se volvieron más sofisticados, la cultura política dio paso al entendimiento de una serie de fenómenos propios de la política relacionados con el poder, uno de ellos, es la oposición. Es una expresión que alude a las controversias que  suceden en el proceso de adopción de decisiones políticas que afectan a una sociedad o grupo determinado, la oposición aparece y se desarrolla en sociedades más o menos pluralistas y tolerantes como expresión de ideas e intereses contrapuestos.
También oposición se refiere al ejercicio de libertades y derechos (de expresión, reunión, asociación, participación, sufragio y de resistencia) como rasgos esenciales de sistemas políticos ubicados en las denominadas democracias occidentales. La oposición puede adquirir diversas formas, pero en el sentido estricto es decir, como parte del conflicto y la tensión que supone la política, se presenta como una aspiración contrapuesta de dos fuerzas: una que detenta el poder y otra que “aspira” al menos, al gobierno; esta aspiración puede verse realizada a través de la alternancia en el poder siempre y cuando éste verdaderamente se ponga en juego, y que al final, es decidida por un apoyo electoral mayoritario lo que quiere decir que la alternancia quien la decide es la gente.
El conflicto que en el fondo es la oposición, en el ámbito de la democracia liberal, se resuelve como se ha mencionado aquí, con la alternancia en el “poder” pero en la política-práctica adquiere modalidades según el sistema político en que tenga lugar. En aquellos sistemas parlamentarios por ejemplo, la oposición mediante un mecanismo de competencia interna selecciona al líder que asumirá dicha función, sobre todo, después de una elección que ha perdido, incluso el candidato perdedor puede mantenerse como líder en el congreso y en otras ocasiones, surgen liderazgos nuevos, tal es el caso de España con Mariano Rajoy como cabeza del conservador Partido Popular y de la oposición. Lo mismo sucede en Inglaterra.
En cambio en sistemas presidencialistas, la oposición se hace desde el Congreso tal es el caso de Estados Unidos que por lo menos a nivel oficial, la oposición está en la Cámara de Representantes a través de un minority speaker o portavoz de la minoría. Aquí también es escogido mediante un mecanismo de votación entre sus pares legislativos del partido, y se convierte en una figura política importante incluso para el ejecutivo por cuanto la aprobación de políticas internas y externas, pasan primero por la cámara y allí se decide si se colabora o se obstruye, según los intereses y el juego político.
Por su parte, en América Latina la oposición adopta formas diversas y a menudo depende de la fuerza política que tenga, fuerza que se ve expresada por el número de cargos de elección popular con que cuente; diputados, senadores, alcaldes o intendentes según el caso. Además, en aquellos  sistemas con un presidencialismo fuerte, el papel de la oposición es más bien débil por su limitada capacidad de influir en la agenda del poder Ejecutivo por lo que sus actuaciones varían entre el apoyo y el conflicto, y casi siempre, su conducta está determinada por intereses de corto alcance como los electorales por lo que en la mayoría de la veces, se trata de una oposición obstruccionista en la falsa creencia que si le va mal al gobierno, me va bien a mí.
Ahora bien, la oposición actúa y se desarrolla en un contexto social determinado en el que interactúan una serie de intereses variados y complejos dependiendo de la estructura social de cada caso, se sabe que las crecientes demandas sociales cuentan con una limitada respuesta y que los canales por los que tradicionalmente discurren dichas demandas, han perdido en una proporción preocupante, su capacidad de canalizarlas; me refiero a los partido políticos que dicho sea de paso, también perdieron el monopolio de la representatividad ciudadana en éste ámbito, hace mucho rato. Este aspecto resulta crucial para articular una oposición que pueda ser percibida como “una opción de gobierno”, existen varios casos en Latinoamérica de partidos fuertes, pero que tenían serias dificultades para acceder al poder por quedarse en la denuncia social.
En el caso de Honduras y para no retrotraernos a la época de la independencia donde aparecieron los “gacistas” o bacos o sea los conservadores; “cacos” o liberales, moderados, serviles y aristócratas  conservadores, fiebres, anarquistas y descamisados los liberales o “timbucos” y “calandracas”, la oposición ha girado más bien alrededor de las personalidades que han representado grupos o facciones de cada partido tradicional desde su fundación: “pirata de agua dulce”, “revolucionario profesional”, “conspirador incorregible”, “el más caro de los políticos profesionales” tal son algunos de los adjetivos que la “oposición” le daba al fundador del Partido Liberal, Policarpo Bonilla.
En un sistema bipartidista (en la práctica) como el nuestro (según la teoría política es multipardista) en el que teóricamente el poder lo disputan los dos partidos tradicionales, la idea de oposición tal como se entiende modernamente, es decir, como forma de disconformidad política, como disentimiento, como límite, como alternativa, como contrapeso, como balance, como contraste etc. en una perspectiva democrática, no existe.
Para que exista la oposición política deben darse al menos tres condiciones: una, que quienes se consideran opositores sean distintos, es decir, tener una visión del mundo y de la sociedad contrapuesta, un modo distinto de ver el Estado, el mercado, tener valores políticos diferentes incluso, una cultura diferente y en consecuencia actuar distinto. Dos, aceptación y por lo tanto, tolerancia del disenso o sea aceptar y respetar la libertad y el derecho a disentir, a no estar de acuerdo y reconocer la vigencia de la tolerancia, y tres, que exista institucionalización de la misma como un principio democrático de la vigencia del régimen de libertades. Se podría agregar una cuarta condición, reconocer y aceptar que la oposición puede llegar a ser opción de gobierno, razón por la que el trato hacia la oposición es de mucho respeto sobre todo, si cuenta con un apoyo político importante.
A la pregunta ¿quién hará la función de oposición en las condiciones actuales de continuidad del golpe militar? creo que la respuesta no resulta difícil encontrarla, pero antes deseo hacer un alcance. Cuando “incubaron” el Partido Unificación Democrática (UD) se abrieron unas expectativas esperanzadoras relacionadas con la posibilidad de que un referente político nuevo, “oxigenara” un poco el atrofiado y desfasado bipartidismo por lo menos, en términos de oposición; con el andar del tiempo y en la medida que la UD fue alcanzando cierto poder electoral sobre todo en el Congreso, hizo de la denuncia ciudadana no sólo su táctica de lucha política, sino también, una forma de oposición y como bien dice el mismo editorial aquí citado, al haber renunciado a la oposición, la clase política oligárquica (el subrayado es mío) se abalanzó sobre la disidencia representada en los diputados “udeistas”, en una muestra más de intolerancia y de total irrespeto a las condiciones mínimas del funcionamiento de la oposición.
Las humillaciones, insultos y groserías de que han sido objeto esos diputados, asfixian cualquier espíritu democrático. Sin embargo, podría objetarse y con razón, que la función de oposición ya no la puede ejercer la UD dado la decisión de integrar la junta directiva del Congreso y el nuevo gobierno. Sobre lo primero, soy de la opinión que es un acto que corresponde a la política misma ya que pertenecen a un poder eminentemente político como es el Congreso, ocurre en cualquier parlamento de cualquier democracia que se precie de ser moderna y democrática, lo segundo, eso sí me parece que invalida política y éticamente el derecho de hacer oposición, lejos de ayudar a la supuesta “unidad nacional”, se parce más a un acto de oportunismo políticamente impresentable.
Si se responde la pregunta planteada líneas arriba sobre quien debería ejercer oposición post golpe militar, en un sistema donde la oposición tiene un nivel importante de institucionalización debería hacerla un partido político pero ante esa ausencia, seguramente le corresponderá a una fuerza social que en el momento actual, está aglutinada en EL FRENTE NACIONAL DE RESISTENCIA POPULAR. La teoría política postula que las fuerzas sociales expresadas en movimientos y otras formas de organización, no tienen la función de hacer oposición política pues sus intereses se dirigen a conseguir determinados objetivos específicos.
Hace ya mucho tiempo, que se ha instalado en el ambiente político y en parte del imaginario colectivo que los partidos políticos tradicionales son como “dos hermanos que cada vez se parecen más”, y últimamente, se ha acuñado la frase “el partido púrpura” para significar con ello, el desaparecimiento de las “diferencias” entre ambos y la unificación total de la élites que en ellos están representadas, tal como se demostró durante el golpe militar. La actual dirigencia del Partido Liberal casi en su totalidad, estuvo comprometida en la conspiración institucional contra el ex presidente Zelaya por lo que es fácil deducir, que tampoco puede hacer oposición, queda por ver, si el grupo del partido que se opuso al golpe está en capacidad de ejercerla.
Pero más importante que interrogarse sobre quién asumirá la oposición, es cómo se hace oposición y cómo debería ser. Claramente no es fácil abordar el tema sobre todo en una situación excepcional como la que vive Honduras, donde persisten hechos que caracterizaron al régimen de facto instaurado por la fuerza el 28 de junio como ser, la violación de los Derechos Humanos, la violencia contra miembros y familiares de personas y dirigentes del Frente de Resistencia, la presencia en las instituciones del Estado de quienes dirigieron el golpe militar, los medios de comunicación en su mayoría continúan empecinados en mantener el status quo y transmitir falsamente, la sensación de normalidad frente a hechos gravísimos como los mencionados.
No existe una receta pero sí algunos criterios que puede servir para orientar la creación de oposición : a. debe ser hecha por un liderazgo con credibilidad e importante figuración política, b. ser lo suficientemente inteligente para encontrar el equilibrio entre discrepar, destruir y proponer sobre todo si se tiene en consideración el objetivo de constituirse en opción de gobierno, c. debe ser capaz de mostrar las diferencias con el gobierno porque le hace mal a la democracia que los ciudadanos no perciban esas diferencias, d. debe ser capaz también, de hacer ver a la opinión pública que la oposición es un elemento esencial en el debate político y e. no ser percibida como una amenaza.
Por último, cuando la oposición política no existe, hay que crearla dice un lugar común porque sin ella, cualquier arbitrariedad puede ocurrir; abusos de poder, violación de la leyes, violación a la libertades y derechos etc. lo que da lugar sin duda, al surgimiento de la resistencia como un derecho y con ello aparece la desobediencia civil. La resistencia es la última opción que queda cuando se le niega a la oposición, el derecho de existir; presupone el rechazo y la ilegitimización del orden establecido por parte de amplios sectores de la sociedad. Hace poco le pregunté a un dirigente social en una comunidad de Comayagua, sobre lo “positivo” del golpe de Estado y en una muestra más de la toma de conciencia social y política de amplios sectores de la sociedad, sobre todo los más excluidos por el sistema, respondió con una seguridad que asombra: el golpe mismo!. Si quienes han vivido en la exclusión por años (cuasi analfabetos por demás) tienen esa claridad, ¿existirán otros (supuestamente letrados) con la capacidad para crear la oposición política en el país del partido “púrpura”? la respuesta, en un momento más.



Poder y Cambio Social desde la Resistencia.

Ideas para un debate

En esta decisión reconocemos el lugar donde cada uno
de nosotros es llamado a oponer resistencia; se crearán
entonces espacios de libertad que pueden abrir horizontes
hasta el momento inesperados.”

Ernesto Sábato

       1.    Palabras preliminares

De no haber sido por la torpeza oligárquica-imperial del 28J, no nos encontraríamos abordando un tema largamente añorado por pequeñas y débiles fuerzas políticas ubicadas a la izquierda del conservador espectro ideológico hondureño. Me refiero al planteamiento y discusión de ideas sobre la posibilidad de sentar las bases de un “modelo” político-social alterno al implantado en Honduras desde hace mucho tiempo, por las élites dominantes.
 Seguramente desde la “independencia”, en el país no se había presentado la coyuntura histórica de producir un cambio societal como la que creó el golpe de Estado; porque es eso, una coyuntura y no el resultado de un proceso de luchas sociales, la que abrió esta posibilidad de cambio (sin dejar de reconocer la lucha de los trabajadores y de otros sectores sociales organizados a lo largo de muchos años). La diferencia con la coyuntura actual reside en que, las luchas del pasado han estado marcadas más por el carácter reivindicativo unas, contestatarias otras y casi siempre por unas relaciones de poder desiguales y asimétricas entre el llamado “sector popular” y el bloque hegemónico con sus variantes políticas según las épocas (militares y civiles).
 En cambio hoy, se trata de la posibilidad que desde una fuerza política nueva - está por verse lo nuevo- como es el partido Libertad y Refundación (LIBRE) se pueda idear un proyecto político alternativo, que rompa no solamente con el bipartidismo[1] sino, con la forma de dominación que los sectores oligárquicos han establecido a través de los partidos tradicionales “acompañados” últimamente, por los partidos “testigos”, como el Partido de Innovación y Unidad (PINU) y el Partido Demócrata Cristiano de Honduras (PDCH).
 El des-aburrimiento que la discusión sobre la “Cuarta Urna” (una buena idea en malas manos) antes del golpe de Estado, era lo único que se había producido políticamente en el país; la vida política transcurría entre algunas ocurrencias del presidente, la simpleza argumental de su grupo más íntimo – en torno a la posibilidad de una Asamblea Nacional Constituyente-  y el desfile de individuos opacos y  reaccionarios, por los principales medios de comunicación adversando  la propuesta de que el pueblo se pronunciara sobre un cambio constitucional.
El golpe de Estado nos retrató políticamente como los bárbaros del Siglo XXI, se nos continúo viendo como “democracia bananera” pero ahora, como “republiqueta” pre moderna incapaz de resolver civilizadamente los problemas de la democracia. Sin embargo, la crisis política provocada por el golpe de Estado, más el agotamiento acelerado del entramado político-institucional del sistema,  la cuasi bancarrota económica del Estado y la apropiación indebida de casi todos los recursos naturales del país por parte de la oligarquía voraz, anti democrática y violenta,  constituyen parte del contexto sobre el cual articular ese proyecto político nuevo que podría dar lugar, al proceso de cambios que el pueblo viene demandando desde hace ya bastante tiempo.
A lo anterior se debe agregar como elemento constitutivo de dicho proyecto, el nuevo sujeto surgido del golpe de Estado: La Resistencia, cuya expresión más visible ha sido el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP)  hasta la aparición de LIBRE,  y que seguramente tratará de mantener su perfil de organización aglutinadora de otras organizaciones que juntas conforman lo que se podría denominar, el sector social del nuevo partido.
Estas dos variables son necesarias pero no suficientes para la construcción de un bloque alternativo de poder, se requiere de un conjunto de ideas – nuevas por demás- sobre las que se sustente el proceso de cambios que ya son urgentes en el país. Los partidos tradicionales siempre vieron con menosprecio y desdén a quienes desde la academia mostraron críticamente su agotamiento, así como la necesidad de renovación y actualización teórica de los “postulados” que sustentan, pero la ceguera, mediocridad, desidia y desinterés llevaron a que amplios sectores de la sociedad ya no se sientan representados en ellos como lo vienen demostrando dese hace tiempo, diversos estudios de opinión.
Por otra parte, hay quienes piensan que las ideas sobre el cambio social devienen dadas por la vieja y desactualizada dicotomía entre reforma y revolución, otros, por la insurrección – no está clara la diferencia entre insurgencia social, rebelión social y la misma insurrección- y algunos, por la “toma del poder”, pero no se sabe si esto último sucederá antes o después de una nueva Asamblea Nacional Constituyente (ANC).
Este trabajo tiene la modesta pretensión de contribuir al debate que al respecto debe producirse, aclarando dos cosas: una, que no es un tema agotado al contrario, y dos, que se trata de una reflexión teórica-política desde el mundo de la academia, que podría ser el complemento de la política-práctica algo que sería inédito, por la relación tormentosa que siempre ha existido entre política y academia. Esto y no otra cosa, es el propósito.

       2.    Breves reflexiones sobre el poder.  

Intentar reconstruir la sociedad después de una crisis es sin duda, uno de los retos más importantes que puede imponerse fuerza política alguna pues ello supone estar dotado de la voluntad, las ideas y los medios necesarios. Quizás el medio más importante sea el poder, “eso” que algunos anhelan como un fetiche, otros desean como vanidad y los más, como el medio para “cambiar las cosas” pero que inconscientemente estos últimos, son convertidos en “objetos” para que nada cambie.
Desde que la política “civilizó” al hombre - porque ha sido la creadora de los distintos ordenes sociales en lo que ha vivido históricamente- emergió en cada uno de ellos, el elemento que no sólo fija las reglas de la convivencia social, sino, que cohesiona a las sociedad misma, esto es, el poder. De él, se han elaborado las más diversas teorías desde que Aristóteles en siglo IV A.C., trató de sistematizar el tema a partir de las múltiples relaciones sociales que se establecen en una comunidad determinada, y, por su medio, se han tejido las más sórdidas conspiraciones, muertes etc. pero también se han emprendido las más nobles empresas; sociales, políticas, científicas etc.
En éste apartado nos ocuparemos de abordar desde una perspectiva más bien clásica, el tema del poder con el propósito de alumbrar el siguiente, que dice relación con la posibilidad de elaborar un constructo teórico, sobre cómo cambiar la estructura de poder dominante en la sociedad hondureña.
Lo primero, es buscar su origen y significado, el que encontramos en las voces latinas possum- posse que significan “ser capaz”, “tener fuerza para algo”, “ser potente” para lograr el dominio o posesión de un objeto físico o para el desarrollo moral, político, científico etc. También se identifica con el vocablo potestas, que significa “potestad”, “potencia” y “poderío”; y lo mismo con el vocablo facultas que significa “posibilidad”, “capacidad”, “virtud y talento”; possum, alude a “ser potente o capaz”, pero además a “tener influencia e imponerse”.
Potestas y facultas están ligados a la idea de poder, sumado a ellos la idea de fuerza en el sentido de poderío de alguien o sea potentia y de autoritas, que significa “autoridad o influencia”.[2]
Estas acepciones etimológicas del término, tienen en sí, ideas que nos permiten distinguir el estudio del poder en ámbitos que resultan útiles para poder apreciar la evolución de sus significados. Por una parte, la idea de que, hablar de poder sólo tiene sentido hacerlo  a partir de las relaciones que se establecen en una sociedad, por otra, que poder lleva implícita la idea de fuerza y tres, que el poder denota autoridad.
Lo anterior forma parte de un primer ámbito desde donde abordar el tema, el antropológico, el poder fuera de la sociedad, no es posible porque se manifiesta a través de relaciones sociales; a su vez, una sociedad sin poder tampoco puede existir porque es la fuente que establece las reglas básicas e indispensables para la vida del grupo. Podría existir anarquía por un tiempo, pero no permanentemente, por lo tanto la existencia del poder se vuelve indispensable socialmente.
Lo anterior nos permite decir que lo social y el poder se implican recíprocamente, uno no podría existir sin el otro, de la misma manera que hablar de moral no tiene sentido si no es dentro de la sociedad. Cuando Aristóteles habló de que el hombre es un Zoom Politikom (animal político) se refería precisamente a que el hombre es un ser social, esto lo llevó a estudiar las relaciones sociales de su época para elaborar una tipología del poder, según el grupo social en el que se ejerza: así, dice, está el poder del esposo y padre sobre su mujer y sus hijos, el poder del dueño sobre los esclavos y el poder de los gobernantes sobre los gobernados.
Esta división la hace basado en el criterio de que las diferencias mencionadas se encuentran en la naturaleza, que ha creado en el alma dos partes distintas: una para mandar y otra para obedecer. Todos poseen dice, esos elementos esenciales del alma pero en distintos grados:
“El esclavo está absolutamente privado de voluntad, la mujer la tiene pero subordinada; y el niño sólo la tiene incompleta”[3].
Como se puede ver, desde la Grecia clásica se ha intentado definir al poder en el marco del conjunto de relaciones sociales y por lo tanto, lo encontramos en el conjunto de la sociedad comenzando por la familia con su propia estructura jerárquica según sea el grupo social del que se trate, hasta llegar por supuesto, a la política.
Es en ésta última actividad donde encontramos el otro ámbito desde el cual estudiar el poder; el ámbito político, que sí bien fue contemplado por los filósofos griegos, no es si no, hasta la llegada del mundo moderno con los enciclopedistas y antes con algunos pensadores del renacimiento, que el tema del poder alcanza el status de categoría analítica. Si bien en la actualidad se reconoce que el poder no consiste en mandar u ordenar sino, en ser obedecido, está dirigido hacia el Estado que es donde se legitima ya bien por la coacción o a través del convencimiento; esta es una de las perspectivas que el poder es estudiado por pensadores como Michael Foucault o Max Weber.
Weber sostiene que el poder es “la posibilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa posibilidad”[4]. Sin embargo, Weber hace una distinción con otro término que podría dar lugar a confusión pero que forma parte del mismo fenómeno; dominar, entiende la dominación como la posibilidad de que un mandato sea obedecido, en este caso, los miembros de una asociación están supeditados a las relaciones de subordinación debido a un orden establecido en el grupo.
Mientras, como observa Jorge Carpizo de la Universidad de México, el poder es un mandato fáctico pero valorativo que se impone contra la voluntad del otro sin importar la razón de aquella, como ejemplo se puede poner la invocación que se hace desde el poder a la “razón de Estado” cuando una determinada situación social o política, puede poner en peligro al poder mismo. La invocación se hace desde la autoridad y desde la fuerza para ejercer influencia tal como lo plantea Foucault[5].
Para Norberto Bobbio, el poder “es la capacidad de un sujeto de influir, condicionar y determinar el comportamiento de otro individuo” (la capacidad de A para influir en B).
En otros ámbitos culturales y políticos como el marxismo, el poder se explica a partir de un elemento que resulta clave: la lucha de clases, tal es el caso de Nicos Poulantzas, quien considera que en ella estaría la verdadera esencia del poder, es decir, la capacidad de una clase social para realizar acciones en base a sus propios intereses, lo que lleva a situar al poder en un campo de lucha constituido por las relaciones de fuerza entre una y otra clase social. Este autor considera que el poder es relacional, o sea, se refiere a las relaciones no igualitarias (asimétricas) de dominación de las clases sociales[6].
Por último, se puede concluir que cualquiera sea el enfoque sobre el poder político que tengamos, se dirá que además de los elementos clásicos del poder como la autoridad, la coacción y la obediencia existen otros como su fundamento, la legitimidad y sus fines. En esa dirección, el gran tratadista francés Georges Burdeau, considera que el poder es una fuerza al servicio de una idea pero lo que permanece históricamente es la idea.
Entendido así el poder, se manifiesta como un medio pero sí se suprime la idea sólo quedaría la fuerza y entonces, el poder sería un fin en sí mismo y un poder que sea tal cosa, supondría una gran contradicción porque podría llevar a la destrucción del propio poder[7]. Para Burdeau,  el fundamento del poder está en su existencia, necesidad y conveniencia pues la sociedad sin poder no puede existir puesto que el poder es parte fruto de la conciencia del hombre, creado por nuestro espíritu por la necesidad de establecer un orden, que siguiendo a Burdeau, sin él (orden) las sociedades se disgregarían para dar paso a la violencia. El poder político es el poder del Estado, y su característica última es el monopolio legitimo de la coacción, la posibilidad del empleo legítimo de la fuerza física pero conforme a una norma jurídica.
Modificar el poder para construir una mejor sociedad, requiere de gran talante intelectual o dicho de otra manera, de un conjunto de ideas novedosas, ajustadas a la realidad donde encuentren su correlato y por supuesto, de una gran fuerza política y social, de ello nos ocuparemos en el siguiente apartado.

       3.    Crisis del Estado Neoliberal.

 En líneas anteriores manifestamos que el poder político es el poder del Estado, porque supone una serie de elementos que le son propios como sinónimo de derecho, orden jurídico, establecimiento de unas determinadas reglas en la sociedad y no ser arbitrario pues debe ajustar su conducta a las normas establecidas lo que lleva a que el poder, debe subordinarse al derecho porque no siempre quien tiene la fuerza tiene el poder.
Frente a lo anterior, nos ocuparemos de una visión crítica del Estado que nos impuso el desacreditado “Consenso de Washington” y a partir de la experiencia Boliviana, explorar la posibilidad de construir en Honduras un poder político que rebase el poder del gobierno. Una visión  que va más allá de mostrar los pobres y negativos resultados económico-sociales del proyecto neoliberal impulsado en América Latina desde mediados de los años 80s del siglo pasado. También va más allá de las probadas ineficiencias técnico-burocráticas del Estado, en cuanto a su mermada capacidad en satisfacer la creciente demandas sociales - debido entre otras razones, a su debilitamiento financiero a favor del mercado-  y más allá de la teoría que ve al Estado instrumentalmente.
Si bien es cierto que las relaciones de poder no se concentran en un lugar determinado por cuanto se difuminan por todo el tejido social y de múltiples maneras y mecanismos, también es cierto que es en el Estado donde se observa con más claridad la lógica de una clase dominante para pervivir y reproducirse, por ello nos centramos en ver la crisis del Estado como aquel proceso en el que se redefine y se modifica la estructura de fuerzas que conviven en su interior, sobre todo cuando la correlación de esas fuerzas, cambia en contra de aquellas que por su capacidad de decisión, han sido poseedoras del poder para imponer “las ideas dominantes y ordenadoras de la vida política de la sociedad”[8].
Los procesos de cambio social deben sostenerse en ideas claras y distintas (racionalismo cartesiano) sobre aquello que se pretende transformar o modificar, pero además, devienen obligados a estar atentos y responder a determinados momentos coyunturales. El golpe de Estado mostró como en ningún otro momento histórico, la “oligarquización” del Estado por parte del bloque dominante expresada en el control, usufructo y concentración de la riqueza nacional en detrimento del resto de la sociedad; puso en evidencia, sector por sector, a los grupos económicos dominantes, el lugar donde se toman las verdaderas decisiones nacionales: exportadores, inversión extranjera, generadores de electricidad, medios de comunicación, maquiladores, bancos, compañías de telecomunicaciones, importadores, empresas transnacionales etc. sectores que ahora son identificados con nombre y apellidos como el verdadero centro de poder; el golpe de Estado es su máxima  demostración de fuerza.
La materialización de esa fuerza tiene múltiples formas de manifestarse dentro del Estado: por medio de decisiones, a través de una serie de mecanismos creados a propósito como normas, reglas, presupuestos, burocracia, jerarquías, parlamentos etc. es decir, el andamiaje institucional del Estado que es donde las fuerzas muestran toda su capacidad de incidir en las decisiones que afectan al conjunto social. La “oligarquización” del Estado consiste precisamente en adueñarse, controlar y decidir sobre lo que es considerado los monopolios del Estado como ser, la coerción (Fuerzas Armadas y Policía), la riqueza pública (recursos) y la legitimación política. Tener control sobre estos monopolios, es la síntesis suprema del poder.
La expresión que hace referencia a la necesidad de introducir “reformas estructurales” para cambiar las “cosas”, es una verdadera nadería si antes no se aborda el tema del poder, sobre todo, el de las fuerzas que habitan en el Estado. En un Estado como el de Honduras, que se ha visto sobrepasado por las fuerzas que lo dominan o lo “colonizan”, se vuelve imperioso repensarlo y pensar en formas de poder desde una fuerza política y social nueva
Es en este punto donde aparecen una serie de interrogantes que son decidoras para aclarar las “cosas”: los “modelos” de desarrollo que se han ensayado sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial bajo el techo conceptual de la llamada “Economía del Desarrollo”, también diseñaron un tipo de Estado según la época; Estado Desarrollista (hacedor y productor), Estado Benefactor (paternalista), Estado neoliberal (mínimo y débil). Hoy, ¿Qué tipo de Estado requerimos?, ¿Cómo se construye?, ¿también lo incluye la refundación? Y ¿Cómo se hace?  Más aún, ¿desde dónde se hace, desde fuera o desde dentro es decir, desde la “oposición” o desde el poder?
Saber contestar estas y otras interrogantes es donde estaría parte de la explicación de eso que se denomina “refundación”, porque dentro de una sociedad lo verdaderamente “fundante” – valga el término-  en la sociedad es el Estado y sus relaciones con el mercado y la sociedad misma, lo demás son agregaciones que el hombre va haciendo en el devenir histórico; por esa razón es que la política en un sentido teleológico, tiene en el Estado su razón de ser. Alguien podría agregar también que la política tiene como fin el poder, si, pero desde que Aristóteles esbozó las distintas formas de poder comenzando por las que se establecen en la vida cotidiana, el estudio del poder se dirigió no sólo a ver la capacidad que tiene “A” para modificar la conducta de “B”, como se mostró en el numeral anterior. También se trata de mostrar que la política es entre muchas cosas, una forma de ejercer el poder, concepto que por cierto,  no recogen los manuales de Ciencia Política.
Resulta pues, de gran necesidad analizar el estado de las fuerzas dominantes en relación al Estado, porque de ello dependerá visualizar si en verdad se está en posición de consolidar primero, y disputar después, a través de un nuevo proyecto político y social, el poder al bloque dominante. Sólo entonces, se podrá hablar de la crisis del Estado o sea, cuando se construye una fuerza política alterna al poder constituido con la suficiente capacidad de incidir, modificar o detener las decisiones que se toman. Esa capacidad tiene diversas formas de manifestarse según sean los propósitos: como insurgencia social, movilización colectiva, luchas populares, resistencia a los procesos privatizadores sobre todo de servicios y recursos naturales, procesos electorales y otras políticas impopulares que en tiempos de “normalidad democrática”, constituyen la vía más aceptada de la legitimación política.
Si se acepta que el Estado es un espacio donde se pone de manifiesto la correlación de fuerzas, la materialización institucional y que es un artificio de construcción colectiva, resulta clave preguntarse ¿cuánto de eso se encuentra en crisis o en situación de estabilidad dentro del Estado hondureño? Quizás el punto más conflictivo tiene que ver con la ausencia de una institucionalidad que no de instituciones, sobre todo las construidas en los últimos lustros, que fueron diseñadas dentro de una cultura política autoritaria lo que explicaría en parte, su alineamiento a favor del golpe de Estado (la decepción más grande de la mayoría de la comunidad cooperante internacional por los recursos aportados a fortalecer la institucionalidad democrática en el país) y con la expulsión violenta del presidente de la república.
Uno de los efectos más negativos que produjo la ruptura democrática después de las graves violaciones a los Derechos Humanos, es el debilitamiento institucional el que ya venía manifestándose en forma de crisis y conflicto entre los poderes del Estado, como igualmente sucedió a través de episodios rupturistas, en la década de los años 80s del siglo pasado.
La explicación para la reiteración del conflicto entre poderes, podría estar en el origen de la llamada “democracia electoral” o “democracia tutelada” que ha prevalecido en el país una vez finalizada la etapa de gobiernos militares en 1982. En efecto, durante mucho tiempo se habló (algunos continúan haciéndolo) de “transiciones” políticas en Centroamérica cuando lo que ocurrió fue más bien una “implantación” en atención a un “arreglo contrainsurgente, sugerido por iniciativa de Estados Unidos, cuya política exterior explica desde hace más de un siglo y en un alto grado las circunstancias de la guerra y de la paz, de las dictaduras o de la democracia en la región”[9].
La llamada democracia liberal fue una excepcionalidad en la mayoría de los países latinoamericanos, y desde luego en Centroamérica, donde (Costa Rica junto con Chile y Uruguay en Sudamérica) la democracia política fue una quimera durante buena parte del siglo anterior en que predominaron los regímenes autoritarios y, en los cortos períodos de “civilidad”, la democracia fue utilizada como medio de “conservación, como instrumento para administrar políticamente las relaciones de poder de modo que no cambien”[10].
El sistema construyó instituciones pero no institucionalidad o sea, el respeto a principios, valores, criterios, actitudes etc. o lo que es lo mismo, respeto por el Estado de Derecho que el  sistema mismo creó. En lugar de una cultura democrática, lo que hemos tenido es una especie de contracultura autoritaria de las élites que cuando no pueden retener el control del poder, recurren a la violencia y a la fuerza desde el Estado colonizado por ellas mismas.
El conflicto de poderes como detonante de las crisis y rupturas presidenciales, ocurre en regímenes electos popularmente pero que poseen baja institucionalidad como el caso de Honduras, o una polarización social extrema. Otras veces una situación económica crítica puede servir de trasfondo para una interrupción presidencial (Alfonsín en Argentina), sin dejar de mencionar las movilizaciones sociales como ha ocurrido en varios países sudamericanos (levantamiento popular en Ecuador, enero de 2000 que destituye al presidente Jamil Mahuad o el levantamiento en diciembre de 2001, en Argentina, que hace caer al presidente Fernando de La Rúa).
El golpe de Estado evidenció la debilidad institucional del sistema Hondureño,  los conflictos entre el Poder Ejecutivo y el Congreso Nacional lo demuestran,  y a la vez, se constituye como parte de las explicaciones que en términos de la teoría política, es el rompimiento constitucional[11].
No obstante la debilidad institucional, la materialización del Estado siguió produciéndose después del golpe de Estado debido a la continuidad jurídico-política, que no es lo mismo que estabilidad política y menos afirmación democrática, a pesar de los enormes y costosos esfuerzos que el bloque dominante hizo tanto a nivel local como internacional  -a través de sus apoyadores de las fuerzas conservadoras en Estados Unidos y de Latinoamérica-  para presentar el golpe, como una “sucesión” presidencial con todo lo absurdo que ello conlleva tal la conclusión de la llamada “Comisión de la Verdad”.
Se podría pensar, y con razón, que el Estado se encuentra en crisis desde hace mucho tiempo, lo que es cierto, pero más bien en términos instrumentales que políticos porque si seguimos el hilo conductor de ésta argumentación, entra en crisis cuando simbólicamente se devela (la crisis) no sólo a nivel de sociedad, sino además, cuando también el poder del Estado  se pone en riesgo de ser fracturado y conquistado por una nueva fuerza que por su propia capacidad, puede elevar a nivel de discurso una nueva propuesta de poder por medio de una organización, un programa y un liderazgo[12].

      4.    Un Nuevo Poder Político
La construcción de una alternativa de poder también tiene efectos directos sobre la sustitución de las élites, algo que sucede cuando la disputa ha dado lugar a la conquista de espacios locales, regionales y nacionales siendo el punto más alto, cuando desde el poder ha sido posible convertir las demandas sociales en actos y procesos de gobierno en el ámbito político (una nueva constitución) y económico (cambios estructurales en el modelo económico), es lo que García Linera denomina el “punto de bifurcación” o sea aquel momento de la crisis de Estado en el que ha aparecido un nuevo poder que puede llegar a ser hegemónico, hasta que en una etapa posterior después de marchas y contramarchas, de avances y retrocesos, se logra la estabilidad del nuevo orden con todas las inestabilidades y luchas internas propias de un verdadero proceso de cambio social.
 Si retomamos la idea de la refundación, en el centro  se encuentra el Estado y  no necesariamente después de una crisis puede salir un nuevo Estado, recordemos que las fuerzas del bloque dominante harán todo lo posible para evitar que sea descolonizado o des-oligarquizado, aquí la política (vista no como el arte de lo posible que es su máxima perversión) hace posible la negociación, las alianzas, los reacomodos de las fuerzas en pugna para bajar el nivel de la tensión y alcanzar la estabilidad pues ninguna sociedad puede vivir eternamente en el conflicto, en algún momento se llega a un determinado orden como resultado de la correlación de fuerzas que arroja la lucha por el poder.
Si lo anterior fuera correcto, vale preguntarse si la lucha de La Resistencia expresada ahora a través de un partido político, se dirige a construir un nuevo contrapoder que dé origen a un nuevo “punto de bifurcación”  o,  ¿alguno de sus hitos en casi dos años de resistir el golpe de Estado y sus consecuencias pueden ser considerados tal cosa? o, ¿no existe ninguno? Y si fuera así, ¿por qué no idear una forma política que  distinga el poder gubernamental del poder del Estado y entre el Estado y poder, que signifique una fractura del poder dominante?  Cómo se hace, se preguntan muchos. Hay quienes creen que con la movilización social, si, pero las sociedades no pueden vivir permanentemente movilizadas ni permanentemente estabilizadas porque la luchas producen inestabilidades. Otros, argumentan que se hace con la insurrección ¿Quienes se van insurreccionar, el pueblo? En Bolivia y en Ecuador, “la calle” (las movilizaciones sociales, una parte del pueblo) hizo caer gobiernos y presidentes pero el poder no lo “tomó” la “calle”, la “calle” sólo construyó otra forma poder hasta que llegó a gobernar porque el “poder popular” también necesita de una materialización y legitimación política es decir, el desplazamiento del poder constituido (oligárquico, burgués, neoliberal etc. y todos los adjetivos que se quieran) debe dar lugar a otro de nuevo tipo, si es que la correlación de fuerzas lo permite.
En el caso de Bolivia que es el más ejemplarizante, la consolidación del “nuevo poder”, fue posible por el apoyo político-electoral en las elecciones de 2005, 2009 y por el Revocatorio de Mandato del Presidente y Vice Presidente en 2008, y también por el apoyo de “la calle”, desde luego. Algo similar ocurrió en Ecuador con sus propias particularidades.
Para lograr lo anterior, primero la “calle” creó un instrumento de lucha, elaboró un programa, un discurso, encontró un liderazgo,  compitió por el poder político y lo alcanzó. Una vez en el gobierno, comenzó la materialización de un nuevo poder político por medio de una Asamblea Nacional Constituyente; luego vino la construcción de un nuevo poder económico sin el cual el poder político no se sostiene en el tiempo y con ello, un nuevo modelo económico productivo se fue imponiendo en el país y sólo entonces, se introdujeron los “cambios estructurales”, con toda la oposición y lucha del bloque dominante tradicional que llegó incluso a intentar un golpe de Estado.
Esta forma de construcción de un nuevo “poder popular” se puede encontrar en muchas partes del mundo durante el siglo XX, en ámbitos no necesariamente políticos, como es el mundo de los trabajadores. Durante cierto tiempo (las primeras décadas del siglo pasado) las clases trabajadoras y otros sectores subalternos, jugaron el papel de resistencia frente a las difíciles condiciones de trabajo que les imponía el capitalismo, esa condición desapareció cuando se constituyeron en actores políticos y sociales a través de su propia organización: el sindicato.
En adelante, las organizaciones expresarán su poder político y social a través de los partidos políticos y por supuesto, de los sindicatos. Vale recordar la identificación que en Europa comenzó a darse entre partidos populares y sindicato, que luego se trasladó a América Latina y  aún se mantiene en algunos casos. Lo anterior sugiere que cuando la clase trabajadora pasa a ser un actor “político”, es porque ahora posee “poder” para hacer frente al poder constituido en forma de capital o de poder político[13]. El ejemplo más claro, es lo que representó la Revolución Bolchevique como manifestación de “poder para los trabajadores” en la construcción de una estructura que se presentaba como alternativa de una sociedad distinta.
Se sabe  -por obvio que es- que una experiencia política no es replicable en otros lugares, por ejemplo, en Honduras no existe una tradición de lucha social y política como la que ha habido en Bolivia o Ecuador desde hace mucho tiempo, pero lo que es común a todas las organizaciones políticas de izquierdas en América Latina, es la imposición de un modelo conservador, depredador y autoritario que bajo el nombre de democracia representativa enmascara una democracia para las élites encargadas de administrar y mantener el statu quo. “Este método democrático no funciona nunca del modo más favorable cuando las naciones están muy divididas por los problemas fundamentales de estructura social”, advertía Joseph Schumpeter a mediados del siglo pasado.
Cada país y cada partido político tienen sus propias especificidades lo mismo que su propia identidad, pero lo que no pueden eludir es la construcción de una estrategia de cambio entendida como un proceso de “gestación de herramientas y condiciones políticas” para el cambio social. Esto se vuelve ineludible por las condiciones particulares de los partidos de izquierdas sobre todo en latinoamérica donde no actúan solos, pues enfrentan a una derecha con capacidad política, ideológica y eficaz para defender sus intereses y hacer prevalecer su visión con lo que condiciona en cierta manera, lo que las izquierdas puedan ser. Ejemplo de lo anterior, es su capacidad por sustraer durante mucho tiempo del debate político, la economía, bajo el supuesto que las decisiones en ese ámbito, le corresponden casi exclusivamente al mercado.
Por otra parte, resulta pertinente establecer un rumbo  y definirlo claramente en caso de que exista, porque la crisis como la que se derivó del golpe de Estado en Honduras, impacta sobre la posibilidad de que se construya un nuevo rumbo impulsado por fuerzas políticas renovadas y renovadoras. Lo anterior presenta varios desafíos: uno, al orientar la acción política hacia los cambios sociales que se pretenden, exige definiciones ideológicas como por ejemplo aclarar si esos cambios llevarán a lo que la presidenta de Argentina Cristina Fernández dijera recientemente, “un capitalismo en serio”, se insistirá con “un liberalismo pro-socialista” que no se sabe que es  -porque parece una ocurrencia más que una definición política- o sí por el contrario, y, frente a las crisis que sufre la idea socialdemócrata en la actualidad, resulta más conveniente desde el mundo de las posibilidades, ampliar la mirada en la parte izquierda del espectro político y darnos cuenta que la definición de las izquierdas ya no entran en la generalizaciones del pasado, cuando se las reconocía por los partidos más representativos y consolidados.
En América Latina que es el lugar donde se puede ver con claridad la existencia de las izquierdas políticas en el mundo, desde mediados de los años 90s del siglo pasado, han emergido una serie de movimientos y organizaciones con gran capacidad de incidencia política y que se les puede ubicar como parte de las izquierdas, más allá del simplismo que habla de la existencia de dos izquierdas “una liberal y otra estatista”. Algunos ejemplos sirven para ilustrar la afirmación: el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil (MST), el Movimiento Packakutik que aglutina a la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador, el Movimiento Piquetero en Argentina que “organiza a los desorganizados”, llevan a cabo acciones de cortes de rutas (piquetes) primero como protesta a los despidos de trabajadores de empresas petroleras del Estado y de consorcios internacionales, y luego abarca a los desocupados. También están las innumerables organizaciones que luchan contra el saqueo de los recursos naturales.
Dos, la experiencia de partidos de izquierdas en la región nos muestra que sin un rumbo definido, los partidos corren el riesgo de acomodarse a las disputas electorales cada cuatro,  cinco o seis años según sea el caso. Esto resulta fundamental asumirlo por cuanto la lucha política hoy en Latinoamérica, va acompañada de la lucha de masas para hacer posible un no retorno luego de haber alcanzado ciertos logros, como en efecto se pueden apreciar en aquellos países donde gobiernan partidos de izquierdas tanto en el nivel local, estadual y nacional.
Tres, en relación a lo anterior, y a riesgo de caer en la simplicidad, los resultados obtenidos por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, en las pasadas elecciones legislativas y municipales, muestra que a veces las gestiones gubernamentales o locales positivas pueden aportar votos, pero si ello no se traduce en adhesión al proyecto político resulta difícil garantizar un electorado cautivo como bien dice, Beatriz Stolowicz aquí citada.
Y cuatro, queda el imperativo de pensar, buscar y encontrar la manera de engendrar un proyecto político que trate de abordar desde una perspectiva distinta a la del neoliberalismo, el infinitamente complicado problema de la desigualdad que en su connotación más extrema, es una relación asimétrica con múltiples dimensiones que lleva a darnos cuenta en términos simples, que unos pocos tengan mucho y muchos tengan poco. Modificar esa relación es un compromiso ético-político, pero también exige modificar las relaciones de poder principalmente, las relaciones de subordinación que la pobreza tiene respecto del poder económico.

       5.    Reflexiones Finales
Para finalizar, las fuerzas políticas que emergen después del golpe de Estado ahora aglutinadas – que no cohesionadas, al menos por ahora- en el partido LIBRE, animadas por la idea de la refundación, que en el fondo proviene de “un sentimiento de malestar y una resistencia frente al presente, un presente que se desea cambiar convencidos que merecemos algo mejor”[14], corren el riesgo de crear muchas expectativas que pueden dar lugar al mismo tiempo, a muchas decepciones por eso, es preciso delimitar los alcances de dos de las ideas políticas claves de un nuevo proyecto político: una nueva Asamblea Nacional Constituyente y la idea de refundación.
Pero la aspiración, a una refundación constituye en sí una novedad, aunque la aspiración misma no sea nueva puesto que en distintos momentos de la historia latinoamericana, los pueblos han aspirado, sobre todo después de una crisis, a algo nuevo, aún con el riesgo de enfrentar conceptos viejos y fuerzas que lucharán por conservar el presente frente a lo novedoso.
Imaginar el futuro como superación del presente, que será pasado, supone entre otras cosas, repensar políticamente las relaciones de poder como se ha dicho aquí reiteradamente. Una de las grandes dificultades que han tendido las izquierdas es el problema teórico para establecer la diferencia mencionada en este trabajo, entre el poder del Estado y el poder del poder, porque ello conlleva la renovación de la política, o por lo menos, superar la idea de que la democracia es gobernable que es el modelo de democracia representativa prevaleciente pero que claramente ha sido superada por sus propias deficiencias, y por la deslegitimación que amplios sectores sociales han hecho de ella.
Es en resumen, la visión conservadora de la democracia liberal que para participar en ella, impone unas reglas a las que hay que someterse por la vía del “condicionamiento subordinado”, que la política es meramente una competencia por el favor de los votantes y no una actividad que crea posibilidades de una vida mejor.
Pero tanto la ANC como la refundación, requieren de la construcción de un poder alterno y para ello, encontrar aquellas ideas que sirvan de soporte teórico para el nuevo poder al que se aspira. Aquí se propone revisar la estructura del poder hegemónico prevaleciente, y oponerle uno distinto, eso permitirá distinguir el rumbo político: el poder del gobierno o el poder del Estado.
Al estudiar la experiencia boliviana, se encuentra la noción de hegemonía que desarrolló Antonio Gramci sobre la lucha de la clase obrera en Europa de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando trascendía lo meramente económico, para situarse también en aspiraciones de tipo político en función de conseguir la hegemonía de la lucha contra el absolutismo. 
En la teoría de Gramci sobre el poder, se nota la diferencia que hay entre “tomar el poder” vs “construir poder”. Esta dicotomía, marcó por mucho tiempo la acción política de partidos y fuerzas de izquierdas porque se dirigía casi exclusivamente a “tomar el Estado”, mientras que en la segunda, Gramci al igual que Foucault, muestran que para cambiar el poder es necesario cambiar los poderes que el capitalismo ha construido es otros espacios menores al del Estado.
Así, la noción de “tomar el poder”, resultaría una concepción equivocada del poder porque desconoce o subestima la compleja red de mecanismos de dominación cotidiana que el capitalismo ha creado en la sociedad. Por lo tanto, se trata de “enfrentar al poder hegemónico con una correlación de fuerzas de poderes contra-hegemónicos que trasciendan el cuestionamiento del sistema…”[15].
En síntesis, se trata de crear un poder “contra-hegemónico” que rebase el único modelo de democracia que nos impuso la tradición liberal, a favor de otras formas de participación desde la diversidad y que asuma de igual manera el ideal democrático, pero que supere  esa “forma inocua de organización del poder político… que tiene como sus principales y casi exclusivos beneficiarios a las minorías adineradas”. ¿Es necesario recurrir a laguna teoría sobre el poder para llegar a él? Depende, si es para acceder al gobierno no, basta creer que es más importante la envoltura que el contenido, basta tener o creer que se tiene la capacidad para acercar a las urnas electorales a los más sencillos y vulnerables socialmente,  basta creer que se puede “convencer” por igual a un pobre que a un rico sobre las bondades como candidato; ¿y las capacidades? Hasta ahora no se ha demostrado que ser inútil o incompetente en Honduras sea un problema, porque se ha visto a la política como “el arte de lo posible”.
En cambio, si el objetivo es alcanzar el poder para modificarlo, si se necesita de una teoría por modesta que sea porque nos permite saber cuánto es demasiado, si antes sabemos cuánto es mucho. “Saberlo por la práctica es imprudente, saberlo por la teoría es juicioso aun cuando teoría y práctica sean caras de la misma moneda”, además, la teoría es la que nos permite saber los límites del cambio social que pretendemos.
Queda esperar para darnos cuenta si la refundación es un mero artilugio de la política como otros, o si por el contario, será el resultado de una serie de cambios que deben producirse en el país a partir de la convocatoria a una nueva ANC. El nuevo partido estará sometido a una doble presión, desde “arriba” y desde “abajo”, lo primero porque las fuerzas más conservadoras comprometidas con el mantenimiento del status quo harán todo lo posible para evitar o mediatizar la demanda de una nueva Constitución Política, y, lo segundo, porque las expectativas creadas en importantes sectores sociales, sobre todo los de menores ingresos, pueden verse frustradas al darse cuenta que no se materializan fácilmente.
A lo anterior, habrá que agregar el factor tiempo, los tiempos y las lógicas de las demandas sociales son distintos a los tiempos de la política; muchas veces la política quisiera modificar el tiempo de la demandas y por ello recurre a la mediatización de las luchas sociales, porque casi siempre corren por delante de ella. El deterioro de las condiciones de vida de los más pobres se acelera y dar respuestas transformadoras apremia, estar a la altura de las circunstancias es un deber ético y una forma alternativa de resistir.






[1] En otras ocasiones nos hemos referido a éste tema, y no es ocioso volver hacerlo  en ésta oportunidad. No es correcto identificar “el fin del bipartidismo” con “él fin de los partidos tradicionales”; en el primer caso, se refiere más bien a la pérdida de la hegemonía política que los partidos tradicionales han tenido en el país, esa pérdida, puede deberse como seguramente ocurrirá, a la emergencia de un partido que acumule suficiente fuerza política y social  (sólo o en alianza con otros partidos) que contraponga un modelo de sociedad y de Estado distinto al establecido. El segundo caso, es más difícil que ocurra puesto que basta que cualquiera de los partidos tradicionales obtenga  el 2% de la votación en los procesos electorales tal como lo estipula la Ley Electoral, para garantizar su existencia por mucho tiempo más. Lo que veremos con seguridad en el corto plazo, es una redefinición y recomposición del sistema político nacional con partidos como LIBRE, siempre y cuando acumule un poder electoral suficiente como para modificar la correlación de fuerzas en el Congreso Nacional, con lo que se modificaría el bipartidismo para dar paso a una modificación del poder político. Lo qué está por saber es qué tipo de redefinición y sí será posible mantenerla en el tiempo: alianzas políticas, alianzas programáticas, instrumentales, entre qué sectores etc.
[2] Mayz-Vallenía, Ernesto. El Dominio del Poder. Editorial Ariel, España, 1982.
[3] Aristóteles. La política. Editorial Espasa- Calpe, Madrid, 1962.
[4] Weber, Max. Economía y Sociedad. F.C.E. México, 1969.
[5] Foucault, Michel. Estrategias de Poder. Ediciones Paidós Ibérica, V. II, Argentina, 1999.
[6] Poulantzas, Nicos. Estado, Poder y Socialismo. Editorial Siglo XXI, México, 1979.
[7] Burdeau, Geroges. Tratado de Ciencia Política. UNAM, México, 1984.
[8]  García Linera, Álvaro. “El estado en Transición. Bloque de Poder y punto de bifurcación”, en: Álvaro García Linera, Raúl Prada, Luis Tapia y Oscar Vega Camacho; El Estado Campo de Lucha, Muela del Diablo Editores/CLACSO, La Paz, Bolivia, 2010.
[9] Torres-Rivas, Edelberto. Las Democracias Malas de Centroamérica. Para entender lo de Honduras, una introducción a Centroamérica. Nueva Sociedad No 226, marzo-abril, Buenos Aires, 2010.
[10] Stolowicz, Beatríz. La Izquierda Latinoamericana gobierno y proyecto de cambio. Nueva Política, Documento de Debate No 1, Transnational Institute,  Amsterdam  y Madrid, 2004.
[11] Mariana Llanos y Leiv Marsteintedret. “Ruptura y Continuidad: La caída de “MEL” Zelaya en Perspectiva Comparada.” América Latina HoyNo 55, Ediciones Universidad de Salamanca, España, 2010.
[12] García Linera, Álvaro. “Epate Catastrófico y Punto de Bifurcación”. Crítica y Emancipación (1) Buenos Aires, Junio, 2008.
[13] Gómez Leyton, Juan Carlos. Política, Democracia y Ciudadanía en una Sociedad Neoliberal (Chile: 1990-2010). CLACSO/Editorial ARCIS, Santiago de Chile, 2010.
[14] De Sousa Santos, Boaventura.  Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde una epistemología del Sur. Instituto Internacional de Derecho y Sociedad, Programa Democracia y Transformación Global. Lima, Perú, 2010.
[15] Yagenova, Violeta Simona (Coord.) Los Movimientos Sociales y el Poder. Concepciones, Luchas y Construcción de Contrahegemonía. FLACSO, Guatemala, 2010. 






REFERENCIAS
-       Aristóteles. La Política. Editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1962.
-       Bordeau, Georges. Tratado de Ciencia Política, UNAM, México, 1984.
-       De Sousa Santos, Boaventura. Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde una epistemología del Sur. Instituto Internacional de Derecho y Sociedad-Programa Democracias y Transformación Global. Lima, Perú, 2010.
-       Foucault, Michel. Estrategias de Poder. Ediciones Paidós-Ibérica, Argentina, 1999.
-       García Linera, Álvaro. “Empate Catastrófico y Punto de Bifurcación”. Crítica y Emancipación, CLACSO, Buenos Aires, Argentina, 2008.
-       ------------------------- “El Estado en Transición. Bloque de Poder y Punto de Bifurcación”, en: El Estado Campo de Lucha, Muela del Diablo Editores/CLACSO, La Paz, Bolivia, 20010.
-       Gómez Leyton, Juan Carlos. Política, Democracia y Ciudadanía en una sociedad neoliberal (Chile 1990-2010), CLACSO/ Editorial Arcis, Santiago de Chile, 2010.
-       Llanos, Mariana y Maisteintedret, Levy. “Ruptura y Continuidad: la caída de “Mel” Zelaya en Perspectiva Comparada”. América Latina Hoy, No 55, Ediciones Universidad de Salamanca, España, 2010.
-       Mayz-Vallenía, Ernesto. El Dominio del Poder. Editorial Ariel, España, 1982.
-       Poulantzas, Nicos. Estado, Poder y Socialismo. Editorial Siglo XXI, México, 1979.
-       Stolowicz, Beatriz. La Izquierda Latinoamericana. Gobierno y Proyecto de Cambio. Nueva Política, Documento de Debate No 1, Transnational Institute, Amsterdam-Madrid, 2004.
-       Torres-Rivas, Edelberto. “Las Democracias malas de Centroamérica. Para entender lo de Honduras, una introducción a Centroamérica”. Nueva Sociedad, No 226, Marzo-abril, Buenos Aires, Argentina, 2010.
-       Weber, Max. Economía y Sociedad. F.C.E., México, 1969.
-       Yagenova, Violeta Simona (Coord.) Los Movimientos Sociales y el Poder. Concepciones, Luchas, y Construcción de Contrahemonía. FLACSO, Guatemala, 2010.